
Hay tanta ceniza que la imagen parece tomada en blanco y negro. Puro gris. Un cadáver yace en el piso, agarrando algo con su mano derecha. La escena es tan espeluznante que trae irremediablemente a la retina algunas de las imágenes más conocidas de las ruinas de Pompeya, la ciudad italiana que una terrible erupción del monte Vesubio arrasó en el año 79 d.C.
Una de las imágenes más conocidas de Pompeya es la de los amantes (que probablemente eran dos hombres), en el conocido como Jardín de los Fugitivos. La imagen de las siluetas de las personas, petrificadas y entrelazadas para la posteridad se tornó en actual tras ver a los cadáveres yaciendo en la ladera del volcán de Fuego en Guatemala.
Sin embargo, los muertos en aquella erupción fueron muchos más: Aunque se encontraron cerca de mil cuerpos entre Pompeya y la cercana Herculano, también arrasada, se calcula que las víctimas ascendieron a más de 5 mil, entre una cuarta parte y un tercio de los habitantes de ambas ciudades.
Ninguna erupción de la era moderna es ni será tan célebre como la de Pompeya, pero algunas han causado un daño inmensamente mayor, y algunas increíbles historias que merecen que las recordemos.
En la retina de América Latina está todavía grabada la explosión del volcán más septentrional de la cordillera volcánica de los Andes el 13 de noviembre de 1985. Las imágenes que las cámaras de televisión ayudan a conservar la memoria de las cerca de 23 mil personas que se calcula que murieron cuando la lava que descendió por la ladera del Nevado del Ruiz, mezclada con nieve derretida, ceniza, material piroclástico y lodo (algo conocido como ‘lahar’), arrasó completamente el pueblo de Armero. Un pueblo de 29 mil habitantes que, irónicamente, se había creado medio siglo después de la anterior gran erupción, en 1845.
Más de tres décadas después de la tragedia de Armero todavía vive la imagen de la niña Omayra Sánchez, que durante tres días batalló por sobrevivir. Con el lodo hasta el mentón, la adolescente, de 13 años, habló a la cámara de Televisión Española que se había desplazado hasta el lugar, mostrando una inusitada fortaleza y determinación de vivir. Ella misma explicó cómo lograba mantener la cabeza fura del lodo subida al cadáver de una tía, pero estaba atrapada por el derrumbe de la casa de la familia. Pese a los esfuerzos, no los rescatistas no pudieron sacarla, y finalmente falleció.
Dese septiembre, las autoridades colombianas recibieron avisos de que el Nevado del Ruiz amenazaba con una erupción poderosa, pero las desoyeron.
Nada tiene que ver la actual ciudad de Saint Pierre, en Martinica, con la que existía a finales del Siglo XIX. Tras meses de actividad sísmica, que el gobernador de la época, Louis Mouttet, había ignorado, finalmente poco antes de las 8 de la mañana del 8 de mayo de 1902, una monstruosa explosión en el monte Pelée provocó una gigantesca nube piroclástica que, avanzando a casi 700 kilómetros por hora engulló completamente la ciudad.
Los 30 mil habitantes de la próspera colonia francesa fallecieron irremediablemente, ante temperaturas que superaban los mil grados centígrados, y sólo los testigos de los barcos que navegaban por las costas de Martinica pudieron pedir auxilio urgente. En vano. Uno de estos relató: “Hacia nosotros vino una gigantesca pared de fuego, y su sonido parecía el disparo de mil cañones. La ola de fuego nos cubrió como si fueran relámpagos estallando sobre nosotros. Era un huracán de fuego”.
Uno de los tres únicos supervivientes fue el asesino Louis-Auguste Cyparis, que tuvo la fortuna de estar encerrado en una celda subterránea, con sólo una minúscula ventanilla que miraba en la dirección opuesta al volcán. Cuando lo encontraron, cuatro días después, gracias a sus gritos de dolor, y lleno de quemaduras, relató que sintió un calor sofocante en su celda, y que el aire estaba lleno de ceniza. Le concedieron un indulto, y terminó girando con el Circo Barnum, presentado como “El hombre que sobrevivió al Juicio Final”.
Cuentan que la erupción del Krakatoa, ubicado entre las islas de Java y Sumatra, en la actual Indonesia, fue tan salvaje que el estruendo se escuchó hasta en Australia, a 5 mil kilómetros de distancia. Krakatoa era una isla, que el estallido, literalmente, sepultó bajo el mar.
Antes de desvanecerse, sin embargo, los tres conos del volcán sufrieron cuatro explosiones en la mañana del 27 de agosto de 1883. La última fue tan fuerte que se calcula que su potencia equivale a 13 mil veces la de la bomba de Hiroshima. La nube piroclástica mató a los cerca de 4 mil habitantes más cercanos a la isla, pero fueron los tsunamis posteriores los que mataron al resto de los cerca de 36 mil fallecidos totales.
La erupción del Monte Tambora, situado en Sumbawa, también en la actual Indonesia, el 10 de abril de 1815, fue tan descomunal que se la conoce como “la erupción del milenio”; se calcula que eyectó 160 kilómetros cúbicos de lava, la mayor erupción volcánica jamás registrada, cuatro veces mayor a la del Krakatoa.
La lava y la nube piroclástica arrasaron las islas aledañas y mataron a cerca de 11 mil personas, a las que se agregaron otras 4 mil 500 víctimas de los tsunamis posteriores. Pero la nube de ceniza hizo que los efectos de la erupción se sintieran por todo el mundo: arruinó producciones agrícolas en la región y en todo el hemisferio norte, incluyendo Europa, China y América del Norte, causando una hambruna que se calcula que mató a unas 60 mil personas.
De hecho, la nube de ceniza fue tan grande que 1816 se conoció en el mundo como “el año sin verano”, y permitió ver atardeceres naranjas y violáceos por las partículas volcánicas en el aire.
En 2004, una excavación a cargo de la Unviersidad de Rhode Island, la Unviersidad de Carolina del Norte y el Observatorio Vulcanológico de Indonesia descubrió los restos de la ciudad de Tambora enterrada bajo las cenizas, en lo que rápidamente se bautizó como “La Pompeya del Este”.
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