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Crimen en la carretera: la muerte del candidato Torre Cantú

Todos daban por hecho que ganaría las elecciones tamaulipecas en aquel accidentado 2010. Pero nunca llegó a su cierre de campaña. Las oleadas de violencia alcanzaron a la política, pero nadie pensaba que, por muy echados para adelante que fueran los criminales que se autonombraban dueños del estado entero, se atreverían a matar a aquel hombre, que era el virtual gobernador electo.

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Rodolfo Torre Cantú, a 12 años de su asesinato en Tamaulipas

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Cuartoscuro

Jamás llegó a su destino. Era el objetivo principal de una oleada de violencia que teñía el proceso electoral en Tamaulipas, en el agitado 2010. Había llegado el verano de sol ardiente; se acababa junio y el país entero miró, con azoro y desconcierto, hacia aquel estado donde el grupo criminal Los Zetas alardeaban de poder y dominio. Decidieron ejercerlos contra algunos candidatos a puestos de elección, y como un mensaje inequívoco de impunidad, le arrebataron la vida a Rodolfo Torre Cantú, candidato del Partido Revolucionario Institucional a la gubernatura del estado.

No había transcurrido sino una década del nuevo siglo, y las escaladas de violencia, la expansión de la actividad criminal organizada, empezaba a normalizarse en el discurso de la vida pública. Pero los procesos políticos también se convirtieron en objetivos de aquellas agrupaciones criminales que vieron en los puestos de elección popular, una herramienta más para extender su poder.

Así, buscaban y siguen buscando, vincularse a potenciales candidatos, atraer a sus estructuras a personajes de la vida política en municipios y estados; ejercer el poder a nivel hormiga, en el día a día de los cientos de pequeños poblados de este país, esos que, con frecuencia, no alcanza a ver la mirada de las entidades federales.

“Plata o plomo” fue una expresión que se incorporó al habla cotidiana de las regiones donde los grupos criminales se hacen fuertes: o entrarle al contubernio, a la complicidad, o desaparecer, en lo que se dio en llamar “levantón”, y acabar, una mañana cualquiera, baleado en una carretera.

El asesinato de un candidato a gobernador, al que ya todos, propios y extraños, partidarios y contrincantes, ya daban como ganador de los comicios, paralizó al país. Desde el asesinato de Luis Donaldo Colosio, ocurrido dieciséis años atrás, nadie se había atrevido a llegar tan alto: a matar al que, en los hechos, era un virtual gobernador electo. Y el caso Colosio no se parecía en absoluto al crimen del candidato Torre Cantú. En 2010, el crimen organizado decía por las claras que no temía a la fuerza del Estado, de la magnitud que esta fuera.

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LA DESAPARICIÓN. EL CRIMEN. EL HALLAZGO

Cuando el médico tamaulipeco Rodolfo Torre Cantú no llegó a abordar el avión que lo llevaría a Matamoros, el mal presentimiento invadió a quienes lo esperaban en el aeropuerto “Pedro José Méndez”. Estaba planeado un gran día: llegando a Matamoros, comería con periodistas, y luego se iría al cierre de campaña. Faltaban solamente seis días para las elecciones, y ya habían ocurrido sucesos graves: el 13 de mayo, habían asesinado al candidato del Partido Acción Nacional a la presidencia municipal de la ciudad fronteriza de Valle Hermoso, José Mario Guajardo Alejo. Sus atacantes habían matado también a un hijo y a un empleado de Guajardo.

Rodolfo Torre Cantú viajaba con una protección que se pensaba adecuada: disponía de una camioneta, para la campaña, que estaba blindada, aunque solamente se usaba cuando se trataba de un recorrido más o menos largo; lo seguía a todas partes un equipo de seguridad. Pero el trayecto hacia el aeropuerto, esa mañana de junio, se convirtió en una ruta que se cortaba abruptamente, entre las balas y la sangre.

Después se contó que el candidato a gobernador, ya con enorme ventaja en las preferencias del electorado de Tamaulipas, salió temprano de su casa, para visitar a su padre y despedirse. Después de ver a don Egidio Torre López, regresó a su casa. Se despidió de su esposa y de sus tres hijos, y, con una comitiva de ocho personas, repartidas en dos camionetas, salió hacia el aeropuerto.

Luego, hubo una pausa en el tiempo. Rodolfo Torre Cantú nunca llegó a su destino.

Fue cosa de pocos minutos antes de que se supiera lo que había ocurrido. Un comando armado había interceptado a las camionetas del candidato. Se dijo, en los primeros minutos, que nadie había sobrevivido al atentado, ocurrido hacia las 10 y media de la mañana.

Muy pronto llegó el ejército, la policía federal, las autoridades estatales al lugar del atentado, en el kilómetro 6.5. de la carretera Ciudad Victoria-Soto la Marina. Encontraron una escena lastimosa y brutal. No pudieron evitar las autoridades que la prensa, y parte del equipo técnico que llegó tomara fotografías de lo que encontraron. Aquellas imágenes inundaron al país, y muy pronto ya estaban en los medios de información extranjeros: el candidato priista Rodolfo Torre Cantú, y cuatro acompañantes, entre ellos el diputado local Enrique Blackmore, y tres de sus escoltas, habían muerto baleados. Heridas de gravedad, sobrevivían otras cuatro personas.

