
Quiero recordar a mi amigo René Avilés Fabila como lo fue para muchos de nosotros: juguetón, cáustico, ingenioso, culto, generoso y siempre lleno de proyectos. Para mí, además, parecía inmortal.
Como lo hizo a lo largo de toda su vida, René recurría al humor para asimilar que el envejecimiento existe y es un proceso ojete e irreversible. Un comentario clásico que se hacía a sí mismo para reconocer que envejecía era que sus lances amorosos le mostraban que paulatinamente había bajado de grado: De capitán lujuria pasó a cabo y terminaría como soldado raso lujuria en una silla de ruedas motorizada persiguiendo a ancianitas.
René era divertidísimo y tenía un sentido poco trágico de la vida. En un mundo solemne, violento y pendejo, amigos así se agradecen.
Aunque le preocupaba la vejez, estoy seguro que jamás imaginó que su muerte estaba cercana. Era un toro. Se levantaba entre las 4 y 5 de la mañana y desde esa hora trabajaba y alimentaba sus redes sociales en las que era exitoso. Cuando enfurecía era un demonio. Por fortuna, pocas veces lo vi posesionado por la ira. Pero debo precisar, pocas veces demostraba enojo y en muy pocas le brotaba el demonio. Eso también fue un asunto paulatino. Hace veinte años era más explosivo y hace treinta mucho más. En los últimos, cuando algo le molestaba, lo procesaba con humor.
Las peores ofensas para René eran las que lastimaban su ego. Tardaba en digerirlas. Pero siempre salía airoso de esos trances de manera autocrítica, con una combinación de frases ingeniosas que compartía con sus amigos muchas veces en medio de tragos porque René era un excelente y gozoso bebedor. Compartir la mesa con él era un deleite. Aunque se cuidaba, nunca sacrificó las delicias de una buena mesa acompañadas con trago y postres. La última comida que tuvimos en mi casa entre Rosario, él y yo nos terminamos una botella de Glenfiddich.
Trabajé a su lado en varias etapas. De la primera ya he dejado constancia en varios testimonios pero la resumiría en dos palabras: fue formativa. Agregaría dos más: fue pantagruélica.
De la segunda, en la universidad y en la consolidación de la revista El Búho, podría rescatar estas palabras de los bajos fondos del autorrefrito que no han perdido vigencia: “René tiene encanto para tejer redes humanas de gente talentosa en torno suyo. Es ingenioso pero sobre todo tiene un olfato editorial innato que sabe transmitir con entusiasmo”. Después de ese lapso hubo un receso, digamos, laboral, como de diez u once años.
Durante una década solía encontrarme a René en fiestas, homenajes, cantinas y en los pasillos de la UAM. Aunque nunca perdimos el contacto pues hablábamos por teléfono y varias veces vino con Rosario a comer a mi casa, siempre era un gusto topármelo de manera fortuita hasta que hace dos años y fracción, durante uno de esos encuentros azarosos, me anunció que sería nuevamente Coordinador de Extensión Universitaria. La noticia me causó júbilo, porque si hay alguien con proyecto cultural dentro de la UAM Xochimilco, además de Andrés de Luna, es René. Y en este caso me resulta inevitable el empleo del presente.
Gracias a su trabajo, su prodigiosa memoria (la de corto plazo le fallaba a veces pero también bromeaba con ello) y los amigos de todas las edades que hizo a lo largo de su vida se le abrían muchas puertas; puertas que a su vez le abrió a la universidad, la que por cierto, dicho sea al paso, ya le organiza homenajes póstumos aunque a René le chocaran: uno de ellos será el próximo 14 de noviembre, a las 12:00 en la sala de Consejo Académico UAM Xochimilco, Calzada del Hueso 1100, delegación Coyoacán.
Estos años de trabajo con René fueron intensos y diferentes. Intensos porque su compromiso con su universidad se reafirmó: la obra que conseguía para los muros de la Galería del Sur era de primer nivel, trajo conciertos, conferencistas, obras de teatro, ensambles, abrió talleres e incluso un coro; en materia editorial gestionó varios títulos casi todos relacionados con sus dos grandes pasiones: el periodismo y la literatura en las que él como autor dejó muchos títulos, algunos inclusive inéditos según cuenta Rosario quien debe atravesar por una etapa difícil y por quien tengo muchísimo afecto también.
Diferentes porque como buen Narciso, René en muchos aspectos era todavía un chamaco, en otros había conseguido algo que parecía inconcebible hace todavía dos lustros: la madurez. Congenió muy bien con un equipo de trabajo prácticamente nuevo. Se reconcilió con viejos amigos como Jorge Meléndez, le hizo homenajes a personajes que en otros tiempos nunca hubiera imaginado que René quisiera reconocer pese a sus indiscutibles méritos, como Huberto Batis, por ejemplo. En varias ocasiones me dijo que se estaba reconciliando con su padre de quien escribía una novela de la que desconozco su grado de avance pero que caminaba hacia una suerte de perdón crítico sugerido por Fernando Vallejo. Por cierto, aprovecho este pater paréntesis para decir que jamás vi a René como un padre, yo tuve uno a quien quise mucho. René fue mi maestro y si de filiación hablamos fue mi carnal.
Me considero una persona sociable pero soy de pocos amigos. No hay contradicción en lo que digo. Para funcionar hay que socializar, sin embargo los amigos pertenecen a otra dimensión y se cuentan con los dedos de una mano. Me duele su alejamiento y cuando se van sin avisar, más. Te voy a extrañar, querido René, siempre te voy a recordar con cariño y gratitud.
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