Opinión

Los jóvenes mexicanos del siglo XXI

El Dr. Juan García, un médico de familia en la ciudad de Nueva York, es un ejemplo de cómo los médicos pueden usar las redes sociales para conectarse con sus pacientes y brindarles información sobre salud.
El Dr. Juan García, un médico de familia en la ciudad de Nueva York, es un ejemplo de cómo los médicos pueden usar las redes sociales para conectarse con sus pacientes y brindarles información sobre salud. El Dr. Juan García, un médico de familia en la ciudad de Nueva York, es un ejemplo de cómo los médicos pueden usar las redes sociales para conectarse con sus pacientes y brindarles información sobre salud. (La Crónica de Hoy)

Según cifras del INEGI, en 2015 México registró una cifra récord de 30 millones de jóvenes que van de los 15 a los 29 años. Nunca como ahora hemos tenido tanta juventud. En la elección presidencial de 2018, cerca de 14 millones de nuevos ciudadanos habrán alcanzado la edad para votar por primera vez en unos comicios de esta naturaleza. Para entonces, 39 millones de mexicanos tendrán menos de 32 años. Aquí se encuentra el segmento que va a decidir el resultado de los comicios.

Se supondría que, dado el perfil poblacional del país, los partidos políticos y el gobierno de la república destinarían un trato especial hacia la juventud. Nada que ver, llama poderosamente la atención, el descuido, devenido desdén, para con los jóvenes.

Datos de la OCDE de 2016 señalan que en febrero la tasa de desempleo de México se mantuvo estable en 4.2 por ciento. En alto contraste, la tasa de desempleo entre los jóvenes mexicanos (de 15 a 24 años) aumentó de 8.0 por ciento en enero a 8.4 para el siguiente mes. La referida agencia internacional señala que más de una quinta parte de los mexicanos de entre 15 y 29 años de edad no estudian ni trabajan. De los jóvenes que han logrado insertarse al ámbito laboral, el 61.1 por ciento tiene un empleo informal, por lo tanto, cuentan con un bajo salario. Cuesta trabajo comprender cómo después de las complicaciones, que el entonces candidato Peña Nieto tuvo para empatar su mensaje con los jóvenes en la campaña presidencial del 2012, poco o nada se haya reflejado en alguna política pública en concreto. Tal pareciera que el movimiento YoSoy 132 nunca existió o que ningún asesor hizo la tarea de analizar cómo el sector poblacional juvenil fue penetrado por López Obrador.

¿Cuál es el perfil mayoritario de los asistentes a las marchas? ¿Acaso ya se olvidó que los 43 desaparecidos en Iguala eran jóvenes y eran estudiantes? ¿Nadie ha sacado conclusiones de la verdadera causa del conflicto en el IPN? ¿Para qué sirve el Instituto Mexicano de la Juventud? ¿Cuál fue la lógica de quitárselo a la SEP para llevárselo a Sedesol? ¿Quiénes son los principales consumidores de las redes sociales? ¿En qué segmento poblacional ha permeado más el sentimiento "anti-sistémico"? Las preguntas parecen interminables y las respuestas muy pocas. Los jóvenes mexicanos llevan décadas en el olvido y tienen razón para estar de mal humor.

Por años, sociólogos y economistas han hablado recurrentemente del denominado "bono demográfico". Empero, si no se abren espacios y oportunidades para la juventud, no sólo se estará desperdiciando una gran oportunidad para preparar y encausar al talento del futuro que le dará competitividad al país, sino que se estará incubando un verdadero huevo de serpiente, cuyo cascarón, por cierto, ya ha dado visos de cuarteaduras. Parece impostergable generar la inclusión de la juventud mexicana, lo cual nunca se logrará a partir de programas inconexos.

Los millones de mexicanos de las más recientes generaciones no pueden seguir esperando a que se les voltee a ver. El abandono sostenido ha contraído consecuencias y se ha venido labrando un fuerte sentimiento de coraje -¿para usar un vocablo amable-. Los jóvenes mexicanos del siglo XXI tienen un futuro muy incierto y lleno de desesperanza. Quizá estamos frente a la primera generación que tenga la certeza de que en la vida no les va a ir mejor que a sus padres. A estos jóvenes que no están para nada agradecidos con las instituciones del México post-revolucionario se les pretende a destiempo vender mitos cardenistas o convertirlos en clientela electoral. No debiera sorprender que los jóvenes del siglo XXI enarbolen la bandera antisistema, sencillamente porque el sistema imperante les dio la espalda y con esta claridad serán el segmento que definirá el proceso 2018.

Wilfrido Perea Curiel

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