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René Avilés Fabila: Quería morir de un solo golpe

Amigos y familiares evocan al escritor temperamental y franco. Decía que su amante era el periodismo, pero su esposa era la literatura

Mario Vargas Llosa, el escritor peruano ganador del Premio Nobel de Literatura
Mario Vargas Llosa, el escritor peruano ganador del Premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa, el escritor peruano ganador del Premio Nobel de Literatura (La Crónica de Hoy)

Cuando me muera quiero que sea de un solo golpe, le dijo René Avilés Fabila a su amigo el poeta Dionisio Morales, seis días antes del deseo cumplido.

Así ocurrió apenas el domingo, en el sauna de su casa…

El lunes 4 de octubre ambos se reunieron a comer con los escritores Carlos Bracho e Ignacio Trejo Fuentes. El tema de la muerte surgió al charlar sobre los recientes decesos de Roberto Escudero y Luis González de Alba, líderes del 68.

“Me hice ya todos los exámenes médicos y salí muy bien, acaso un poco de grasa en el hígado”, presumió a los camaradas.

—No quiero tener una vejez en cama, enfermo y entubado, confió Dionisio.

—Tampoco lo soportaría. Cuando muera quiero que sea de un sólo golpe -expresó René.

Aquel día pidió un par de tequilas dobles, como solía hacerlo. Y al final un sambuca blanco.

“Quería beber más, pero como los otros tres nos tenemos que cuidar, no le seguimos el ritmo —relata el poeta—. Ya no vuelvo a tomar con ustedes, porque se volvieron abstemios, bromeó él”.

Y se despidieron con la certeza de encontrarse el martes 10 de octubre en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes, donde Bracho presentará un nuevo libro.

Este domingo, René se levantó temprano. Su esposa por más de 52 años: Rosario Casco —de quien se enamoró en la preparatoria—, lo recuerda frente a la computadora, en la revisión cotidiana de sus redes sociales:

“Luego se puso a leer los periódicos. Antes de las nueve de la mañana me dijo: ya tengo mucho frío, me voy a meter al sauna. Era su rutina dominical. La última vez que lo vi con vida fue caminando hacia ese cuartito que para él era un lugar íntimo, donde se relajaba. Me han preguntado los amigos si tal vez el sauna afectó, ya es inútil pensarlo, pero la muerte no pudo llegar en mejor lugar”.

Ahí en el sauna lo encontró Rosario, ya en agonía…

El día previo comió con su esposa y otro par de amigos: Agustín Gutiérrez Canet, ex embajador de México en Rumania, y Javier Esteinou, periodista e investigador de la UAM, el anfitrión. Hablaron de viajes y política. A las 19:00 horas regresaron a casa. René ya no quiso cenar y dedicó la noche a la televisión.

“Estuvo un poco molesto porque tomó vino y le hace daño… Varias veces me había dicho que le temía a la vejez. Otros cinco años y ya, decía”, describe ella.

Frente al féretro grisáceo, copado por lirios y rosas blancas, sus compañeros de vida evocan al René de carcajadas y pinceladas cultas, de amigos boleros y enemigos por traición.

“Murió como hubiese querido”, dice la pianista e historiadora Betty Zanolli Fabila, su prima, de inevitables sollozos mientras revive las fotografías junto a él, en aquel último recital en la UAM Xochimilco.

“Trabajaba demasiado. Recién había ido a Tabasco a impartir una plática”.

—¿De qué tema hablaste?, le consultó ella.

—De mí –dijo él–: ¿de qué otro tema quieres que hable? Lo bueno es que cada vez me sale mejor.

Fue un diálogo muy parecido a otro de la cotidianidad, cuando le preguntaba: ¿A quién amas más? Y René respondía con ese desenfado habitual: “A René Avilés”.

Betty lo retrata así: “Era un hombre de contrastes y férreas convicciones. Decía que su amante era el periodismo pero su esposa la literatura. Hacía mucha amistad con la gente, la que ha venido aquí lo adoraba. Con esa misma pasión que lo querían lo podían odiar. Al final de su vida empezó a recuperar a muchos de sus enemigos”.

—¿Por qué surgían esas distancias?

—Con algunas personas por envidia, con otras porque él era muy temperamental y decía las cosas como las sentía, demasiado franco y su verdad era incómoda, dolía.

—¿Por qué un hombre de contrastes?

—Como amaba, odiaba. Ahí está el caso de Jairo Calixto Albarrán: cuando René publicó un artículo contra el presidente Ernesto Zedillo y el director de Excélsior, Regino Díaz Redondo se lo bloqueó, él renunció y más de 100 colaboradores se fueron con él, menos uno: Jairo, quien había sido su brazo derecho en el periodismo y el hijo que nunca tuvo. René lo tomó como una traición y lo aborreció por muchos años.

A las 8 de la mañana del domingo, a unos minutos de morir, le llamó por teléfono su hermana Iris Santacruz Fabila, coordinadora de asesores en el IPN.

“Mi hermano era muy culto, le platiqué que iría a una visita privada al edificio de la SEP, donde llevaría a un grupo de científicos y artistas de alto nivel internacional a quienes el Politécnico les está entregando el doctorado honoris causa. Él me comentó, muy a su estilo: te vas a encontrar en los murales dos veces a Frida Kahlo y una vez a Antonieta Rivas Mercado”.

—Luego te platico cómo me fue, le prometió ella.

Y René le hizo una recomendación final: “También está ahí el último mural que hizo Siqueiros”.

Aquí, en la Sala A de esta funeraria de Félix Cuevas, deambulan decenas de amigos, hoy de ojos tristes… Como David Gutiérrez, quien lo llama maestro. Trabajó con él más de 30 años: en el suplemento cultural El Búho y en la Coordinación de Extensión Universitaria de la UAM.

“No se me borra el día en que René llegó muy contento porque el suplemento de cuatro páginas tenía mucho éxito. Aumentaremos a ocho páginas, anunció. Algunos lo invitamos a tomar unas cervezas para pedirle un espacio fijo, y de ahí en adelante creció la amistad”.

Lo vio el viernes, dos días antes de este adiós para siempre: “Platicaba de un proyecto dos o tres minutos y luego era puro desmadre. Me platicó que pensaban darle el Premio Pagés Llergo, que habría motivo para compartir unos drinks. René era de buen trago”.

Se levantaba —cuenta— casi todos los días a las cuatro de la mañana. Las mejores charlas de trabajo las tenían entre 5:30 y 6:00 de la mañana.

“Estaba en la Facultad cuando lo conocí… Aceptó que yo y otro amigo fuéramos a entrevistarlo a su casa, de repente él se fue a buscar unos libros al estudio, nosotros nos quitamos los zapatos y comenzamos a brincar como locos en su sala. Años después le contamos lo que pasó, sólo se carcajeó”.

Entre los afligidos también está su asistente por más de 25 años: Félix, quien era bolero a las afueras del Excélsior. “Un día me enteré que necesitaba un ayudante, logré entrar a su oficina y le pedí una oportunidad. Sólo me contestó: no te preocupes, mañana te espero aquí”.

El jueves, en las instalaciones de la Fundación Avilés Fabila, le susurró sobre las remodelaciones en turno: “Ya me urge que terminen de trabajar, para invitar a los amigos y pasarla bien. Sólo venimos a esta tierra a ser felices”…

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