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México, 1923: historia del escape y exilio de Martín Luis Guzmán

Hace exactamente un siglo, una familia mexicana abandonaba su patria, librando apenas la sombra de la muerte. Enrarecida estaba la vida pública: la rebelión delahuertista era ya una realidad, pero en esa, la gran narrativa de la historia política, hay muchos personajes que se juegan la vida, la integridad de su familia, el poco o mucho patrimonio que poseyera. Las iras del poder político no eran cosa menor en la agitada Navidad de hace cien años

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Martín Luis Guzmán

Martín Luis Guzmán

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“Prepara los baúles”, le dijo el diputado del Partido Cooperatista, Martín Luis Guzmán, a su esposa, Ana West. “Nos vamos esta tarde a los Estados Unidos”.

-¿Cómo? ¿Esta tarde?

-Sí, y si no es esta tarde, porque no sea posible, será mañana, de modo que hay que arreglar todo.

Era diciembre de 1923. Martín Luis Guzmán, escritor, periodista, dueño y director de un diario vespertino, El Mundo, ignoraba que se encaminaba al más largo de sus destierros. Todavía no era el cásico de las letras mexicanas que muchos mexicanos todavía conocen. Hace exactamente un siglo, era un hombre de 36 años, ambicioso y con una enorme voluntad de hacerse un lugar en la vida pública de México.

Era uno de los pocos intelectuales que se había “ido a la revolución” a raíz del golpe militar de Victoriano Huerta, una década atrás, en aquellos años había aprendido el oficio del periodismo moderno en Estados Unidos; en España había incursionado en un novedosísimo género, en compañía de su amigo Alfonso Reyes, firmando como “Fósforo”, empezaron a escribir ¡crítica de cine! En París, la calidez y generosidad de él y su familia le habían granjeado el aprecio y la gratitud de un peculiar pintor llamado Diego Rivera, y el obsequio de un deslumbrante retrato cubista.

La posrevolución la había dado nuevas posiciones. Colaborador de un viejo amigo, Alberto J. Pani, había llegado a laborar en la Secretaría de Relaciones Exteriores y de ahí a ocupar la Secretaría Ejecutiva de la Comisión para las Conmemoraciones del Centenario de la Consumación de la Independencia. Después de su vínculo con el villismo, de fugas y pérdidas, Guzmán parecía consolidar logros y patrimonios.

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Pero en política nada es permanente, se sabe. El Partido Cooperatista, por el cual ocupaba una curul en la Cámara de Diputados, hace exactamente cien años, tomó partido en las luchas por la sucesión presidencial. El candidato del presidente Álvaro Obregón era Plutarco Elías Calles. Pero a lo largo de 1923, las diferencias entre el presidente y su secretario de Hacienda, Adolfo de la Huerta, fueron haciéndose más profundas y severas. La ruptura inevitable daría lugar a una rebelión militar encabezada por De la Huerta, y en esa ruta de choque muchas vidas cambiaron.

Era imposible que la existencia de Martín Luis Guzmán no entrara en crisis. Después de todo, en alguna proporción, él había contribuido a detonar la crisis entre De la Huerta y Obregón. Y todo por ganar una nota.

LAS CONSECUENCIAS DE UNA EXCLUSIVA

Todo empezó en septiembre de 1923. Adolfo de la Huerta estaba ofendido, molesto y preocupado por las llamadas “Conversaciones de Bucareli”. El colmo: había tenido que enterarse por la prensa estadunidense de los temas abordados, y no eran cuestiones menores: la resolución de la disputa por los terrenos del Chamizal, en la frontera norte, la creación de un tribunal de Arbitraje para conocer las reclamaciones de ciudadanos norteamericanos que se decían afectados por los vaivenes revolucionarios y, quizá lo más inquietante, discutir sobre la interpretación del artículo 27 constitucional: los negociadores de Estados Unidos aspiraban a una relectura que garantizara la “no intromisión” (¡¡¡) del gobierno mexicano en tierras agrícolas adquiridas por ciudadanos estadunidenses.

La molestia de De la Huerta provenía de algo aún más concreto: él le había advertido al presidente Obregón acerca de los riesgos de negociar esos asuntos con los gringos. Él, que había renegociado los términos de la deuda externa mexicana, cuyo servicio se había suspendido desde la caída de Madero, había arreglado los mecanismos para tratar con las empresas petroleras y comprometido indemnizaciones para los estadunidenses cuyas propiedades hubieran sido afectadas durante los años revolucionarios, leía cosas muy diferentes en los periódicos de Estados Unidos.

