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Días de quenas y bombos: la música latinoamericana que llegó a México

Inti Illimani en el Estadio Nacional
Inti Illimani en el Estadio Nacional Inti Illimani en el Estadio Nacional (La Crónica de Hoy)

Con el rock mexicano “sofocado”,  el auge de los baladistas fue mayor.  Pero al mismo tiempo, las sonoridades de otros países latinoamericanos llegaron a la vida diaria de los mexicanos. Los adultos, sin muchos matices, consideraban a aquella oleada musical como parte de las “canciones de protesta”. Para los jóvenes eran gritos de libertad, muy parecidos a los que en el México post 68 aún latían, y para los más pequeños llegaban como figuras literarias difíciles de comprender: ¿Qué significaba aquella canción, que hablaba de una paloma muerta y de las penas de un Santo Padre?

Si bien es cierto que los cafés cantantes empezaron a caer en desuso, las peñas eran los espacios donde aquella música con un ritmo que pegaba en el corazón se escuchaba. No había en México joven universitario que no escuchara a Violeta Parra, a Mercedes Sosa, a Atahualpa Yupanqui y a Víctor Jara. Era un universo musical que hablaba de altos sueños libertarios, o de un mundo donde parecía resonar la utopía conseguida.  Joan Manuel Serrat seguía cantando en catalán como una forma de resistencia al franquismo, y dos cubanos, Silvio Rodríguez y Pablo Milanés hablaban de esa revolución cubana que aún se consideraba triunfante. “Tengo, vamos a ver”, había escrito el poeta Nicolás Guillén, “que ya aprendí a escribir, y a pensar y a reír”, y Milanés lo volvía canción y la canción se volvía esperanza, y los discos se ponían, una y otra vez, en muchas casas mexicanas.

Grupos como Los Folkloristas, o Inti Illimani, fueron conocidos y seguidos por los mexicanos, y Óscar Chávez encontró su camino definitivo en la música, cantando lo mismo “El Guerrillero”, que sus canciones-parodias políticas, donde hablaba de la liberación femenina, de los políticos corruptos, y de la Flor de la Canela.

Eso que en aquellos años se llamó Nueva Canción, dio para que un personaje de aquel movimiento, José Alfonso Ontiveros, mejor conocido como Guadalupe Trigo, produjera una canción que resultó, desde su nacimiento, en 1971, una afortunada declaración de amor a la vieja capital mexicana. “Mi ciudad” se convirtió en uno de esos clásicos de la cultura popular de nuestro país.

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