
Hace cien años, nadie hablaba de “lenguaje radiofónico”. Al hablar de su soñada emisora, José Vasconcelos le dijo al joven Carlos Pellicer que aspiraba a crear una especie de “gran biblioteca hablada”. Tiene sentido, si se piensa que la radio comercial, que empezó a operar de manera significativa en 1923, gastaba parte de sus horas de transmisión en conferencias. La radio mexicana era muy, muy joven y buscaba su camino definitivo. Emplearla como herramienta educativa sería laborioso.
Pero los sucesores de Vasconcelos comprendieron que no se trataba de una ocurrencia con un toque de megalomanía. Quienes se encargaron de la oficina educativa federal entendieron que, bien aprovechada, la emisora solucionaba problemas prácticos muy relevantes.
Al encargado de despacho de la SEP, Bernardo Gastelum, le tocó llevar adelante la tarea de gestión para que se autorizara la emisora y el montaje de las instalaciones en el edificio de Argentina 28. De hecho, y tan importante resultaba el proyecto, que la CYE empezó a transmitir a unos pocos metros de las oficinas del titular de la SEP, en el mismo piso, y en el tramo que hoy da a la calle que llamamos Luis González Obregón.
La primera transmisión ocurrió el último día del gobierno de Álvaro Obregón. Si no se hubiera dado al día siguiente la toma de posesión de Plutarco Elías Calles, acaso el hecho hubiera merecido más difusión. Pero la radio seguía siendo, en buena proporción, una especie de juguete científico, tan curioso y novedoso, que algunos periódicos, como El Universal, tenían su página semanal llamada “Radio”, donde se daban noticias de la incipiente vida radiofónica de la ciudad de México, se publicaban artículos de carácter técnico acerca del proceso de transmisión o se publicaban textos orientadores para que los propietarios de aparatos receptores pudieran repararlos o darles mantenimiento.
Nuevo gobierno y más ideas acerca de la radio
El nuevo secretario de Educación Pública, José Manuel Puig Casauranc, acogió con entusiasmo el proyecto radiofónico, y no dudó en enviar una señal clara al respecto: tres días después, el plan educativo del nuevo gobierno se transmitió por radio. Seguramente con entusiasmo, pero consciente de que era un experimento de cierta audacia todavía, Puig Casauranc empezó dirigiéndose a los “señores profesores, estudiantes y mexicanos todos de buena voluntad, a quienes lleguen estas palabras”.

La CYE operaba en la frecuencia de 560 KHz con una potencia de 500 watts. Se sabe que se escuchaba, incluso, en territorio estadunidense. La gestión de Puig Casauranc afirmaría, cuatro años después, que, en realidad, no había nada, en materia de líneas de contenido cuando comenzó el gobierno de Calles. “Todo estaba por hacer”, asegura el informe, que todavía se conserva en la biblioteca de la SEP.
Como encima tenían la advertencia administrativa, esa que nunca falta, consistente en lograr “el mejor éxito con la mayor economía”, los nuevos funcionarios, liderados por María Luisa Ross Landa, empezaron a desarrollar una estructura y un diseño de contenidos que no hubiera cambiado si efectivamente Vasconcelos hubiera continuado al frente de la SEP, porque esos contenidos se dividieron es cuestiones educativas y labores artísticas, y la parte educativa empezó a retomar algunos de los conceptos que la secretaría había desarrollado en sus primeros meses de vida.
Así, se empezaron a planear “cursos sintéticos elementales” de Incorporación Cultural Indígena, de Pequeñas Industrias, de Perfeccionamiento para Maestros de Divulgación Científica e informativa general.
La parte de Labores Artísticas, aparentemente, lo tuvo más sencillo: quiso desarrollar elementos de Cultura Estética. Divulgación de Bellas Artes y Propaganda y muchos conciertos de lo que llamaron “música cultural”.
Resulta interesante lo que aquel informe dejo establecido como su declaración de principios: la CZE aspiraba a “hacer del conocimiento de millares y millares de aficionados extranjeros, que solo nos conocían bajo aspectos falsos o deformes, un concepto real favorable de la cultura del pueblo mexicano y procurarles un conocimiento más exacto de nuestros valores científicos y literarios”.
