Nacional

El frágil equilibrio y la tragedia del faquir Wieckede

A pesar de la guerra mundial, a pesar de los crímenes de Goyo Cárdenas, la ciudad de México no perdía capacidad de asombro en el lejano 1943. El alboroto empezó a crecer en el verano de 1943, cuando un peculiar aventurero, que se decía capaz de actos deslumbrantes, anunció su máxima hazaña, la que le permitiría retirarse con los bolsillos repletos de dinero. Todo el mundo lo admiraría: el Fakir Harry se convertiría en un personaje inolvidable. No imaginó la forma en que pasaría a la crónica inmensa de la capital del país

Historias sangrientas

Ciento cincuenta mil personas vieron en menos de un mes, al fakir que pretendía deslumbrar a la ciudad de México/

Ciento cincuenta mil personas vieron en menos de un mes, al fakir que pretendía deslumbrar a la ciudad de México/

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Muchas cosas ocurrían al mismo tiempo en esa, la ciudad de México de 1943: Gregorio Cárdenas, autor de espantosos crímenes de mujeres, había sido juzgado y estaba encerrado en el manicomio de La Castañeda; los capitalinos se iban acostumbrando a la extraña idea esa, del semanario Tiempo, de hacer encuestas y preguntarle al hombre de a pie su opinión acerca de los asuntos más candentes de la vida pública. Se escuchaba la radio por la noche, en todos los hogares, para saber cómo marchaba la que después se conocería como Segunda Guerra Mundial.

Entonces apareció el Fakir Harry, dispuesto a ganarse el aplauso de todos los que se animaran a presenciar su acto formidable, tal y como lo llevaría a cabo si se encontrara en la India, a unos cuantos metros del Taj Mahal. Maestro en el arte de dominar el dolor físico, sorprendería a los mexicanos cuando lo vieran recostado en un lecho, luciendo las ropas principescas que el mundo de la farándula asignaba a su oficio, pero con enormes clavos sujetando sus pies a un tablón. Para acabar de sobresaltar a la concurrencia, también clavarían una de sus manos, y así se quedaría un buen rato, en algún escenario público, para que todos los curiosos pasaran a ver el prodigio, mediante el pago de una módica suma.

El suizo Harry Wieckede irradiaba optimismo. Si todo iba como debía, con lo ganado en la ciudad de México podría retirarse y llevar una vida sin sobresaltos. Pero del dicho al hecho pueden ocurrir cosas insospechadas; intervenciones sorpresivas del azar. Eso fue lo que le pasó al faquir Harry, que no logró salir con vida ni de su experimento ni de la ciudad de México.

Después de lo que la prensa llamó atentado, cuando un falso médico manipuló los clavos de los pies, Harry se deterioró e interrumpió el acto cuando no cumplía un mes de estar clavado/

Después de lo que la prensa llamó atentado, cuando un falso médico manipuló los clavos de los pies, Harry se deterioró e interrumpió el acto cuando no cumplía un mes de estar clavado/

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PASE, SEÑORA, SEÑORITA, ¡VEAN AL FAKIR HARRY!

Naturalmente, la prensa capitalina le concedió buenos espacios a la aparición del Fakir Harry, y no les faltaba razón. Sería un espectáculo interesantísimo, en un escenario de la muy transitada avenida San Juan de Letrán, donde era fama que había entretenimiento para todos los bolsillos y todas las sensibilidades: desde los centros nocturnos no muy elegantes, en las cercanías de la Plaza de las Vizcaínas, hasta el cine más encopetado del momento, el Teresa, pasando por el entretenimiento preferido de los más chicos, el circo Atayde, que tenía sus carpas unas cuadras más al sur, en la parte de la avenida que se llamaba Niño Perdido, en recuerdo de algún chisme virreinal.

Esa calle llena de gente era el escenario ideal para el triunfo del Fakir Harry, porque el triunfo, el aplauso, eran cosas que se daban por sentadas. No todos los días podía verse a un hombre que, burlándose del dolor físico, se haría clavar los dos pies y la mano izquierda, y, no contento con lo que ya era una hazaña, se expondría a la contemplación pública, ¡durante cien días!

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Hasta en los castigos inquisitoriales había diferencias y niveles. A los culpables de "pecado nefando", es decir, de practicar la homosexualidad, se les quemaba muy lejos de la ciudad de México, en el rumbo de San Lázaro, más allá de la Candelaria de los Patos.

El Fakir Harry, para estar a tono con las circunstancias, declaró a los reporteros que su acto estaba encaminado a llamar la atención acerca de la necesidad de paz en el mundo y, aclamado en su pedestal, manifestaría su ardiente deseo de que el conflicto mundial terminara pronto.

