Escenario

Jigsaw: La pérdida de ingenio del sadismo

La imagen muestra a cuatro personas encapuchadas y encadenadas en una habitación oscura.
La imagen muestra a cuatro personas encapuchadas y encadenadas en una habitación oscura. La imagen muestra a cuatro personas encapuchadas y encadenadas en una habitación oscura. (La Crónica de Hoy)

Año 2004. El mundo entero reaccionó positivamente ante el fenómeno de la cinta Saw, de James Wan, la cual fue fascinante para los géneros del terror porque no solo se trataba de una película que buscaba provocar miedo, sino que utilizaba la tortura y el gore con un significado potencial más realista al mezclar la tensión psicológica y la intriga en una historia que se mezclaba con otros géneros como el cine negro y el thriller. Esa película fue fascinante por ingeniosa, pues Wan apeló al lado más morboso y sádico del espectador con juegos y giros de tuerca que terminaban con espectaculares muertes.

Rápido se convirtió en franquicia. La fórmula se volvió a utilizar cada dos años y con el tiempo los juegos fueron cada vez más ingenuos, aunque a veces no menos espectaculares. Wan ya no era el director, sino un productor más ambicioso que creativo y las películas en manos de Darren Lynn Bousman, David Hackl y Kevin Greutert, por mencionar a algunos comenzaron el declive creativo de la franquicia: con ellos se apeló más al espectáculo sangriento que a la construcción de una intriga genuina. Y así llegó este año Jigsaw, la octava entrega de la saga filmada por los hermanos Michael y Peter Spierig, que venían de cautivarnos con esa extraña película de aventuras en el tiempo de Predestinación (2014).

Su incursión a la saga, no podría considerarse un fracaso. Tampoco un éxito. La apuesta en la octava entrega de Saw es revalorar la franquicia, rendirle homenaje y revivir aquellas emociones que despertaron morbo en el espectador, sin embargo, la película queda a deber mucho en lo mismo que padecen el resto de las secuelas, que es la falta de un argumento sólido, con juegos sádicos menos impactantes y con situaciones cada vez más predecibles.

La película nos regresa al personaje principal de la primera entrega conocido como Jigsaw. En esta ocasión atrapará a cinco personas y las enfrentará en una serie de juegos sangrientos como castigo por sus delitos. Al mismo tiempo tiene lugar una investigación en la que científicos forenses tratan de encontrar y capturar al asesino, con la sospecha de que alguien del equipo puede ser el responsable.

Una de las cosas más curiosas de este filme es la forma en que se toma al personaje principal, Jigsaw el villano de esta historia se le ha caracterizado esta vez con elementos de antihéroes y justiciero de una manera tan orgánica que ya no se vuelve temido sino curioso, su “natural” afecto al sadismo ha perdido credibilidad y es su personaje principal. Lo que queda después es una serie de personajes secundarios que fracasan en sostener cualquier intento de intriga ya sea por lo huecos y ridiculizados que los presentan, o por lo mal actuados que llegan a ser.

En efecto, Jigsaw ofrece un rato de entretenimiento, incluso con humor involuntario (de ese que en lugar de dar miedo da risa), pero ya no hay ningún factor sorpresa. La feria de las mutilaciones está presente, pero no hay un espectáculo estelar. A Jigsaw se le está acabando la creatividad.

El actor Ben Stiller es popularmente conocido por su trabajo en filmes de comedia romántica, familiares, de acción y fantasía sin mucho sentido reflexivo. Lo más serio en su carrera se había dado con Noah Baumbach, con quien estrenó este año la sorprendente The Meyerowitz stories. Como director había hecho también un filme sorprendente con La vida secreta de Walter Mitty (2013). Esta ocasión se enrola en una comedia mucho más reflexiva. Posiblemente en la que ofrezca su papel más introspectivo, al dar vida a Brad, a pesar de tener una buena carrera profesional y una familia feliz, está obsesionado con las fortunas que poseen sus antiguos amigos de la escuela. Durante un viaje en la búsqueda porque su hijo llegue a Harvard se verá obligado a enfrentar a sus viejos amigos y a sus sentimientos de fracaso.

El más reciente trabajo del interesante cineasta independiente Marcelo Tobar, llega a las salas de cine perseguido por la etiqueta de ser el primer largometraje hecho con celulares iPhone, y además con la distinción de haber ganado el premio principal del destacado Festival Internacional de Cine de Morelia. Más allá de eso, la propuesta que hace en Oso polar es una reflexión sobre los traumas emocionales que ha dejado el bullying en las personas llevada a situaciones límite. Se centra en la historia de Heriberto, quien da aventón a dos viejos amigos de primaria a una reunión generacional, durante el trayecto, lleno de desperfectos, anécdotas y alcohol, Heri intenta reconectar con ellos pero Flor y Trujillo, replican la misma dinámica abusiva que tenían contra él cuando eran niños; una relación racista y clasista. Heri, quien ya no es el mismo sumiso de antes, va a proveerles la sorpresa de sus vidas.

Como es sabido, el cine documental en México es uno de los más vastos del mundo. Hay quienes aseguran que es mucho más propositivo que el cine de ficción en el país el que le aseguran vive su segunda época dorada. Esta vez llega a las salas de cine nacionales el filme Somos lengua, una mirada a la escena musical del rap en México realizado con una profundidad que lo reconoce como todo un movimiento musical olvidado por los proyectores. El cineasta Kyzza Terrazas, quien debutó con el drama de El lenguaje de los machetes, se adentra en distintas ciudades de México, para darnos a conocer un panorama de la situación en la que viven los mejores exponentes del rap en México, sus trágicas historias y su relación con las palabras como un elixir que los motiva a seguir sus vidas en escenarios hostiles.

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