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Los nuevos tiempos del Metro y las costumbres que en él surgieron

Al iniciar los años ochenta, el Sistema de Transporte Colectivo Metro, parecía casi de juguete, comparado con el alcance actual.

El Tren Suburbano de la Ciudad de México
El Tren Suburbano de la Ciudad de México El Tren Suburbano de la Ciudad de México (La Crónica de Hoy)

Al iniciar los años ochenta, el Sistema de Transporte Colectivo Metro, parecía casi de juguete, comparado con el alcance actual.  En junio de 1980, la línea 3 llegaba apenas al Centro Médico, hacia el sur, pero hacia el norte ya llegaba a los Indios Verdes y a las cercanías de la Villa de Guadalupe. La gran novedad, que le alegró la vida a muchos estudiantes universitarios, fue la inauguración de la ampliación, que llegaba a la estación Zapata, en agosto de ese mismo año. Esa alegría se convirtió en felicidad en 1983, cuando se inauguró el tramo que dejaba a los estudiantes en las mismísimas puertas de Ciudad Universitaria.

Como el Metro seguía siendo un orgullo técnico, la línea elevada. La 4, era una novedad de lo más satisfactoria. En 1981 se inauguró el tramo que iba de la Candelaria de los Patos a la colonia Martín Carrera, pegadita a la Villa de Guadalupe, y al año siguiente la misma línea pasaba ya por Jamaica, y Santa Anita, ¡por los aires! Sin que nadie se acordara ya de los legendarios canales a los que los mexicanos del principio del siglo se iban de excursión en canoas.

La línea 5, de color amarillo, también llegó en 1981, e iba de la estación Pantitlán a Consulado. Para 1982, ya llegaba —para que vean que al Poli no se le hacía menos— a la estación Politécnico, en Zacatenco.

El Metro empezó a llegar a zonas que muy probablemente nadie se imaginó en 1969. En 1983, ya se pudo llegar a la lejana Unidad El Rosario en Metro, y poco a poco se fue conectando con las otras líneas. En 1984 ya se podía llegar en metro al Auditorio Nacional, y en 1985 a Barranca del Muerto. Una línea más, que conectaba a Tacubaya con el Centro Médico, se inauguró en 1988. Un año antes, ya vinculaba a Pantitlán con la misma estación de la línea 3.

Muchos usuarios de camiones trasladaron la cartografía de sus vidas a las rutas y conexiones del Metro. Por lo tanto, también trasladaron sus hábitos: el leer, el maquillarse a toda carrera y haciendo prodigios de equilibrio, el comerse un desayuno apresurado, el transportar la comida de la semana, ignorando la norma de no introducir bultos voluminosos. Tampoco desaparecieron los confiados que podían echarse una siesta de Indios Verdes a Universidad. Se desarrollaron extraordinarias capacidades de equilibrio, y, salvo en las líneas de baja afluencia, que a ratos recordaban el dulce ritmo de aquellos primeros meses de 1969, ser usuario del Metro era un poco, jugar a ser, cada día, el protagonista de una cinematográfica carrera contra el tiempo, que, curiosamente, corría más rápido que antes.

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