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¿Qué mató a Elvira Quintana?

Acaso sean las tormentas que se llevan en el alma las que más daño causan en la condición humana. Son los miedos más profundos los que detonan esas tormentas; miedos que a nadie se confiesan, hasta que los escapes desesperados y sus consecuencias las hacen visibles. Aunque se trate de una mujer joven, con una vida de fama y triunfos por delante. A la mujer de esta historia la movía algo mucho más oscuro que la vanidad.

historias sangrientas

Toda la iconografía que sobrevive de Elvira Quintana la muestra haciendo alarde de su belleza física.

Toda la iconografía que sobrevive de Elvira Quintana la muestra haciendo alarde de su belleza física. 

Quien busque hoy día, una fotografía de la actriz Elvira Quintana se encontrará con una mujer sonriente, alegre, que además de su carrera artística, pretendía incursionar en el mundo de las letras, escribiendo poesía, cuando una crisis de salud la postró y la mandó al otro mundo en cuestión de unos pocos días. Al conocerse su muerte, por la prensa de espectáculos, los mexicanos hablaron de imprudencia, de vanidad desbocada, de riesgos gratuitos: si era una mujer atractiva, joven aún, con capacidades que la harían perdurar en el gusto del público, aunque pasaran los años y llegara el inevitable cambio físico, ¿por qué adentrarse en el mundo, todavía inestable, de las cirugías y los tratamientos estéticos?

Una vez más: no importa el celo con que los personajes del mundo de la farándula oculten sus más profundos sentimientos, sus dramas, sus alegrías y sus tragedias. Si la muerte los arrebata, solo es cuestión de horas para que el mundo entero lo sepa todo. Suicidas, depresivas, desesperadas, las estrellas de cine y televisión son exhibidas de manera brutal. Ni las mortajas de sus ataúdes alcanzan a protegerlas en sus últimas horas en la tierra.

En el caso de Elvira Quintana, actriz, cantante, muchas cosas convergen en sus desdichas. Vive tiempos de cambio. Los modelos culturales se resquebrajan en los vertiginosos años sesenta del siglo pasado. Quedan atrás estereotipos que, probablemente reinaban en la cultura occidental desde el inicio de la centuria, el mundo se reinventa, las luminarias de las pantallas grandes y pequeñas, también. ¿Eran tiempos de incertidumbre? Definitivamente. Pero cada quién escoge sus obsesiones y la forma en que las resuelve. Esta mujer, que en agosto de 1968 tenía solamente treinta y dos años, y era uno de los símbolos sexuales del cine mexicano, intentó acallar sus demonios internos echando mano de los “tratamientos estéticos” que prometían mucho y nunca se sabía qué podrían acarrear.

TRIUNFADORA… E INSEGURA

Quintana, nacida en España y llegada a México cuando solamente tenía cinco años, cargaba con una historia personal no exenta de drama: era una refugiada de la Guerra Civil. Su familia había escapado de España después del fusilamiento del padre. Sus inclinaciones artísticas afloraron a muy temprana edad. Se formó como actriz estudiando en el Instituto de la Asociación Nacional de Actores, durante tres años. Fue natural que sus inicios se dieran en el mundo del teatro. Como resultaba lógico, pronto incursionó en el cine, al principio con tareas de extra y con pequeños papeles.

El primer papel importante le llegó con “Una solución inesperada” un segmento del filme de 1956 “Canasta de Cuentos Mexicanos”. Tenía solamente 21 años. Al año siguiente, ya tenía un papel estelar en “El Buen Ladrón”. Pero, además, cantaba, y cantaba bien. La fama le llega cuando canta boleros en la película de 1958 “Bolero Inmortal”. En adelante, la fortuna le sonreiría. Su carrera solamente se interrumpió con su muerte.

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Era atractiva, vivaz. Gustaba de los escotes pronunciados, “generosos”, como solía decir, de manera eufemística, la prensa de la época. Era evidente que estaba orgullosa de su cuerpo, y desde “Bolero Inmortal”, se ganó fama de ser una de las mujeres más bellas del cine mexicano.

Ya fuera cantando boleros o rancheras, los amplios escotes de Elvira Quintana eran su sello personal.

Ya fuera cantando boleros o rancheras, los amplios escotes de Elvira Quintana eran su sello personal.

Se colocó en el gusto del público; a lo largo de quince años de carrera, intervino en más de treinta películas, alternando con los grandes de la pantalla de plata, desde Pedro Infante hasta Tin Tan. Si bien el bolero era el género que la volvió famosa, no desdeñaba la música ranchera. No resultaba extraño. A aquella españolita que llegó huyendo de los horrores de la guerra, México le había dado todo: paz, un hogar, una educación y la plataforma para volverse famosa. Grabó cinco discos, unos de boleros, otros de ranchero. Su voz era muy querida en los hogares de México; eran tiempos en que las radionovelas tenían mucho peso, y en ello aventajaban a la joven televisión. Elvira Quintana protagonizó algunas radionovelas muy famosas, y a través de ellas, entró en las preferencias de todos los públicos. Si los caballeros se fascinaban mirando su cuello torneado y los escotes que mostraban buena parte de unos senos lozanos, a las señoras gustaba su talento actoral que disfrutaban tarde a tarde, encendiendo la radio.

Incluso, los primeros fenómenos detonados por la televisión dieron lugar a Quintana. Después del éxito brutal de la telenovela “Gutierritos”, se decidió llevar al cine aquella historia triunfadora, y hubo un papel para Elvira Quintaba en el filme.