Con la minuta de aquellas conversaciones en las manos, le fue a reclamar a Obregón: estaba cediendo demasiado. El presidente manco le respondió con pragmatismo teñido de cinismo: “Son muchas quisquillosidades tuyas. Yo no quiero pasar a la historia con mi gobierno no reconocido por los demás gobiernos de los países civilizados del mundo. Algún sacrificio tenía que hacer”.

—Pero… ¡es que esto es contrario a la ley!”, explotó De la Huerta. “Entonces, has cometido traición a la patria”.

—“Pues esa es tu opinión”, devolvió el presidente manco. “Pero no es la mía ni la de las personas que conmigo han hecho estos arreglos”.

—“Pues hasta este momento sigo en tu gobierno”, contestó el secretario de hacienda, y se marchó a su oficina, a recoger su correspondencia.

Al día siguiente, Álvaro Obregón intentó componer las cosas. Caray, Fito, somos amigos. De la Huerta, que en opinión de Vasconcelos “era un buenazo”, fue sensible al gesto. Eran asuntos políticos y de lealtad a la patria, no de rencores personales, le contestó al presidente, y prometió reconsiderar su renuncia. Luego, se fue a encerrar en su casa, víctima de un derrame biliar. Eran los primeros días de septiembre de 1923.

En su encierro de enfermo, De la Huerta cayó en cuenta que había renunciado verbalmente y que aún no formalizaba su separación de la cartera de Hacienda, de modo que le dictó una breve carta a su secretario, Froylán Manjarrez. Después de algunos ensayos, quedó una carta que satisfizo a De la Huerta por “serena”. “Me la eché a la bolsa, dejando una copia [en su casa]”.

Esa copia fue la que una visita inesperada, el diputado y periodista Martín Luis Guzmán, encontró, leyó con detenimiento, y sabedor de que era una gran noticia, se la llevó para publicarla en la primera plana de El Mundo, el 22 de septiembre.

Nada volvería a ser igual, ni para De la Huerta, ni para Obregón, ni para Guzmán. Dos de esos tres hombres terminarían en el exilio.

LA CRISIS Y LOS PREPARATIVOS DE UNA FUGA NEGOCIADA

Aquella publicación irritó a Obregón, que se sintió traicionado, pues creyó que había aplacado la furia de De la Huerta y estaba seguro de que Fito no abandonaría la Secretaría de Hacienda. Por su parte, Fito habló en aquellos momentos de una “indiscreción periodística”. Guzmán estaba feliz y orgulloso de su exclusiva, y se pasó una semana fastidiando desde las páginas de El Mundo a sus competidores, los grandes diarios matutinos como Excelsior y el Universal, restregándoles el hecho de que un joven vespertino se había llevado la nota del año, dejándolos con un palmo de narices.

Aquello era, en efecto, un triunfo periodístico y a Guzmán no le daba pudor afirmar que los otros periódicos andaban perdiendo el tiempo en cosas poco trascendentes mientras El Mundo se ponía a investigar los grandes sucesos de la política nacional. Para eso empleó un curioso seudónimo: El Reportero Respondón.

Pero hay triunfos muy costosos. La crisis política se precipitó: la ruptura De la Huerta-Obregón, se volvió irreparable. Adolfo de la Huerta dejó de negar que tuviera algún interés en volverse candidato presidencial, y, al ser evidente que, de persistir en el tema entraba en abierta confrontación con Obregón, se dejó orillar por sus partidarios hacia un movimiento armado.

En diciembre de 1923, para Guzmán las cosas empeoraban: por todas partes le llegaba rumores de que su vida peligraba, de que era indispensable que públicamente se manifestara a favor de la candidatura presidencial de Plutarco Elías Calles y se olvidara de sus simpatías delahuertistas. Pero el periodista se mantuvo en su posición. Lo buscó el sustituto de De la Huerta en Hacienda, su viejo amigo y antiguo jefe, Alberto J. Pani.

“Si no cambia de ideas, es posible que traten de matarlo de un momento a otro”, le reveló Pani al periodista. Guzmán se resistió: “no voy a cambiar de ideas así como así, no son mis modos”. Pero en el acercamiento de Pani también latía la amenaza del gobierno obregonista.

Salió Guzmán de Palacio Nacional. Al pasar por las puertas de la Catedral, tuvo una idea: ¿Y si mejor el gobierno lo expulsaba de México? Corriendo, se devolvió a las oficinas de la Secretaría de Hacienda para explicarle a Pani la súbita inspiración.

“¿Y si me voy del país? ¿Por qué habrían de matarme, pudiendo marcharme de México por un tiempo?” A Pani le gustó la idea. No era cosa de mancharse las manos de sangre a la primera. Le aseguró a Guzmán que era una idea a la que Álvaro Obregón no podría reparos. Ya lo vería, Martín. Todo se arreglará.

Pero una cosa era decirlo y otra llegar con vida a la frontera norte.

(Continuará)