
La Alameda de la Ciudad de México es el paseo público más antiguo del continente americano, nació a finales del siglo XVI y en sus más de 500 años de vida ha sido testigo de diversos acontecimientos, por ejemplo, el primer festejo de la Independencia y el surgimiento de la idea de tiempo libre entre los citadinos; sin embargo, hoy es un espacio olvidado en los estudios urbanos. Así lo señala la investigadora del Instituto de Investigaciones Bibliográficas (IIB) de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), Ramona Pérez Bertruy.
La también autora de Planos de la Alameda de la Ciudad de México. Siglos XVIII-XX —libro que será presentado mañana en la Feria Internacional del Libro de Minería— comenta que es importante resaltar el valor histórico de la Alameda para que en futuras restauraciones sea tratado igual que un monumento nacional.
En el libro, editado por el IIB se compilan 113 ilustraciones, en su mayoría planos, así como algunos dibujos, litografías y fotografías procedentes del Archivo Histórico de la Ciudad de México.
“El tema de la Alameda está dentro de una disciplina que se llama jardines históricos, es una especialidad contemplada en los estudios de arquitectura del paisaje y también en la historia del arte mexicano. Este campo de estudio, los jardines históricos, está muy abandonado, incluso el tema de la Alameda está en el olvido”, asegura Pérez Bertruy.
Para esta publicación, la investigadora realizó un inventario de la producción cartográfica que existe sobre la Alameda y añadió al final del libro un catálogo razonado.
“Lo interesante de las descripciones del catálogo razonado es que el lector puede darse cuenta de quiénes participaron en la planificación y construcción de la Alameda. Aparecen nombres de arquitectos e ingenieros como Manuel Tolsá, Miguel Ángel de Quevedo y Manuel Amábilis, pero también están aquellos desconocidos como el ingeniero Alejandro Darcourt, que hizo el diseño de la traza barroca de la Alameda que hasta nuestros días está presente”, precisa.
Entre los planos e ilustraciones del libro se intercalan las voces de cronistas que narran algún hecho importante ocurrido en ese espacio, que recibió su nombre gracias a los árboles de álamos blancos que se sembraron en 1492, los cuales ya no existen en la Alameda.
—¿Qué estructuras o construcciones históricas se conservan?
—Las bancas de cantera que aún están llegaron en el Porfiriato, el único quiosco musical que hay también es del Porfiriato, al igual que la fuente de Venus, aunque en realidad ésta fue una escultura que se pidió en tiempos de Maximiliano de Habsburgo, pero el emperador murió y poco después llegó la escultura, entonces el gobierno de la ciudad guardó la escultura y fue en el Porfiriato cuando se colocó en la Alameda.
“Las esculturas de (las fuentes) Neptuno y Mercurio son de la primera mitad del siglo XIX, el busto de Beethoven llegó en 1921 porque fue un regalo de la colonia alemana por el aniversario de la novena sinfonía de Beethoven. Los jarrones también son del Porfiriato y fueron hechos por Jesús Contreras”, responde.
Sobre la traza de la Alameda, la investigadora señala que es de finales del siglo XVIII a pesar de que tuvo algunas modificaciones en el Porfiriato y en 1973, cuando Luis Echeverría realizó una rehabilitación del espacio, quitó el pergolado y modernizó el sistema de riego y drenaje.
“Pese a que la Alameda fue el primer jardín americano, en la época colonial estuvo reservado a la nobleza, ahí cabalgaba la virreina o cuando era el cumpleaños de un virrey se veía ahí pasear a la nobleza, es decir, era un lugar muy distinguido y cuidado en el siglo XVIII”, señala Pérez Bertruy.
También, agrega, en la época colonial existían castas sociales y esclavos, “en algunas pinturas sobre la Alameda aparece la gran dama y el esclavo atrás de ella, en otras se ve la presencia de gente humilde pero como compañía de la nobleza”.
La popularización de la Alameda se dio en el transcurso del siglo XIX, a partir de que el país se reconoció como nación independiente, indica.
“La Alameda de finales del siglo XVIII tenía rejas y poco a poco los sectores populares se fueron adueñando del espacio, con el advenimiento de la República restaurada y liberal se enfatizó esa accesibilidad. Se puede decir que en el Porfiriato la Alameda ya era totalmente popular”, detalla la especialista de la UNAM.
Pérez Bertruy comenta que fue en ese espacio donde se popularizó la noción del tiempo libre. “El tiempo libre no existía en la época colonial, era un discurso muy burgués que fue desarrollándose en el siglo XIX”.
Por ejemplo, durante el siglo XIX creció el calendario cívico y la primera fiesta de esa índole fue en honor a la Independencia, la cual se celebró en la Alameda porque aún no existía el Zócalo. En el último tercio del siglo XIX, indica, hubo una diversidad de entretenimientos: bicicletas, un salón de patines, un stand de la Lotería Nacional, una librería y exposiciones de arte.
Por eso, opina que para cualquier rehabilitación de la Alameda es necesario hacer un estudio previo. “No se puede intervenir como lo hicieron en 2012 porque le dieron un toque modernizador. Tienen que darle un tratamiento de conservación, como si fuera un edificio o monumento nacional; debe haber un estudio de botánica y suelo nada más para analizar qué se hará con las plantaciones de un jardín histórico; de la misma manera, debe haber un estudio de carácter histórico”.
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