
Quizá haya sido porque la noche de ayer las nubes bajaron a dormir en los llanos de la tierra en torno de esta ciudad, y toda la mañana se hicieron remolonas, con sus largos y melenudos hilos de lluvia y cabelleras de agua, y no querían regresar a sus alturas celestiales, pero el caso fue simple, mientras avanzaban las horas en el inmóvil reloj de esta ciudad, más se demoraba el momento glorioso al cual todos habían sido convocados, porque Omar Fayad, al fin, llegaba al gobierno del estado de Hidalgo y la mañana se había demorado, como las brumas, en la molicie de las confusiones y los cambios de sede, de lugar y de ubicación.
—Anoche cambiaron todo; es un desmadre, decía un viejo periodista.
Si todo iba a comenzar en un sitio, el Congreso del Estado para después presentar el programa de trabajo en otro auditorio; el arranque ceremonioso y colmado se dio un par de horas más tarde en el edificio principal del conjunto ”Gota de Plata”, ese enorme centro de actividades múltiples de 26 hectáreas donde hay una obra de arte cuya complejidad nadie aprecia, pues se trata de millones de mosaicos incrustados en el piso (como si un mural se hubiera echado también a dormir al suelo), con juegos de geometría en trazos gráciles para recrear “La mujer en el mundo”, gran “pieza” de Byron Gálvez cuya perspectiva hace falta, porque no es la vista humana capaz de abarcar los 32 mil metros coloridos y formados de sus figuras solamente estirando la gaita, como dicen de los toros cuando buscan los tobillos del matador, allá enfrente en la Plaza Vicente Segura.
Pero la demora no importa. Lo notable es atestiguar esa ceremonia de la taumaturgia política en la cual alguien (Omar Fayad) entra ciudadano y sale gobernador y otro llega con el gobierno en las manos (Francisco Olvera) y lo mira disgregarse, desvanecerse en el último soplo del plazo constitucional mientras atiende cómo el otro se inviste de la invisible materia del poder.
—Gracias, le dice Omar Fayad a Olvera por entregarme un estado en paz y en trabajo, y Francisco se alza de su sitio y con la mano en el pecho saluda a todos quienes lo aplauden por la civilidad y el comedimiento, actitudes estas cuya prolongación se demuestra en el cambio de domicilio. Olvera vive desde ahora en la CDMX, cuyo gobernador se abraza con los otros invitados, por cierto.
—Guárdenme un lugar, señores ex gobernadores, les dice Fayad a sus invitados; en seis años estaré ahí con ustedes, y le aplauden la idea Lugo Verduzco, Jesús Murillo, Manuel Ángel Núñez Soto y obviamente, la segunda estrella de la tarde (bueno, la tercera porque la segunda debe ser Victoria Ruffo, esposa de Omar), Miguel Ángel Osorio Chong, representante presidencial y secretario de Gobernación y hombre vivo en las encuestas del futuro… y del presente.
Pero llegado el momento todos están muy serios en el auditorio, muy cerca de la biblioteca Ricardo Garibay (¡leñé!), cuando un anunciador interrumpe la música ambiental, sosa (no como Gerardo Sosa, inexplicablemente vigente como invitado a la fiesta) y sonsa, y por una de las puertas del vestíbulo hace su entrada el señor gobernador electo cuyos brazos se extienden para saludar a dos manos a las decenas de personas arremolinadas, ansiosas a su paso:
Y él penetra al auditorio con una fórmula distinta a esa del decaído “Pasillo Imperial”, como le decían al pasadizo por donde caminaban los presidentes para entrar al Congreso de la Unión, el suyo viene siendo el zaguán de los abrazos, los saludos, las fugacísimas audiencias; qué gusto, gracias, compadre; hola señora, ¿cómo está su marido?, gracias por venir; ¡Omar, Omar!, y hay manos y dedos ágiles para todas y para todos, y la sonrisa es un esplendor y una abundancia en sí misma; hay brillo para todos en esa sonrisa útil hasta para un anuncio de Ipana, porque la felicidad, como otras cosas en la vida, no se puede esconder; todos tienen por un instante su atención y su saludo.
Lo mismo el siempre presente el arzobispo Antonio Chedraui, a quien en la política se le conoce como el de todas, todas; o Carlos Slim (de todas, casi todas) o Diego Fernández de Cevallos (el siempre todas) y así sucesivamente, pues en el pasillo ya descrito se han agotado los afortunados de asientos junto al corredor y ahora en la parte de abajo nada más están los notables, los importantes, los (valga la redundancia) de la primera fila, pues por algo debe ser la primera de primera.
Ya saluda a los gobernadores; a Graco Ramírez, de Morelos, quien habla animado con Jesús Murillo Karam (le ha de estar preguntando cómo dar una verdad histórica con los entierros de Tetelcingo, dice un macabro bromista) y también a Rafael Moreno Valle (el quiero todas) y al más priista de los perredistas de todos los tiempos, Silvano Aureoles.
Pero en fin, ya todos han llegado y se disponen a subir los representantes del gobierno federal el mencionado Secretario de Gobernación y la señora Rosario Robles (ni una mosca la molesta) a los asientos del presidium desde donde la coordinadora parlamentaria hidalguense, Elena Pérez Perrusquía abrirá la sesión solemne de la LXIII legislatura en la cual se producirá la renovación del poderes. Juan Manuel Méndez Llaguno, presidente del Tribunal Superior de Justicia, entrecierra los ojos.
Don Ricardo, un simple trabajador de intendencia, presuroso, ha pulido con una franela infatigable, el transparente acrílico del podio con dos micrófonos desde el cual se leerá el discurso.
Bonito mueble, dice el gobernador quien no halla afanoso un pío vaso de agua para aclarar su garganta seca y fatigada por tantas ofertas, promesas y decires en cuyas palabras sobresalen vocablos como transparencia, rendición de cuentas, honestidad, seguridad, empleo, trabajo, respeto, mujer, compromiso, dedicación, eficacia, migración; agradecimiento, atingencia, buen trato, seguridad, certeza, inversión… en fin, el carnaval de las promesas, del anuncio de un gobierno cristalino cuyo interior sea visto por los ciudadanos, un gabinete en las calles, en directa atención de los problemas, fuera de la molicie y la vida en el muelle sillón del despacho:
—Los quiero ver en las calles, con la gente, resolviendo, supervisando; eso mismo haré yo…
Y les ordena bajarse del helicóptero, para ver en la tierra las cosas y de paso les dice a sus amigos, ayúdenme a no perder el piso, no me pidan, cooperen, colaboren, eso es la amistad.
Y tras las palabras y la tarde de los abrazos interminables y las espaldas-tambor, acompañado por Emilio Gamboa y Pablo Escudero, presidente de la mesa de los senadores, Fayad emprende de nuevo el camino de la saludadera y la mano apretada hasta sentir el dolor de miles y miles de apretones en una sola mañana.
Cinco ejes para su gobierno. Programa de trabajo, promesa de vida, construcción del futuro.
Pero eso, será a partir del martes.
Hoy, todos están de fiesta. El porvenir comienza mañana.
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