
Una miscelánea es, para nosotros, la tienda de la esquina. Por lo menos lo era antes de que proliferaran las llamadas “tiendas de conveniencia” (¿la conveniencia de quién?).
Para el Diccionario de la lengua española es “Mixto, vario, compuesto de cosas distintas o de géneros diferentes (...) Mezcla, unión de unas cosas con otras (...) Obra o escrito en que se tratan muchas materias inconexas y mezcladas”. Y hasta el final, con la aclaración de que así se usa en México y en Colombia: “Tienda pequeña de esquina.”
Para el Diccionario del español de México (Colmex) es “Reunión de objetos diversos, en particular cuando se trata de una publicación, en que los textos son de diferentes géneros y materias.” y “Tienda pequeña en la que se venden objetos diversos de consumo doméstico, como refrescos, dulces, pan, artículos de papelería y regalos sencillos.”
El de Mexicanismos, de la Academia Mexicana, le da también por lo de pequeño y por ser lugar donde se venden productos básicos.
La palabra se origina en el latín miscere, que quiere decir mezclar y da la idea de la acumulación de varias cosas.
En las misceláneas se compraba, pero también se intercambiaba información. Eran, junto a la peluquería y el salón de belleza, los lugares para informarse de los asuntos de la colonia y de la ciudad y del país... y también para el chismorreo. Honras se pasaban por el tamiz en estos lugares.
Como que el súper no se presta para esos quehaceres.
Allá por el 2005, en las Crónicas al vuelo escribí sobre tiendas y tendajones. Así iba: “Lo que sí se ha ido perdiendo es el ingenio para denominarlas.
“Por ahí queda una ‘Lupita’ o la recurrente ‘Don Pepe’.
“Antaño, como que había más imaginación. Recuerdo una que se llamaba ‘Las quince letras’. Tiempo me llevó descifrar el enigma de ese extraño nombre. Y era sencillo, sólo se debía contar los caracteres.
“Otra había que se llamaba ‘La Y griega’, porque estaba en una bifurcación de calles. Menos misteriosa era la que se llamaba ‘Las seis esquinas’.
“Una, obviamente influida por la propaganda de la II Guerra Mundial, recibía el rimbombante apelativo de ‘La victoria de las democracias’.
“‘La ventanita’, como es de preverse, era un tendajón instalado en una recámara con vista a la calle.
“Empero, la que más recuerdo no tenía nombre. La conocíamos como el puesto de Amadita. Sólo vendía golosinas: chicles de bola de a diez y veinte centavos, charamuscas, alegrías, trompadas y suertes, que eran un cilindro de cartoncillo forrado con papel de china y que contenía un pequeño juguete y dulces o minichicles (Nihil novum sub sole. No piensen en los huevos de chocolate con juguete).
“En realidad, cosas simples. Únicamente para satisfacer las necesidades de un conjunto de chamacos golosos y para permitirle sobrevivir a la anciana propietaria.”
Cercano a la idea de la diversidad de mercancías es el dicho “De todo como en botica”, lugar que, además de ser una farmacia de las de antes, con sus potingues, sus brebajes y sus sellos y fórmulas magistrales es también “tienda de mercader”.
Potingue es, asienta el DLE, bebida de botica o de aspecto y sabor desagradable. Brebaje no le anda lejos, pues es, también según la misma fuente, “bebida, y en especial la compuesta de ingredientes desagradables al paladar”. El menjurje o mejunje es algo parecido, como el bebistrajo o la pócima.
Los sellos de botica eran la forma de administrar una medicina. Era el envoltorio y la medida. “Se va a tomar un sello con cada alimento”, era la indicación del boticario.
La fórmula magistral es la que prescribía el médico para ser preparada en la farmacia, droguería o botica. Se siguen haciendo, pero en escala menor, y ya son pocos los médicos que recurren a ellas. Ya todo cae bajo el dominio de las farmacéuticas.
Otra palabra relacionada con la mezcolanza o la variedad es “balumba”. El DLE nos dice que es “Bulto que hacen muchas cosas juntas” o “Conjunto desordenado y excesivo de cosas”.
El “baúl mundo” de igual manera denota conjunto de objetos, aunque en este caso no abigarrado, pues este tipo de arcones eran amplios y con múltiples compartimientos, precisamente para permitir el almacenaje ordenado de prendas y aditamentos.
¡Ay!, este texto resultó bastante misceláneo.
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Tan grave y tan frecuente es el error que con ese tema inicié esta columna: “Previo y al Interior” (https://giroscronica.blogspot.mx/2016/02/previo-y-al-interior.html).
Casi al azar encontré estos ejemplos en días recientes:
¿Qué es lo previo a Rusia? Falta el sustantivo: “El día previo”, “el mes previo”, “el año previo”, “un partido previo” o usar el adverbio “antes”. “Antes del mundial de Rusia 2018” Tan claro y tan simple y tan en buen español.
Otro: “Al respecto, aseguró que todo empezó debido a que le molestaba perderse varias llamadas mientras se ejercitaba. Lo anterior durante una mesa redonda previo a la proyección del documental “Silicon Valley: The Untold Story”. (LópezDóriga digital 19 01 18)
Pero parece que reporteros, redactores y editores desconocen la función de las palabras. Quizá si empezamos por explicar qué es un sustantivo, un adjetivo, un adverbio… Temas que se aprendían en la primaria.
A riesgo de que se me hagan bolas, diré que hay otra forma de uso de la palabra “previo”. Es cuando se usa como sustantivo. Entonces lo llamamos adjetivo sustantivado. De ser un acompañante del nombre, pasa a tomar su lugar.
En las redacciones es muy frecuente oír “tenemos un previo” de tal o cual acontecimiento. Nos referimos a un material o reportaje que se publicará como explicación o recordatorio de algo próximo a ocurrir.
La expresión completa es “un trabajo previo”. Y esta fórmula, por economía de lenguaje, sí es admisible. Como sustantivo forzado, sí; como adverbio, no. ¿Queda claro?
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José Antonio Dávila me hizo llegar un texto de Catón, a propósito de la palabra “uebos” . Se titula “Dependencia” y se publicó el 20 de enero en el diario Reforma. Con el irreverente estilo que lo caracteriza, el autor juega con la homofonía del vocablo.
“Rubro” es la respuesta. La proporcionaron Marielena Hoyo, Francisco Báez, Bertha Hernández y Luz Rodríguez.
Rubro como rubor tienen que ver con lo rojo. La palabra original es el latín rubrus.
Para rubor no hace falta explicar la relación. Sólo basta ver cómo se sonrojan los adolescentes tímidos delante de la chica o chico de sus sueños.
¿Y dónde está el rojo del rubro? Pues resulta que el término se empleaba como equivalente a título, a categoría y, en los asientos contables, se escribía con tinta encarnada para destacarlo. Rúbrica y rubí comparten la etimología.
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