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Una mañana tranquila, adormilada por la proximidad del fin de año... hasta que las balas cruzan en una calle muy transitada

Un lunes cualquiera en Guadalajara: balacera a la vuelta de la esquina

Son las diez en punto del lunes 29 de diciembre en Guadalajara, la capital de Jalisco, y el Sol cae de forma oblicua sobre la calle arbolada, sus rayos se cuelan entre las hojas y dibuja manchas sobre el asfalto de Avenida Topacio, una de las principales en las cercanías de la Expo Guadalajara. Es una mañana común para la época, de tránsito moderado, de vecinos que salen tarde, adormilados, de autos que avanzan sin prisa porque el año está por terminar. El primer trueno irrumpe, confuso aún; un sonido que no alcanza todavía a inquietar. Podría ser cualquier cosa: un golpe sordo en una obra, una puerta metálica que azota, quizás cohetes adelantados al Año Nuevo. El estruendo se repite y se intensifica. El aire vibra. La repetición induce a pensar que son cohetes, de esos que revientan en las fiestas decembrinas y que la ciudad ha aprendido a tolerar como parte del paisaje sonoro.

Unos metros más adelante, el sonido cambia de textura. Deja de ser errático. Se vuelve seco, metálico, brutal. Los cohetes se transforman en balas.

En medio de la calle, una camioneta anaranjada reluce bajo el sol frente a una pickup negra. El contraste es violento: el color encendido contra la sobriedad oscura. Hay hombres abajo, cuerpos tensos, armas largas sujetas con firmeza. Se disparan unos a otros sin resguardo, sin ceremonia. El tiempo parece comprimirse en ese instante.

Los autos civiles que avanzaban con parsimonia se detienen de golpe. Algunos intentan dar vuelta, otros retroceden torpemente. No hay cláxones ni luces intermitentes, no hay señas ni advertencias. Solo un impulso primario: huir. El miedo ordena el tráfico mejor que cualquier semáforo.

Los carros se escurren por una calle aledaña como si el asfalto los tragara. Los disparos continúan, rebotan entre las fachadas, se expanden por el vecindario. En esa calle estrecha, por donde los autos avanzan ahora a una velocidad desmesurada, un coche pequeño titubea. Delante, una camioneta gris, cargada de hombres jóvenes —entre los veinte y treinta y cinco— avanza con determinación. No parecen sorprendidos, más bien apurados.

Desde el coche pequeño, alguien baja el vidrio. La voz sale temblorosa, urgente, advierte que adelante hay un enfrentamiento armado, que no sigan. La respuesta no es agradecimiento ni duda, es molestia. El conductor de la camioneta insiste en avanzar. Desde el asiento trasero, otro hombre baja el vidrio y escupe la frase que clausura cualquier diálogo: “¡Muévete a la verga!”.

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El conductor que intentó alertarlos obedece. Se orilla, acelera, se va. La camioneta gris continúa su camino y llega directo al punto del enfrentamiento. Los hombres bajan uno a uno, con rapidez ensayada, y comienzan a disparar. El estruendo vuelve a crecer.

Minutos después, cuando el ruido cesa, los transeúntes regresan. Se apiñan en los márgenes, guardando una distancia prudente, suficiente para sentirse a salvo y, al mismo tiempo, lo bastante cerca para mirar. Comentan lo ocurrido como si fuera algo externo, como si no hubiera sucedido en esa misma calle, bajo ese mismo Sol. Las palabras fluyen con una ligereza inquietante, como si la escena hubiera sido sacada de una serie de narcotráfico, de esas donde el crimen se vuelve espectáculo y la violencia se estiliza.

Una mujer habla por celular. Tiene la voz aguda, nerviosa: “Pero, ¿te tocó ver? Ay, Dios, qué fuerte”. Cuelga y una joven se le acerca. Le pregunta si estuvo ahí, si vio la balacera. La mujer niega con la cabeza. La joven responde que ella sí, que estuvo muy cerca. La mujer, de lentes, con el rostro cansado de quien ya ha visto demasiado, suspira y dice: “Sí, mi hija me dijo que nos refugiáramos”.

Se habla con susto pero también con morbo, como si la escena fuera la gota que derrama el vaso y recuerda que Guadalajara es hogar y nacimiento de una violencia sin precedentes. Los videos del enfrentamiento circulan en redes, la gente opina, comenta que se trata del CJNG. “Esas armas no las tiene ni el ejército mexicano”, señala un usuario.

Las patrullas comienzan a circular por las calles aledañas. Al principio lo hacen despacio, casi de paso, como si la escena no les perteneciera. No se acercan al punto exacto del enfrentamiento. Tal vez no lo saben aún, tal vez sí. Media hora más tarde, otras patrullas recorren la zona a toda velocidad. Policía municipal y estatal cruzan la avenida, levantan polvo, cortan el aire.

Pero en el lugar donde sonaron los disparos, donde cayeron los casquillos y se cruzaron las balas, quedan sólo los autos, los heridos y los muertos.

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