
Las últimas semanas, las pantallas del metro estuvieron proyectando un video con psicodélicas animaciones y coro pegajoso, como para ir preparando a todos para la visita que Tame Impala haría la ciudad este 8 de septiembre, como parte de la gira por su más reciente producción, que los llevó a tener un lleno total en el Palacio de los Deportes.
El ambiente de concierto empezó desde afuera con los cientos de puestos de playeras y parafernalia del ingenio mexicano. Adentro, con un cuarto de la gente ya esperando a los australianos, los regios de Clubz se encargaron de ambientar la llegada del resto, de incitar al baile, de infundir la curiosidad para que los demás preguntaran quiénes eran ésos, mientras los ya presentes formaban comunión casi instantánea e inundaban el palacio con ese aroma que no importa cuántas revisiones se haga, siempre llega adentro.
Terminó Clubz y un grupo de científicos, staff de Tame Impala, preparaba el escenario. Música de fondo, empujones, expectativa. De pronto, luces fuera y silencio súbito que dura apenas lo que ese monstruo de 20 mil gargantas tarda en gritar para dar la bienvenida a los músicos, para extender sus 40 mil brazos al aire y arremolinarse hacia el frente, más entusiasta que amenazante.
“Nangs” fue lo primero que sonó, pero todo explotó con las primeras notas de “Let It Happen”, con los millones de papelitos cayendo del techo, con la multitud brincando rítmica, con el tarareo unísono que seguía desde los coros hasta los puentes musicales, con Kevin Parker paseándose por el escenario, queriendo ver las manos de todos arriba.
El set de la noche fue principalmente del Currents, pero hubo espacio para un viaje a los discos pasados con “Mind Mischief”, “Music To Walk Home By”, “Why Won’t You Make Up Your Mind” y “Why Won’t They Talk To Me”, y de nuevo al presente, a vivir el momento, precisamente con “The Moment” y el anuncio de Parker: “No sé si escucharon, pero rompieron el récord. Éste es el show más grande que Tame Impala haya tenido”.
Y como agradecimiento por este regalo casi sin intención que México dio a los australianos, vino “Elephant” y de nuevo las voces que coreaban hasta los solos de guitarra, acompañado después por “The Less I KnowTheBetter” donde las playeras con la leyenda “Fuck Trevor” se alzaron y cobraron sentido. La lista no terminaba, “Eventually”, “Yes I’m Changing”, “Alter Ego” y “Oscilly” todavía cupieron.
Aquí, Parker se quedó solo por un momento en el escenario, dibujando con la guitarra los sonidos que se traducían en un vibrante círculo en la pantalla, antesala para “It’s Not Meant To Be” que fue rematada con “Apocalypse Dreams” y la bandera de México colgada del micrófono.
Y el ritual típico de los conciertos, el que a todos nos satisface y nadie crítica jamás: la banda se despide, sale del escenario. Nosotros les creemos. Pedimos “¡otra, otra!”. Tame Impala vuelve a salir, invocado por los gritos. Sorpresa. Nada estuvo planeado.
“Feels Like We Only Go Backwards”, la de los alucinados dibujos en el metro, es con la que regresan. Y la final: “New Person, Same Old Mistakes” para despedirse, ahora sí de verdad. Aplausos, gritos y más lluvia de papelitos. Tame Impala mostró que si se les considera la “banda sobrevalorada de moda”, al menos tienen el talento para alcanzar más que eso.
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