Aunque la estación comenzó a operar el 1 de diciembre de 1924, en realidad los primeros dos meses fueron “de experimentaciones técnicas. Fue en ese periodo cuando cambiaron las siglas de la estación. La Secretaría de Comunicaciones le asignó la CZE, con la que se mantendría hasta 1928. Esas primeras semanas de trabajo implicaban transmisiones que iniciaban a las 8 de la noche y solamente duraban dos o tres horas.
Fracasos, cursos y música
Quien escribió el informe de 1928 admitió que, a pesar del entusiasmo por la radio, en los hechos la invención no pasaba se seguir siendo un “admirable juguete”, porque en realidad había muy pocas emisoras, y cuando la CZE empezó a transmitir, se dieron cuenta de que el público radioescucha era más bien pequeño, porque el mercado de los aparatos receptores todavía estaba en pañales, y porque la música popular en vivo resultaba más atractiva que las lecciones de Estética.
Pero en la CZE no se dieron por vencidos. A fuerza de intentar y fracasar, de escribir y reescribir cursos, lograron ¡dos años después! en 1926, generar lo que llamaron “el primer curso reglamentado”.
Por lo que alcanzaron a determinar mediante la interlocución con el público, aquel curso fue un éxito: se desarrolló entre la oficina de la dirección de radio, es decir, María Luisa Ross Landa, y las profesoras de la Escuela Nacional de Enseñanza Doméstica.
Como no se conocía otro formato, el curso constó de 14 “conferencias” tituladas “Cómo formar una buena ama de casa”. Los entusiasmados informantes de 1928 aseguran que el curso fue todo un éxito.
Poco a poco, la CZE se hizo de fama, y se supo que se le escuchaba fuera de México. Una organización llamada Comité Internacional de Radio la escogió para ser la emisora representante de nuestro país para el desarrollo de pruebas interoceánicas, de modo que la CZE se escuchó en Europa, para emoción de aquella pequeña área de la SEP.
Esos pequeños éxitos beneficiaron al equipo que operaba la emisora. Les aumentaron el personal, ¡les contrataron un pianista, un profesor de gimnasia y dos maestros organizadores de conciertos! No obstante, seguía siendo poca gente, pero el afán de mantener la operación obligó a la CZE a armar un horario laboral de diez horas: de 8 de la mañana a la una de la tarde, y de tres de la tarde a las 8 de la noche. Nada mal para unos principiantes. Emisoras hubo que solamente transmitían por las mañanas, o por las tardes.
En 1928 sobrevino un recorte importante -¡qué raro!- de recursos, cuando la CZE había pedido, precisamente más dinero y más personal. Tuvieron que disminuir la copiosa correspondencia que sostenían con radioescuchas de todo el país y con algunos extranjeros, pero no se amilanaron.
Sentían que habían cumplido con “haber inculcado ya en el aficionado mexicano el hábito de recibir instrucción por radio”, y para demostrarlo, tenían los registros: los radioescuchas se apersonaban en las oficinas de la CZE y se inscribían en el curso que les interesaba.
Con ese sistema, la CZE impartió entre 1926 y 1928 quince cursos que recordaban los contenidos de la legendaria revista El Maestro: Economía Doméstica, Medicina y Cirugía de Urgencia, Agricultura, Apicultura, Trabajos en Papel Crepé, Cultura Física, Historia, Geografía, Perfeccionamiento para Maestros, Higiene de la Boca, Cultivo del Canto y Canto Coral. Se ufanaron mucho de su curso de Radiotelefonía por Radio, para emocionar a los radioescuchas e iniciarlos en los mecanismos de transmisión. Dieron clases de cocina todas las mañanas, de las once a la una de la tarde, y lograron averiguar que los escuchaban diariamente ¡Tres mil mujeres! Los primeros seis años de la CZE, llenos de modernidad e innovación, fueron conducidos por una mujer que hoy está prácticamente olvidada.
(Continuará)