-Oiga, Fakir, preguntaría algún reportero. ¿Es que usted no siente el dolor? ¿No sufre?

- Claro que sufro, porque tengo sensibilidad a la de cualquier hombre normal, solamente que mis músculos obedecen al mandato imperioso de mi voluntad, y mi conciencia está perfectamente dominada.

Quien leyera aquellas notas bien podía percibir la seguridad en sí mismo y el optimismo del Fakir.

La historia era, definitivamente, emocionante. Los tres clavos que se le colocarían al Fakir eran de oro: Harry afirmaba que las cualidades del metal precioso evitarían que sufriera una infección cuando lo clavaran.

Por lo demás, el proyecto era deslumbrante: según el Fakir, lo clavarían en la Plaza de Toros de la Condesa, de ahí lo trasladarían al local elegido en San Juan de Letrán, y después, clavado a las tablas, ¡se iría de gira por el resto del país!

Si algo tenía Harry Wieckede, conocido como el Fakir Harry, era la lectura más optimista acerca de su futuro inmediato.

Los afilados clavos de oro provocaron el asombro de los capitalinos/

Los afilados clavos de oro provocaron el asombro de los capitalinos/

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ESPECTÁCULO, MITOTE Y CRISIS

Las autoridades del Departamento del Distrito Federal otorgaron la licencia para el espectáculo a condición de que en todo momento hubiera un médico al pendiente del estado del Fakir. El designado, el médico Manuel Merino, reportó que un examen preliminar era completamente positivo: Harry Wieckede estaba en perfecto estado de salud. No obstante, había riesgos: cien días clavado a las tablas implicaba la posibilidad de una septicemia, de que el faquir desarrollara tétanos, de que sus arterias se debilitaran, él cayera en un cuadro de agotamiento general o que el corazón le fallara. Si el Fakir cumplía su promesa de llegar a los cien días en esas condiciones, sería, a no dudarlo, aseguró el médico, todo un suceso.

El Fakir había sido muy cuidadoso al planear su acto: no quería herir sensibilidades para desatar uno de esos peculiares mitotes que los mexicanos suelen armar en torno a sus creencias religiosas. Para evitar que alguien creyera que pretendía emular a Cristo crucificado, Harry solamente se clavaría una mano, y además dio a conocer una carta, dirigida a los católicos del país, donde trataba de dejar claro que de ninguna manera pretendía imitar a Jesús. Desde muy joven, aseguró, había estudiado la disciplina de los yoguis, y lo que sería un acto de faquirismo y nada más, no debería ser interpretado con alguna connotación religiosa de ningún tipo.

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Para el acto del Fakir Harry se inventó el Palacio Hindú, en el número 5 de San Juan de Letrán, justo frente al muy famoso Cinelandia.

El Fakir Harry fue clavado al mediodía del 26 de agosto de 1943, rodeado de un centenar de personas, entre reporteros, policías, el médico designado, responsable también de clavarlo en las tablas, un notario llamado Enrique Morales Goeury y algunos colados. Afuera, una muchedumbre esperaba ansiosa el momento en que podrían pasar a contemplar la hazaña.

Algún reportero afirmó que los clavos estaban tan afilados, que el esfuerzo del médico fue más bien menor, porque las piezas traspasaron con prontitud los pies y la mano de Harry. Una vez clavados, se doblaron las puntas para formas argollas que fueron soldadas y aseguradas con candados, cuyas llaves se pusieron en manos del notario.

Apenas abrieron las puertas, el local se atiborró. Tranquilo, el Fakir concedía entrevistas: “Me siento cansado, y delicado de las heridas que me hicieron los clavos, pero creo que podré soportar todo el tiempo que prometí”.

El asunto se volvió novelesco, a medida que pasaban los días. Los pies y la mano, notoriamente hinchados el primer día, empezaron a recobrar su aspecto normal. Pero un movimiento involuntario del Fakir, hecho mientras dormía, le provocó enorme dolor en el pie derecho. Se dijo que Harry ya no soportaba el malestar físico, pero cuando llegó el notario Morales para dar fe de que se le desclavaba debido al dolor, el Fakir cambió de opinión y se negó rotundamente a que se le liberara.

La ciudad de México, con todo y sus ínfulas de gran capital, no dejaba de tener cierta inocencia: al Templo Hindú entraba un río continuo de hombres y mujeres deseosos de ver al Fakir, que, por otro lado, se manejaba bien con la mano derecha libre para comer y beber. Incluso fumaba.

