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Miroslava, la suicida más bella

La adoraban miles por su belleza; tenía solamente 29 años y era una estrella del cine mexicano. Crecería, ganaría en capacidad y aprovecharía su talento. Al menos, eso creía mucha gente de la prensa de espectáculos. Pero el perro negro de la depresión la acompañaba desde que era una niña. Sus sentimientos eran frágiles, como de cristal. Los amores desdichados la llevaron al abismo.

Historias sangrientas

Algunos reporteros afirmaron que a Miroslava se le encontró vestida de camisón y bata. Las fotos del cadáver publicadas la mostraban en ropa de calle.

Algunos reporteros afirmaron que a Miroslava se le encontró vestida de camisón y bata. Las fotos del cadáver publicadas la mostraban en ropa de calle.

Cuesta trabajo imaginarlo, pero quienes estuvieron en esa habitación aseguraron después que ese día de marzo de 1955 había medio centenar de personas apeñuscadas, haciendo su trabajo unos, intentando comprender otros. La pregunta de aquellas cincuenta personas era la misma: ¿qué llevó al suicidio a aquella joven que todavía no llegaba a los 30 años, que, una vez más, como lo dictaba el lugar común, lo tenía todo? ¿Bastaba aquella foto, en la mano del cadáver, para explicarlo todo?

Las horas parecían correr más de prisa esa mañana del 11 de marzo, para que, por la prensa o por la radio el público mexicano se enterara de que una de sus consentidas, Miroslava Stern, Miroslava o incluso “Miros”, estaba muerta, y, para mayor drama, se trataba de un suicidio.

Desde que la empleada doméstica de Miroslava encontró el cuerpo de la joven actriz, se habló de un suicidio causado por un amor fracasado. No se necesitaba ser ningún genio para llegar a esa conclusión. Cuando la policía y la prensa llegaron a la casa marcada con el número 83 de la calle de Kepler, en la colonia Nueva Anzures, la historia que vendería al día siguiente muchos ejemplares de periódicos estaba cantada: el cadáver tenía en la mano tres cartas, dos escritas en checo, idioma materno de Miroslava. También sujetaba una fotografía, la del torero español Luis Miguel Dominguín.

Todo lo que la actriz Miroslava Stern cargaba en el alma fue aireado después de su suicidio. Todos conocieron los contenidos de las cartas que dejó.

Todo lo que la actriz Miroslava Stern cargaba en el alma fue aireado después de su suicidio. Todos conocieron los contenidos de las cartas que dejó.

Todo lo que la actriz Miroslava Stern cargaba en el alma fue aireado después de su suicidio. Todos conocieron los contenidos de las cartas que dejó.

Aquello empezó a volverse un espectáculo: si cincuenta personas se amontonaban en la habitación, para contemplar el cadáver de la suicida, afuera ya había actores y cantantes, chamacas que imitaban el estilo de Stern en cuando a vestidos y peinados, gente humilde que la habría visto en alguna película y que e había prendado de la fragilidad que emanaba de la actriz.

“Se suicidó la bella actriz Miroslava”, “Se mató por amor”, “Se suicidó porque el torero Dominguín se casó con otra”, fueron algunos de los titulares del día siguiente. Pero el asunto no se acabaría veinticuatro horas después. Todos seguían preguntándose si efectivamente era el torero el culpable de la tormenta interna que había llevado a la actriz a matarse; circularon al menos media docena de chismes, algunos malintencionados, otros que se presentaban como “la verdadera historia de la muerte de Miroslava”. En aquel caso, todo mundo parecía tener una opinión y algún dato que torciera la verdad “oficial”.

