
No confíes en nadie que tenga más de 30 años, dicen que alguna vez dijo Bob Dylan. Hoy, a los 75 años de edad, es ganador del Premio Nobel de Literatura. ¿Podemos confiar en él? Acaso no, pero todos seguimos confiando en aquel gurú veinteañero que en la década de los años 60 del siglo pasado compuso un puñado de canciones que devinieron himnos generacionales. Canciones que todavía hoy significan algo para mucha gente, cosa que muy pocos músicos pueden presumir.
En el aquel tiempo Dylan era el sabio de la tribu que, como dijo Serrat, llegó a viejo sin tener que ser adulto. Una especie de Dalai Lama con greña jamás sometida a las reglas de un peine, que soltaba parábolas, casi sermones, sobredosis de luz, en torno a la vida de esa generación que tocaba la puerta de la psicodelia. Un oráculo con una voz extrañísima y, por lo tanto, inconfundible. Su propuesta de música y poesía lo convirtieron en una leyenda precoz.
De Dylan se reseñaban hazañas de película, como esa que fue quien introdujo a los Beatles al mundo del cannabis. Lo hizo bien pues los británicos se convirtieron en consumidores entusiastas. También se repite con insistencia que es un tipo insufrible y que casi nadie lo aguanta. No lo sé, aunque en la primera jornada del Desert Trip Dylan llegó al extremo de desdeñar una oferta de los Rolling Stones de tocar algo juntos en el escenario. La molestia de los ingleses trascendió.
Pero hay que entrarle al tema que ha saturado las redes sociales: ¿Pueden los músicos ganar el Nobel de Literatura? Ayer circularon reacciones que van desde “por qué no se lo dieron antes”, hasta “en qué estaban pensando los académicos”. De entrada, me parece que no, por la sencilla razón de que los escritores no ganan el premio Grammy. La prueba del ácido, en el caso de Dylan, sería leer las letras de sus canciones sin el apoyo de la música, pero es injusto porque están hechas para ser cantadas o escuchadas, no para ser leídas. Dylan escribe canciones y logra rimas ingeniosas con estribillos que contribuyen a recordarlas mejor, pero son canciones donde la repetición juega un papel que sería disfuncional en el papel. Claro que hablo desde las canciones que he escuchado, no desde su obra completa. Murakami, Philip Roth y Javier Marías, que tienen méritos abundantes, seguirán esperando.
Mi canción favorita de Dylan es “Como una piedra rodante”, una joya de la cultura popular. En ella, Bob cuenta la historia de una chica que cae de la nube en que andaba y le pregunta ¿cómo se siente ser una completa desconocida, sin hogar, como una piedra rodante? Me parece que la pregunta pertinente para Dylan al ganar el Premio Nobel es: ¿Cómo se siente?
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