
La vieja Rusia estaba de luto, acaso por la pérdida del más grande, el conde León Tolstoi había muerto, desde las 5:00 horas de la mañana en su casa en Astápovo de ese 20 de noviembre de 1910 ya no había esperanza para salvarle la vida, como preámbulo de los años de dolor que avendrían en su patria, primero por las constantes guerras intestinas, la hambruna, las purgas estalinistas y luego la invasión de los fascistas alemanes.
Ese mismo día, un lejano pueblo, al sur de Estados Unidos, comenzó su propia guerra civil, la primera revolución, de tantas que hubo, en el Siglo XX: la Revolución Mexicana. Desdeñada de origen por la prensa nacional de aquellos días, que no cesaba en descalificar a Francisco I. Madero y su caterva de “revoltosos”, entre anuncios de cerveza Carta Blanca y Cigarros Modernos, manufacturados con papel de orozuz muy fino de la “Tabacalera Mexicana”.
El 21 de noviembre de 1910, los principales periódicos del país llevaron como principal la noticia del inicio de la revolución maderista, aunque con diferentes magnitudes: El Imparcial, principal diario del oficialismo, aseguró que las fuerzas federales tenían total control de la situación, además de promocionar una entrevista con el Ministerio de Guerra, cuyos generales se reunieron ese día, en donde se descartaban posibles riesgos por la revuelta.

Otro de los principales periódicos de la época, El Tiempo, diario de corte católico, más crítico que el oficialista El Imparcial, aunque no necesariamente liberal, llevó como su encabezado principal: “CIRCULAN ALARMANTÍSIMOS RUMORES NO CONFIRMADOS DE QUE EN CASI TODO EL PAÍS ESTALLÓ LA REVOLUCIÓN”, con un sumario que alegaba que “probablemente el Gobierno ha establecido la previa censura porque los hilos telegráficos de la República no transmiten noticias”.
Tanto El Imparcial como El Tiempo resaltaron las secuelas del ataque armado a la casa de Aquiles Serdán en Puebla, ocurrido dos días antes, así como la agitación obrera en Río Blanco, Orizaba, episodios seminales de la lucha revolucionaria. El primer diario subrayó, también, la muerte de Tolstoi, mientras que el rotativo católico, la ignoró.
No así con The Mexican Herald, periódico nacional impreso en inglés, que en su portada del 21 de noviembre dedicó una extensa semblanza al autor de la Guerra y la Paz, mientras destacaba, de igual manera, que la infantería del Ejército era desplegada en Orizaba en un tren especial.
Su homónimo en español, El Heraldo Mexicano, fue más tajante a la hora de denigrar la revuelta maderista: “Fue una Revolución de Mentiras”, destacó a ocho columnas en su portada.

¿Cuál fue la reacción de Porfirio Díaz al inicio de la Revolución?
A diferencia del presidencialismo posterior a la Revolución, que todavía impera hasta nuestros días, donde los dichos presidenciales ocupan cotidianamente las primeras planas de los periódicos, en los diarios de 1910 era poco común que se hablara de Porfirio Díaz en las portadas, salvo ocasiones que lo valieran, como una inauguración o un discurso.
Durante el albor de la revuelta encabezada por Madero, el presidente Díaz guardó silencio, sin dar declaraciones en los primeros días, dejando esa tarea al Ministerio de Guerra, que se encargó de dar respuestas a la prensa para tranquilizar al país y a los inversionistas.
Lo más cercano a una respuesta de Díaz a la Revolución ocurrió en un telegrama del 19 de noviembre de 1910 enviado como respuesta a una agencia de turistas de Nueva York alertada por la situación en su vecino del sur.
“Tocante a su cablegrama de ayer, un grupo que puede considerarse como anarquista ha constado actos que ya juzgan los tribunales, los que castigarán rigurosamente a los instigadores. Estos se hallan en manos de las autoridades, quienes procuran procesaros con la mayor severidad que permite la ley. No es esto de importancia especial para la paz de la República”“, señaló el presidente en relación al caso de los hermanos Serdán en Puebla.
A pesar de los intentos de la prensa mexicana de minimizar la Revolución, que no dejaba de estigmatizar como una pequeña agitación de revoltosos, la situación comenzó a agravarse en los días posteriores al domingo 20 de noviembre.
El miércoles 23 El Heraldo Mexicano aseguró que los despachos extranjeros exageraban la situación al norte del país, pues la situación estaba controlada por el Gobierno, además de burlarse de Madero por autoproclamarse presidente provisional de México. Sin embargo, no dejaba de haber noticias de nuevos brotes armados a lo largo del territorio nacional: el efecto dominó había comenzado; los engranajes de la máquina revolucionaria ya se habían echado a andar... y a esas alturas era imposible pararlos.
Fue hasta el 24 de noviembre, que el presidente Porfirio Díaz por fin se pronunció: mediante un telegrama emitido por su oficina, respondió a la prensa extranjera, encabezada por The New York Times, a la cual le aseguró que había habido pequeños disturbios en el territorio, en el norte y en Puebla, que ya habían sido sofocados.
“Por instrucciones del Presidente informo a ustedes, en respuesta a su telegrama, que la situación política en México no ofrece peligro alguno y que se hallan absolutamente seguras las vidas y las propiedades de todos los extranjeros. Los únicos disturbios ocurridos fueron motines de poca consecuencia en Puebla, Gómez Palacio, Parral y Ciudad Guerrero, los cuales fueron sofocados. Completo orden prevalece en toda la República”, aseveró la oficina del presidente Porfirio Díaz, en una respuesta que fue llevada en primera plana por los rotativos mexicanos al día siguiente.
Pese al optimismo del titular del Ejecutivo... los días de su largo mandato estaban contados.

¿Por qué inició la Revolución Mexicana y cuando renunció Díaz?
El inicio de la Revolución Mexicana en 1910 surgió de un hartazgo profundo contra la larga dictadura de Porfirio Díaz, quien llevaba más de tres décadas en el poder: aunque su régimen impulsó el crecimiento económico y la modernización, lo hizo concentrando la riqueza en unos cuantos, reprimiendo opositores y desplazando a comunidades campesinas mediante políticas de despojo.
La reelección indefinida de Díaz, sumada a la falta de libertades políticas y a las desigualdades sociales extremas, generó un ambiente de tensión que finalmente estalló cuando Francisco I. Madero, tras ser encarcelado por desafiar al régimen, llamó al levantamiento armado con el Plan de San Luis.
El 20 de noviembre de 1910 marcó el arranque formal del conflicto, aunque los primeros brotes armados surgieron días antes en el norte del país, así como en Puebla y Veracruz. Campesinos, obreros, líderes regionales y grupos marginados se sumaron al movimiento, cada uno con causas y agravios propios.
En pocos meses, las fuerzas revolucionarias encabezadas por figuras como Pancho Villa y Pascual Orozco en el norte, y Emiliano Zapata en el sur, comenzaron a acorralar al porfiriato, debilitando al gobierno hasta provocar la renuncia y exilio de Díaz en mayo de 1911.

En los primeros días de la Revolución, sin embargo, primó la calma y la inocencia de la Ciudad de México, cuyas clases medias leían de las lejanas revueltas en el norte, a un lado de publicidad de cigarros, mesas de billar y cerveza.