
Los habitantes de la Ciudad de México caminamos con la cabeza agachada y fija al piso, no porque no nos guste mirar el cielo, los edificios o los árboles, es que no queremos pisar mierda de perro. Habitamos un campo minado por los desechos de nuestros fieles amigos y sus inconscientes dueños.
En México viven 23 millones de perros y aproximadamente 4 millones habitan en la Ciudad de México, según datos de la Secretaría de Medio Ambiente local y la Cámara de Diputados, citados por El País. Estos animales producen cerca de 700 toneladas de heces fecales en un solo día.
Una gran parte de esos desechos terminan en las calles por dos razones: La primera, el 70 por ciento de los perros son callejeros y en su deambular, sus heces quedan distribuidas en diversas zonas. La segunda, por dueños que no se responsabilizan y no levantan los desechos de sus mascotas.
Las medidas oficiales para intentar contrarrestar el grave problema de salud pública que provocan las heces fecales de los perros han sido bastante limitadas y muchas veces ni siquiera son aplicadas, como es el caso de las multas por dejar excremento canino en la calle, que pueden ir de hasta 700 pesos o 12 horas de arresto y que se encuentra en el artículo 26 de la Ley de Cultura Cívica de la capital.
Tampoco se soluciona o reduce el problema de las heces o la profusión de mascotas callejeras con sacrificar a los perros que se encuentran en las calles. Nueve de cada diez perros son sacrificados y sólo uno es puesto en adopción o reclamado por sus dueños. Los albergues para perros tendrían que cumplir más funciones. Por ejemplo, podrían ser centros de entrenamiento donde los perros pudieran aprender actividades para que fuera más fácil colocarlos como perros guía, perros rescatistas o perros de apoyo emocional.
También deben existir acciones legales más rigurosas contra las personas que abandonen a los animales o se dediquen a criar y vender de forma clandestina perros de raza, sin ningún tipo de control. Porque esto hace que exista una producción excesiva de canes y muchos de ellos terminen en las calles enfermos, sin esterilizar y contaminando la ciudad.
Las personas tienen también que concientizarse y adoptar, más que comprar. Así como responsabilizarse por los desechos de sus mascotas. Sin embargo, estudios recientes han demostrado que recoger las heces de los perros y depositarlas en la basura no es suficiente.
Las heces de las mascotas se descomponen en las bolsas cerradas, al no entrar aire se produce gas metano y puede causar incendios en los rellenos sanitarios donde son depositadas por los camiones de basura.
Hace más de dos años, con el apoyo de Conacyt, se creó Composcan, un proyecto que pretendía manejar de forma integral las heces caninas para producir energía eléctrica mediante un biodigestor.
Sus fundadores comentaron en varias entrevistas que diseñaron y elaboraron un contenedor especial donde las personas pudieran depositar los desechos de mascotas y después transformarlos en energía gracias a la mezcla con otros residuos vegetales.
Hasta el momento se desconoce si el proyecto ya se puso en marcha, sobre todo en las delegaciones donde abundan los perros. Pero sería importante retomar ese proyecto y otros para manejar adecuadamente las heces de las mascotas y, asimismo, generar más acciones eficaces para protegernos de los riesgos por los desechos de nuestros fieles compañeros. Tenemos que cuidarlos y hacernos responsables de ellos.
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