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Que hasta la policía estaba conmovida por la muerte de la prometedora actriz se hizo evidente cuando, en vez de enviar el cadáver al forense para practicarle la autopsia, entregó, en la misma habitación, el cuerpo al padre de la muchacha, para que procediera a cremarla y sepultarla. Nadie protestó ni se extrañó ni reclamó que la autoridad capitalina se saltara las trancas, así por las buenas. Y es que, en el México de 1955, Miroslava Stern ya era un personaje querido. Y es que, además, tan joven, tan bonita, con tantas tragedias en sus veintinueve años. Al envenenarse con alguna clase de barbitúrico, Stern ignoraba que saldrían a la luz algunas historias dolorosas que formaban parte de su biografía. No importó que dos de las tres cartas que dejó estuvieran escritas en checo; todo mundo se enteraría del contenido, y las cicatrices de su vida emocional serían exhibidas mientras se le llevaba al Panteón Francés de San Joaquín.

LAS CICATRICES DEL ALMA

Quien crea en el destino pensará que Miroslava Stern nació con el sol negro de la melancolía y el dolor sobre su cabeza. Muchas historias de su biografía salieron a la luz inmediatamente después de su muerte: esa niña nacida en Praga había quedado huérfana y fue adoptada por un matrimonio judío apellidado Stern. La persecución nazi los sacó de su patria, un país que ya no existe, Checoeslovaquia. Para evitar que los enviaran a un campo de concentración, el padre de Miroslava hubo de confesar que su esposa no era judía y que la niña era adoptada. Eso no impidió que pasaran tres semanas en uno de esos campos que eran la antesala de la muerte.

La familia vagó por algunos países europeos buscando la ruta de escape. En 1941 lograron llegar a México. Miroslava, que tenía apenas quince años, cargaba, además de la angustia por haberse convertido en una perseguida, con el dolor de haber dejado en Praga a su abuela paterna, a la que adoraba y a la que nunca volvió a ver.

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Establecida la familia en México, parecía que encontrarían la paz. Enviaron a Miroslava a estudiar a Estados Unidos. En las horas posteriores a su suicidio, el padre de la actriz reveló que el primer intento de quitarse la vida ocurrió en aquellos días en que estuvo en la Unión Americana: se había conseguido un novio que fue enviado a la guerra. El muchacho cayó en combate, y al enterarse, ella trató de matarse. El riesgo de que la depresión por la pérdida de aquel joven y la lejanía de la casa familiar, y en particular la separación de su hermano Yvo, hicieron que la familia se olvidara de los planes educativos en el extranjero y trajeron a Miroslava de vuelta a México.

Pasó el tiempo. Elegida reina en el elegantísimo baile “Blanco y Negro” de 1944, ganó una beca para estudiar actuación en California, en los estudios RKO. Al volver, prosiguió sus estudios con el prestigiado Seki Sano. Pero la tragedia la perseguía: su madre murió de cáncer en 1945. Una vez más, Miroslava intentó suicidarse. En el estudio de Seki Sano conoció a un joven con el que se casó de manera apresurada: Jesús Jaime Gómez Obregón. Aquel matrimonio solamente duró unos meses, y en el mundillo del espectáculo se dijo que el esposo de Miroslava solamente había buscado una “pantalla”, pues era homosexual. Haya sido verdad o no, el divorcio sumió a Miroslava, nuevamente, en una enorme depresión. Pero era 1946, y ella empezaba seriamente su carrera artística. Ese año apareció en una película, Bodas Trágicas, conde alternó con quien se haría su amigo cercanísimo, y su mentor, Ernesto Alonso. Al año siguiente actuó junto a Cantinflas en ¡A volar, joven! Empezó a destacar. Llegó a filmar más de 25 películas. Y, cuando se anunció su suicidio, se supo también que había dejados plantados a Ninón Sevilla y a TinTán, en un rodaje que comenzaba, y nadie respondió las numerosas llamadas telefónicas que le hicieron desde los estudios. Los mexicanos la vieron en la pantalla de plata, por última vez, en la extravagante película Ensayo de un Crimen, dirigida por Luis Buñuel.

Luego, la muerte la reclamó.

