
No, el feminismo no es enemigo de la literatura. No pretende censurar ninguna obra artística. No es un nuevo movimiento puritano e inquisidor. Por el contrario, en sus diferentes vertientes busca, a través de la crítica, replantear y aproximarnos al arte desde otras perspectivas menos exploradas, pero que igualmente proponen nuevas formas para comprender e interpretar al mundo.
La crítica del arte sirve para poder desmenuzar, analizar, entender, comprender y por supuesto también reconocer una obra. Hay un debate constante —malinterpretado, en mi opinión— que está focalizando que en este análisis feminista de las obras de arte, sobre todo en la literatura, se está intentando prohibir obras literarias, porque sus personajes representan actitudes machistas o la obra es un ejemplo de la forma en que se puede “estetizar, erotizar, edulcorar la agresión masculina y el sufrimiento femenino”, como menciona la escritora y crítica literaria, Laura Freixas sobre la Lolita de Nabokov.
Que haya una parte crítica y analítica puntualizando lo anterior no quiere decir que por eso una obra no debe ser leída. Al contrario. Debe ser leída, releída, revisada, analizada para poder entender los diferentes discursos que yacen en la propia obra. Hay que tomar las obras que nos han formado, aquellas que hasta cierto punto están consagradas y volver a mirarlas.
Probablemente para muchos, este enfoque es innecesario, porque suponen que cualquier persona al leer, por ejemplo, Lolita, enseguida reconoce que Humbert era un “pedófilo violador de una niña de 12 años”. Sin embargo, muchos siguen interpretando por la forma en que se narra, que Lolita es una historia de amor de un hombre obsesionado con la belleza de su hijastra y que él es víctima de la seducción constante de ella.
Incluso, el término Lolita se popularizo bajo la definición de niña o adolescente atractiva y provocativa.
El escritor Mario Vargas Llosa, en su columna Nuevas inquisiciones —publicada en El País y replicada en Crónica— inicia de forma bastante interesante su artículo, menciona su preocupación por la muerte de los disidentes rusos o una posible guerra nuclear, para dar preámbulo a su mayor preocupación actual: que la literatura pueda desaparecer por culpa del feminismo. “Ahora el más resuelto enemigo de la literatura, que pretende descontaminarla de machismo, prejuicios múltiples e inmoralidades, es el feminismo”.
Pone como ejemplo, el texto de Laura Freixas “¿Qué hacemos con Lolita?”, en el cual según Vargas Llosa la autora llama a prohibir este tipo de libros y no reconoce u olvida que es “una de las mejores novelas del siglo veinte”. Sin embargo, Freixas en su artículo escribe, “Retomo la pregunta del título: ‘¿Qué hacemos con Lolita?’ A la luz de lo que llevo dicho, se comprenderá mi conclusión: leerla, sí, porque es una gran novela. Pero también analizarla. Criticarla”.
Releí varias veces el artículo de Freixas y en ningún momento interpreté que se busque censurar o prohibir las obras, ni mucho menos Lolita.
Y no, el feminismo tampoco está buscando que de ahora en adelante los personajes dejen de ser machistas. Eso sería una tremenda estupidez, como creer que el feminismo llama a quemar, censurar o prohibir libros. Seguramente, con el paso del tiempo, habrá más representaciones femeninas sin tantos estereotipos y mucho más complejos e interesantes, a partir de que la sociedad vaya avanzando y luchando con sus propios demonios.
Pero también hacen falta otros enfoques de aproximación a las obras que ayuden a visibilizar lo que está oculto. A reinterpretar. A repensar. La crítica no es censura.
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