Pero, en el fondo del corazón de Quintana anidaba la inseguridad. Sabía muy bien que haber empezado tan joven en el mundo de la actuación le auguraba, a fuerza de trabajo duro, una carrera larga y promisioria. No sería joven y atractiva para siempre; un día la voz empezaría a resquebrajarse, pero si se empeñaba, llegaría con dignidad y con contratos a la ancianidad. En el fondo, el temor a envejecer es algo que llega a todos los seres humanos. Todos lo asumimos con mayor o menor serenidad. Elvira Quintana dejó que la incertidumbre se apoderara de sus emociones. ¿Qué sería de ella cuando dejara de ser esa mujer de pechos tentadores y largas piernas? ¿Cómo resignarse a la pérdida de la belleza? La tragedia de Elvira Quintana radicó en que ella no quiso resignarse.

LA TENTACIÓN SE LLAMA SILICONA

Decidida a mantenerse bella el mayor tiempo posible, Elvira Quintana empezó a interesarse por los tratamientos estéticos de los años sesenta. A la distancia, cualquier habitante del siglo XXI puede ser incrédulo. ¿De verdad una mujer de 32 años, con enorme atractivo sexual, tenía necesidad de acudir con cirujanos estéticos en busca de la eterna juventud? Detrás de la amplia sonrisa de la actriz, había, ciertamente, inseguridad. Pero también había otra cosa: era una más de los millones de mujeres que empezaban a advertir una transformación en los estereotipos de ideales de belleza femenina.

Era la segunda mitad de los años sesenta; Mary Quant, inventora de la minifalda que en aquellos años de psicodelia y rock hacía furor entre las jovencitas, llevó a la popularidad mundial nuevos modelos de “lo femenino”. Una de las mujeres más fotografiadas del mundo, en 1968, era una muchachita endiabladamente flaca, la británica Twiggy.

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¿Influyó ese quiebre en el mundo de la moda y el cine en el ánimo de Elvira Quintana? Es posible. Hacia 1965, con 30 años, empezó a buscar la solución a su angustia: quería mantener bellas sus piernas, turgentes sus senos, que, además, formaban parte de su imagen pública. Quintana no posaba con escotes sobrios.

Pareció encontrar la solución a sus inquietudes en las inyecciones de silicona. No eran los tiempos de los implantes que hoy día se pueden conseguir. Se trataba de inyecciones directas para “rellenar” o aumentar volumen. En algunas fotografías de Quintana es posible advertir el crecimiento de sus pechos. A nadie le pareció escandaloso; la fama de la actriz no sufrió menoscabo por ello.

Se sabe que Elvira Quintana recibió ese tipo de inyecciones en piernas y busto. Era una tecnología que, si bien parecía dar resultados inmediatos, no era claro si tenía efectos secundarios. Si alguien se lo advirtió a Quintana, ella no hizo caso.

Las primeras complicaciones de salud ocurrieron en 1966: la silicona empezó a moverse en el cuerpo de la actriz y empezó a dañarle el páncreas y los riñones. Al principio no hizo mucho caso. Era joven y fuerte; serían molestias pasajeras.

Pero, al contrario, todo empeoró. Las molestias fueron cada vez peores. El diagnóstico fue terrible: el silicón había taponado los conductos de los riñones. De emergencia, fue hospitalizada para un tratamiento radical, que hablaba de lo mal que se encontraba: diálisis. Tuvo suerte, los médicos lograron sacarla de la crisis.

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Pero nadie le dijo, o no quiso escuchar: Quintana siguió aplicándose las inyecciones de silicona. Continuó con su carrera; las amas de casa la adoraron por una radionovela muy famosa, “Hipócrita”, que se transmitía en la XEW. Pero el mal era ya irreversible.

En el verano de 1968 volvió otra vez al hospital. El diagnóstico era todavía peor: los riñones de Elvira Quintana estaban destrozados por la silicona. Lo que ella tenía era una falla renal total, y no había más recursos para salvarla.

La agonía de la actriz duró diez días. Muchas historias se cuentan de esos momentos. Se dijo que, entre lágrimas, rogaba a los médicos que no la dejaran morir; que escribió trabajosamente unas memorias que naturalmente dejó inconclusas. Al cabo de esas jornadas de dolor y de espanto, Elvira Quintana murió el 8 de agosto de 1968. Miles de admiradores fueron a su funeral; un periódico ya desaparecido, Cine Mundial, publicó en primera plana la foto de su rostro muerto, enmarcado en la mortaja, como si el editor hubiera deseado conservar intacta la belleza de aquella mujer. Fueron cientos los que la acompañaron a su tumba en el Panteón Jardín.

Fue imposible que la prensa guardara el secreto de la causa de muerte de la actriz. Todo era culpa de la vanidad, del deseo de seguir siendo bella para siempre. Amigos editaron las poesías que dejó escritas. No podía ser de otra manera: colocaron en la portada una foto de ella, toda vigor y sonrisas, con su inevitable escote pronunciado.

A los pocos meses, en 1969, el sentido comercial de algunos astutos convirtió la biografía de Elvira Quintana en una fotonovela: “La vida de Elvira Quintana, según su diario íntimo”. Hecha con fotomontajes de la vida artística de la difunta, la publicación se vendió como pan caliente. Hoy es una pieza de colección, una curiosidad de hemeroteca.

Si bien fue la silicona la que mató el cuerpo de la actriz, hay una respuesta más profunda a la tragedia de Elvira Quintana. A esa mujer, con la que tantos soñaban, la mató el miedo. El miedo a dejar de ser la estrella que habitaba las fantasías de sus contemporáneos.