
El feminismo tiene una agenda estable con temas específicos y fundamentales como el feminicidio, la desigualdad salarial, la paridad política, la maternidad, el aborto, la violencia sexual…
Muchos de esos temas están en discusión permanente; analizándose, afinándose y ampliándose en los debates feministas con diversos sectores, que en muchas ocasiones terminan en leyes y normatividades que han permitido avanzar para la construcción de una sociedad más igualitaria.
En los años 90 comenzó a popularizarse el término micromachismo o micromachismos, acuñado por un psicoterapeuta español, Luis Bonino Méndez, que nombra así a las prácticas machistas que pasan desapercibidas y son consideradas como “violencias suaves” o “pequeñas tiranías”.
Durante mucho tiempo, el acoso callejero fue considerado como una violencia sutil. Ahora se ha reconocido como un problema mucho más serio. Y aunque obviamente existen diferentes grados de violencia, ¿cuál sería la escala para determinar un micromachismo? Nombrar la violencia cotidiana que sufren las mujeres como micro, sirve para minimizarla. Para no exponerla, para que siga arraigada y pase muchas veces desapercibida. Toda parte de un mismo núcleo que es la desigualdad entre los géneros, el machismo, la misoginia y el sistema heteropatriarcal.
Por ejemplo, que toda la publicidad de electrodomésticos, alimentos y limpieza vaya dirigida a un sector femenino pareciera inofensivo; algunos dirían que la publicidad es así, segmenta para llegar mejor a las audiencias. Falso, está naturalizando un trabajo que recae y se asocia sólo con las mujeres, provocando una desigualdad entre los géneros que se puede traducir en: ellas a la casa, ellos al mundo.
Otro mal llamado micromachismo es ridiculizar el vello femenino o creer que no debe existir. Éste es uno de los asuntos que más erizan, incluso, a los más progres. ¡Cómo que las mujeres tienen vellos en las axilas, las piernas, los brazos, la cara…! Sí, las mujeres los tienen, a veces menos, a veces más.
No es una exageración. La depilación es una de las torturas a las que se someten las mujeres por cánones estéticos que sólo pesan sobre ellas y a la cual le invierten tiempo, dinero y esfuerzo. Si usted sigue creyendo que no es machismo ridiculizarlo o negarlo, lo invito a depilarse con cera caliente la entrepierna y hacerlo cada vez que le crezca. El vello en las mujeres debería ser parecido al tema de las barbas en los hombres. Hay algunos que deciden tenerla y otros no. Nadie se escandaliza.
Existe también la práctica recurrente de generalizar y dar por un hecho casi científico que las mujeres son bellas, no inteligentes. Gustan de los zapatos y la ropa, no de los libros y la ciencia. O peor, creer que ambas cosas no pueden ir juntas, mujeres que les gusten los zapatos, la ropa, la literatura y la ciencia. Es como si se tratara de diferenciar lo supuestamente racional y relacionarlo meramente a lo masculino. Mientras que lo considerado como "superficial" o "sentimental" sea inherente a lo femenino.
Es común que en una conversación se cuestione a las mujeres cuando hablan de política, deportes, videojuegos o algún tema asumido a lo masculino: “¿En serio te gustan? ¡Seguro porque tu hermano o papá te enseñaron!”.
El mansplaining es igual de recurrente en la vida cotidiana de las mujeres. Se refiere a cuando un hombre explica, sin que se le pida, un tema de forma condescendiente o paternalista; asume inmediatamente que ella no sabe. Lo anterior provoca que las mujeres intervengan menos en espacios públicos y se expresen menos. Se perpetúa la idea de él como sujeto que sabe, habla explica; ella de objeto, que escucha y admira.
Todos los ejemplos anteriores son parte de un machismo, presente en la vida cotidiana, que es banalizado, pero también influye en la construcción de ser mujer, provoca dominación de lo masculino sobre lo femenino, y muchas veces termina como cauce de otros problemas como la violencia sexual, los feminicidios, la desigualdad salarial…
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