
Tengo la convicción de que la Ciudad de México puede ser, al mismo tiempo, una metrópoli ordenada y liberal. No hay contradicción alguna. No se tiene que elegir una u otra. Por eso recibí con beneplácito la oferta de Mikel Arriola de imponer un principio de orden a la ciudad agobiada por el caos. Por eso estoy en contra de su propuesta de irrumpir en la vida privada de los habitantes.
Entiendo que uno de sus resortes fue posicionarse ante el electorado conservador, ubicado del centro a la derecha, que se quedó sin opciones, pero lo planteó de la peor manera posible. Muchas ciudades del mundo, incluso muchas que admiramos, muestran que la civilidad no está reñida con las libertades individuales. Seguir reglas de convivencia en materia de tráfico, manejo de residuos, pago de impuestos, no puede estar peleado con dar un espacio para que la gente viva su vida como quiera.
Algo bueno quedó del desplante del pelotari Mikel Arriola, metido a aprendiz de inquisidor. Los habitantes de la Ciudad de México están cómodos con que uno de los rasgos de la metrópoli sean las libertades individuales de las que gozan sus habitantes. No están dispuestos a dar marcha atrás ni a ceder la plaza. Esas libertades individuales parten del apotegma juarista de que el respeto al derecho ajeno es la paz. El respeto es el concepto rector en una ciudad como la nuestra.
La Jefatura de Gobierno de la ciudad está para crear las condiciones de una convivencia armónica en la mega metrópoli. Está para dar seguridad, para que la gente se sienta en paz en su casa y en la plaza pública. El gobierno está para brindar buenos servicios públicos, que no es algo secundario. La agenda del futuro para la ciudad tiene que ver con la ecología, la movilidad, la innovación y eficacia en los servicios públicos, algo que Mikel puede hacer muy bien. Lo hizo en su más reciente encomienda al frente del IMSS.
Mikel tiene otras opciones para agradar a los votantes de derecha. Los gobiernos de izquierda, primero perredistas y después compartiendo espacios del poder con Morena, presentan un desgaste mayúsculo. La calidad de vida en la ciudad se ha deteriorado de manera evidente. Hay mucha gente descontenta con el desempeño del gobierno sobre todo en materia de seguridad, donde el narcomenudeo se ha erguido como una bestia negra que puede devorarnos. Los narcomenudistas actúan con una desfachatez que sólo se entiende porque tienen la complacencia de la policía.
Pero no sólo eso, el transporte público, comenzando por el Metro es una calamidad. En ciertas delegaciones, hay bicitaxis, mototaxis, taxis piratas, tolerados, combis conducidas por adolescentes. Lo que genera caos, pero no un buen servicio de transporte.
Que Mikel se meta en eso, pero que diga cuál es la familia perfecta en una comunidad con múltiples modelos de familia. Eso se dirime en una cancha en la que las autoridades no tienen llamado. Pongamos, para terminar, el ejemplo de un bar gay. Lo que tiene que atender la autoridad, digamos Mikel si gana la elección, es que el establecimiento cumpla con requisitos como contar con equipo antiincendio, con una eficaz puerta de emergencia, que cumpla los horarios, que no venda alcohol adulterado, que no haya al interior venta de droga. Verificar eso es su responsabilidad. Si adentro hay hombres que bailan con hombres o chicas que coquetean entre ellas, algunos de los cuales se enamoran, se casan y quieren tener hijos es algo en lo que los funcionarios salen sobrando.
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