EL AMOR Y LA MUERTE

Rosario era el ama de llaves que encontró a Miroslava. Llegaba de su descanso, y pensó que la actriz estaba encerrada en su habitación, porque al llegar a la casa, encontró la correspondencia amontonada en la entrada. Al día siguiente, cuando pretendió despertar a la actriz, ella no abrió la puerta de la alcoba. Asustada, Rosario llamó por teléfono al padre de la joven, para solicitar permiso y abrir por la fuerza. El penetrar en el cuarto, la encontró muerta.

En la mesa de noche había tres vasos con un líquido transparente. Vestía ropa de calle y estaba descalza. La cabeza de la muerta estaba apoyada en la mano que sostenía la foto del torero Dominguín. Los médicos de la Cruz Verde, los primeros en llegar, calcularon que Miroslava Stern llevaba muerta 30 horas. Aprovechó el descanso de Rosario para preparar su último viaje.

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“Estaba enferma de los nervios”, declaró su padre. Estaba deprimida, silenciosa, melancólica. “la estaba atendiendo un doctor”, afirmó Oscar Stern, que además era psicoanalista. Lo interrogaron acerca de los amores de su hija con el torero Dominguín. Ignoraba que la muchacha tuviera alguna relación con aquel personaje.

Pero para muchos era sabido que, durante una estadía en España, Miroslava y Luis Miguel Dominguín se habían hecho amigos. Muy amigos. Se afirmó que había romance, y que ella soñaba con casarse. Pero en aquella primavera de 1955, una de las noticias del mundo del espectáculo era que aquel gallardo matador se había casado con la italiana Lucía Bosé. En México, Miroslava Stern volvía asumirse en el dolor del fracaso amoroso. Se suicidó ocho días después de aquella boda.

De las tres cartas que dejó, se supo el contenido. Dos estaban escritas en checo, y eran despedidas para su padre y su hermano. A Yvo le pidió: “Escribe y envía la campanita de plata a Luis Dominguín”. La otra estaba dirigida a su administrador para dejar limpias sus cuentas y pagadas sus deudas. Si algún secreto pretendía ocultar Miroslava, toda su historia de vida se aireó en los días que siguieron a su muerte. Se supo, incluso, que su fragilidad emocional se remontaba a un momento de su adolescencia, cuando, junto con su familia, pasó en un refugio 36 horas de un bombardeo alemán.

Toda la tristeza y todo el dolor se terminaron cuando la depositaron en el Panteón Francés.

¿QUIÉN FUE EL CAUSANTE?

Pasaron décadas antes de que se pusiera en duda que Miroslava Stern se suicidó por la boda del torero español. En los años 70, Jacobo Zabludovsky afirmó que el verdadero amor desdichado de la actriz checa era Mario Moreno, “Cantinflas”. Años después, cuando Alejandro Pelayo y Vicente Leñero quisieron llevar al cine un cuento de Guadalupe Loaeza basado en el suicidio de Miroslava, invitaron a Ernesto Alonso a interpretarse a sí mismo. El actor se negó, incluso, de manera violenta. Pero los citó en su casa, ofreciendo que les contaría sus razones.

Sí, Miroslava se mató por un amor imposible, explicó. Un hombre al que amaba profundamente, y que solamente le daba largas. Estaba casado, había prometido divorciarse, pero el tiempo pasaba y ese hombre faltaba a su promesa. Desesperada, agotada, Stern se suicidó. “Pero eso ya lo sabemos”, dijo Leñero. “Se mató por Dominguín”.

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-¡Claro que no! Se sulfuró Alonso. -¡El culpable de la muerte de Miroslava era Mario Moreno!

-Caray, ¿Cantinflas?

-Sí, pero júrame que no lo vas a contar nunca.

Vicente Leñero escribió y publicó aquella conversación mucho después, cuando todos los protagonistas de aquel drama ya estaban muertos.