Poco a poco, los datos de aquel crimen empezaron a fluir. Cuando las dos camionetas del equipo de campaña iban hacia el aeropuerto, otras camionetas les dieron alcance, les cerraron el paso. La camioneta de Torre Cantú tenía un golpe en el frente, y se supuso que el comando los frenó pegándole al vehículo.

Los criminales hicieron que el candidato y sus compañeros bajaran de las camionetas. Si algo se dijeron unos y otros, nunca trascendió. El comando abrió fuego. Rodolfo Torre Cantú cayó muerto. Su cuerpo, dislocado, cayó sobre la hierba que crece junto a la carretera. Quienes lo acompañaban compartieron su suerte, y solo unos pocos salvarían la vida. Los servicios periciales reportarían que las víctimas fueron agredidas con armas AK-47, AR-15 y 9 milímetros.

A pesar de la brutalidad del ataque, hubo sobrevivientes. Se trataba del secretario particular del candidato, Alejandro Martínez Villarreal, el cuñado de Torre Cantú, Enrique de la Garza, y dos escoltas. Todos fueron trasladados, a toda prisa, al Hospital General de Ciudad Victoria.

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Tamaulipas entero estaba enloquecido. Acordonado el sitio del atentado, las autoridades pidieron a la prensa no acudir al sanatorio a donde llevaban a los heridos. Se dijo que había una amenaza: el mismo comando que asesinó al candidato Torre Cantú, pretendía ir a “rematar” a los heridos. El ejército rodeó el centro de salud.

En su escape, el comando asesino dejó una huella: a un kilómetro de donde mataron al candidato, bloqueó la circulación atravesando el tráiler robado a una empresa refresquera.

Pasaron las horas. A pesar de que en todo el país se sabía ya del atentado, y las fotografías de las víctimas estaban en todos los medios de comunicación, el gobierno tamaulipeco dio un mensaje sobre los sucesos hasta las cuatro de la tarde: las víctimas, plenamente identificadas, eran Rodolfo Torre Cantú, candidato de la alianza Todos Tamaulipas, integrada por PRI, PVEM y Panal; el diputado local Enrique Blackmore, y los escoltas Luis Gerardo Zubiate, Rubén López Zúñiga y Francisco David López Catache.

El tramo carretero donde ocurrió el atentado, permaneció cerrado hasta poco después del anochecer, cuando los servicios periciales terminaron su trabajo. Se sabría que la entonces Procuraduría General de la República armó un equipo especial, que, articulado con las autoridades locales, deberían desarrollar la investigación para localizar a los asesinos del candidato y sus compañeros.

En el centro de la República, quizá lo más comentado en torno al asesinato era que, desde la muerte de Colosio, en 1994, no se había dado un crimen de ese impacto, cometido contra un candidato a un puesto de elección popular. El otro factor relevante era la facilidad con la que el atentado se había desarrollado: era el crimen organizado, haciendo gala de impunidad.

A las pocas semanas, como macabro corolario, el alcalde del municipio de Hidalgo, Marco Antonio Leal García también fue asesinado. Era agosto de 2010. No se terminaba el sangriento verano tamaulipeco.

LA IMPUNIDAD COMO MARCA DE LA CASA

Se especuló acerca de la identidad de los asesinos de Torre Cantú. Médico dedicado al servicio público y que había sido secretario de salud estatal. No había mucho que decir. Se atribuyó a los Zetas la autoría de los crímenes, y aunque la investigación federal avanzó poco y no logró señalar responsables concretos, no se dudó que era obra del crimen organizado.

A los dos días de los asesinatos, el Comité Ejecutivo Nacional del PRI designó al hermano de la víctima como candidato sustituto para las elecciones a gobernador. De esa manera, dolorosa y apresurada, la alienta Todos Tamaulipas restañó sus heridas emocionales y políticas. Egidio Torre Cantú ganó las elecciones estatales con 61.58% de los votos, y se convirtió en el nuevo gobernador de Tamaulipas.

La violencia no paró: ese 2010 fue el escenario de sucesos terribles. Asesinatos de tamaulipecos y migrantes, batallas entre grupos criminales. A fines de año, las autoridades reportarían el éxodo de un centenar de familias, que escaparon de la fronteriza Ciudad Mier, convertida en campo de batalla, a causa a raíz de otro asesinato, el de un capo del cártel del Golfo, Ezequiel Cárdenas Guillen, Tony Tormenta.

Las estadísticas oficiales, en materia de seguridad, reportaron ese 2010 como uno de los peores para Tamaulipas: los homicidios dolosos aumentaron 60% respecto de las cifras de 2009.

Desde aquel violento verano, en que un candidato ganador no llegó a su cierre de campaña, la roja marea de la criminalidad no se ha desvanecido en Tamaulipas.