Pero la gente no cabía en sí de asombro: algunos pensaban que no dejaba de ser un truco, bueno, pero truco, y pedían permiso para poder tocar los pies de Harry y cerciorarse por sí mismos de la capacidad del Fakir. Pero hubo quienes sufrían de vértigo al ver mano y pies clavados; otros se desmayaban. Se instaló una pequeña estación provista de sales y alcohol para reanimar a las almas frágiles. Otros le empezaron a llevar “milagros” de plata e imágenes de santos para confortarlo. Insólita, apareció una mujer que le rogó influyera ante la providencia para que apareciera su hijito, desaparecido días antes.

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El escenario era bastante alucinante, con el Fakir vestido a la oriental, con mujeres vestidas de odaliscas… y una enfermera, de pie, permanentemente, junto a él.

No era solamente clavar las manos de Harry: las puntas de las piezas de oro se doblaron para volverlas argollas, que luego se soldaron/

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Todo México, literalmente Todo México, fue a asomarse al abigarrado escenario, repleto de cortinajes brillantes e imágenes de deidades de la India. Desde Cantinflas hasta Maximino Ávila Camacho; desde Alberto J. Pani y Aarón Sáenz hasta María Tereza Montoya y Tito Junco. Nadie se quería perder el sorprendente espectáculo del Fakir Harry. El locutor Paco Malgesto, que en esos días brillaba como cronista taurino, se fue a hacer una transmisión en vivo para la emisora Radio Mil, en la que describió con lujo de detalles el aspecto de los pies y la mano de Harry.

No faltó quien intentara desacreditar el espectáculo, asegurando que se trataba de un timo, y que los clavos eran falsos. La gente estaba pagando, se dijo, por ver a un tipo tranquilamente recostado en una especie de diván, que engañaba a los incautos. Era 3 de septiembre. Habían transcurrido ocho días desde que Harry estaba clavado, y anunció que pagaría 20 mil pesos a quien demostrara que el acto era un fraude.

LA TRAGEDIA SE ACERCA

Un día antes de su anuncio, Harry estuvo en peligro: la tabla que lo sostenía empezó a partirse, y varios de los presentes debieron colaborar para apuntalarlo en lo que se reconstruía el extraño mueble, un poco diván, un poco mesa, en el que reposaba.

La muerte llegó a San Juan de Letrán 5 en los bolsillos de un hombre que se acreditó como médico estadunidense, que solicitó examinar las heridas. Empeñado Harry en demostrar que no estaba haciendo trampa, accedió. El individuo examinó los pies del Fakir, y repentinamente tomó las cabezas de los clavos, las removió con fuerza y las hundió en los pies de Harry, que empezó a gritar de dolor.

El ¿médico? escapó, perdiéndose en la multitud. El doctor Merino examinó a Harry. La crisis de dolor fue intensa y duró horas. Merino se decidió a enviar por el notario, el cerrajero y apoyo médico, pero el Fakir le rogó que no lo desclavara.

De ese modo eligió el camino que lo llevaría a la muerte.

El día 10 de septiembre, era notorio que el Fakir Harry se deterioraba. No obstante, se dijo que estaba por iniciar su gira por el país. A la hora de la hora, se abandonó la idea del viaje, porque Harry se debilitaba con rapidez. Se determinó que se le desclavaría el 20 de septiembre.

Para el día 13, el saldo era impresionante: 150 mil personas habían visto al Fakir clavado, lo habían examinado 62 médicos, y Harry, aunque débil, se decía orgulloso. Ya el hecho de llegar a 25 días sería un logro formidable.

Pero el día 16 tenía ya un aspecto crítico. El médico ordenó desclavarlo y se le llevó a un hospital de la colonia San Rafael, donde lo tuvieron cuatro días. Después, se le dio de alta. Harry, que soñaba con retirarse con las ganancias del acto, fue llevado al hotel Gillow, donde se restablecería en la habitación 302, a donde, con ayuda, llegó por su propio pie.

Harry Wieckede, el Fakir Harry, nunca salió del Hotel Gillow: cayó al suelo justo cuando cruzaba el umbral de la habitación, y murió quince minutos después.

Con la mano derecha libre, Harry podía comer, beber e incluso fumar. Además no deseaba que la gente creyera que estaba imitando la crucifixión de Cristo/

Con la mano derecha libre, Harry podía comer, beber e incluso fumar. Además no deseaba que la gente creyera que estaba imitando la crucifixión de Cristo/

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“ES EL DESTINO”

Se explicó después que la muerte del Fakir se debió a un trombo: un coágulo que le tapó la vena cava, provocó una falla cardiaca. Naturalmente, no faltó quien exigiera investigación policiaca, ¿quién era aquel médico? ¿Quién había descuidado al fakir? Sin embargo, tan rápido como se levantó la indignación, se disolvió en el fragor de la vida cotidiana. Un amigo cercano de Harry un actor llamado Alfonso Jiménez, declaró: “no hay dolo en la muerte de Harry. Fue su destino, y nada más”.