Opinión

Octavio Paz, un poema de juventud rescatado

Edgar Bermejo Mora
Edgar Bermejo Mora Edgar Bermejo Mora (La Crónica de Hoy)

Se cumplieron esta semana 20 años de la muerte de Octavio Paz. En su recuerdo rescato aquí un poema extraviado de sus años de  juventud que se publicó en el desaparecido  periódico El Nacional el 20 de octubre de 1939, cuando el poeta tenía apenas 25 años de edad. Su padre, por cierto, Octavio Paz Solórzano, fue colaborador del periódico y fue él mismo quien recomendó la publicación de los primeros poemas de su hijo en 1931.

“Oda al sueño” fue el quinto poema que Octavio Paz publicó en las páginas de El Nacional. De estos poemas de iniciación la mayoría quedaron excluidos de su Obra Poética reunida en un sólo volumen en la etapa culminante de su  carrera literaria. Sin embargo, dos de ellos, “Juego” y “Cabellera”, publicados también en El Nacional en 1931 como ya decíamos, fueron finalmente incluidos en dicho volumen, y hoy los reconocemos como la primera publicación en la vida de Octavio Paz, cuando tenía apenas 17 años de edad. 

También en El Nacional se publicó en 1937 su poema sobre la Guerra Civil española “No pasarán”, cuya fuerza lírica y relevancia histórica se ha revalorado con el tiempo, a pesar de que el propio Paz hubiese querido que se diluyera en el olvido, por el sesgo ideológico y militante de aquellos versos exaltados, escritos a contra corriente del resto de su obra poética de la madurez.

Aquí el poema del joven Octavio Paz con el que me sumo a los homenajes en su vigésimo aniversario luctuoso. La noche, el acto de dormir y el instinto de soñar, los amantes y su entrega noctámbula y febril son los temas que circulan en este poema que habría de desaparecer de su obra poética reunida.

Cerca de mí te escucho;

te escucho, derribada entre tus sueños,

encogida, blanquísima y errante.

Ya la noche se dobla

sobre tu talle exangüe;

te respira, sedienta,

y cambia su desdeñoso oleaje,

su aliento negro y noble,

por su animal, humeante aliento de becerra.

La noche canta sola,

sepulta los sonidos

y se derrumba, lenta,

sobre la tierra henchida y sus creaturas,

sobre los yertos lechos de los hombres.

Crecen sus olas puras

hasta las ciegas flautas

que cantan en las sordas orillas de lo creado,

y las nocturnas ramas, 

las sonámbulas venas de la noche,

laten húmedas, densas, vegetales.

Dormidos sobre escombros,

solos entre las ruinas y los sueños.

Cerca de mi tu cuerpo,

la densa certidumbre de tus piernas,

tu piel y su secreto,

los frágiles latidos de la vida

que no para la noche,

los tallos quebradizos de los sueños.

La noche canta sola.

Sobre su negro canto,

indefensos y rotos, nuestros cuerpos.

yo escucho, oh negra, cruel axila,

el tenebroso ruido de tu cuerpo,

tus angustiados senos,

el terror de mis huesos bajo el aire.

Yo toco la desdicha

y la inefable, blanda luz dichosa

que corre por tu pelo

y habita tus ignorantes párpados.

Yo toco la ceguera de los cuerpos,

el rumor de los cuerpos, su alegría,

la solidez del llanto que los gime,

el sitio en que la muerte los limita.

La noche canta sola.

Sobre su negro canto el sueño, solo.

El sueño nos penetra,

rompe todos los lazos;

sus aguas nos anegan,

alza sobre las formas

su sombra que devora toda forma.

La iluminada piel de la alegría;

y lo que crece de unos labios que se besan;

y el odio y el amor

—y lo que inútilmente junta nuestros cuerpos,

porque el amor y el odio son los cuerpos

que se fatigan en los lechos por ser uno—;

la vida, el aposento de la muerte;

tus lágrimas, tus años;

lo que tus labios fingen;

lo que borran mis labios;

toda la blanda fuerza

y el desmayado río invencible

que te conduce, gracia inerme, por la tierra,

no son vida ni muerte, sí agonía

ciegas y ardientes formas,

sed y apariencia que desnuda el sueño.

Bajo su aliento no te reconozco

y sin embargo vives,

se juntan nuestros cuerpos

y nuestros labios muestran su delicia,

su grito, su secreto.

Ya somos, amor mío, nuestros deseos;

un esqueleto solo,

la luz en el vacío,

el amoroso olvido, el fruto ciego.

Sueño, bajo tu manto delirante,

el hombre, aniquilado, se conquista.

Oh, vencedor espeso,

en tus aguas impuras,

por tus aguas  frenéticas, voraces,

sobre tus lentas aguas desdeñosas,

nos hundes y nos alzas,

nos inundas, deshabitas y pueblas,

y nos das, con tus labios,

vida y muerte sin forma,

la gracias de lo eterno, tu materia.

@edbermejo

edgardobermejo@yahoo.com.mx

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