
Antes que semiólogo, crítico literario, novelista o catedrático, Umberto Eco fue un lector de talante épico. Esto quedó plenamente demostrado en el transcurso de las conferencias magistrales que ofreció en la Universidad de Harvard entre 1992 y 1993, como invitado de las célebre Norton Lectures, y que más tarde cobraron cuerpo en el volumen Seis paseos por los bosques narrativos, que presentamos en esta entrega.
Eco era ante todo lo que él mismo denominó un “lector modelo”, es decir, un invitado muy especial en el banquete de la literatura que mira, piensa y lee mucho más allá del horizonte de literalidad en el que se ubica un “lector empírico”, común y corriente. Para ello he seleccionado algunos fragmentos de los “paseos” de Umberto Eco por los bosques de la creación literaria, que conforman una suerte de aforismos a propósito del arte de la lectura:
“El lector está siempre, y no sólo como componente del acto de contar historias, sino también como componente de las historias mismas”.
“Todo texto es una máquina perezosa que le pide al lector que le haga parte de su trabajo. Pobre del texto si dijera todo lo que su destinatario debería entender, no acabaría nunca”.
“Alfred Kazin cuenta que una vez Thomas Mann le prestó una novela de Kafka a Einstein, y que éste se la devolvió diciendo: no he conseguido leerla, el cerebro humano no admite tal complejidad”.
“Después de Gertrude Sterne, la narrativa de las vanguardias ha intentado a menudo no sólo poner en crisis nuestras expectativas de lectores, sino incluso crear un lector que espera del libro que está leyendo una total libertad de elección. Pero de esta libertad se goza precisamente porque –en virtud de una tradición milenaria, desde los mitos primitivos hasta la moderna novela policiaca– el lector suele estar dispuesto a hacer sus propias elecciones en el bosque narrativo, presumiendo que unas sean más razonables que otras”.
“El lector modelo es como el espectador de cine dispuesto a sonreír, y a seguir unas peripecias que no le atañen directamente. Un tipo de lector que el texto no sólo prevé como colaborador, sino que incluso intenta crear”.
“El lector hace que el texto revele su potencial multiplicidad de conexiones. Estas conexiones las produce la mente que elabora la materia prima del texto, pero no son el texto mismo, puesto que éste consiste sólo en frases, afirmaciones, información, etcétera. Esta interacción obviamente no se produce en el texto mismo, sino que se desarrolla a través del proceso de la lectura”.
“Hay dos modos para recorrer un texto narrativo. Éste se dirige ante todo a un lector modelo de primer nivel, que desea saber (y justamente) cómo acaba la historia (¿conseguirá acaso capturar a la ballena?). Pero el texto se dirige también a un lector modelo de segundo nivel, el cual se pregunta en qué tipo de lector le pide la narración que se convierta. Para saber cómo acaba la historia, basta, por lo general, leer una sola vez. Para reconocer al autor modelo es preciso leer muchas veces, y algunas historias hay que leerlas una e infinitas veces”.
“En literatura es difícil cuantificar el tiempo de la lectura, pero se podría decir que para leer el último capítulo del Ulises de Joyce se necesita por lo menos tanto tiempo como el que empleó Molly para navegar en su flujo de conciencia”.
“Cuando me pregunta qué libro me llevaría a una isla desierta les contesto: el directorio telefónico, con todos esos personajes podría inventar historias infinitas”.
“San Agustín, que era un sutil lector de textos, se preguntaba por qué de vez en cuando La Biblia se perdía en lo que parecían superfluidades, descripciones inútiles de vestimentas, de palacios, perfumes, joyas ¿Es posible que Dios, inspirador del autor bíblico, perdiera tanto tiempo para condescender en la poesía mundana? Evidentemente no. Si aparecían repentinas pérdidas de velocidad del texto, eso significaba que en tales casos la sagrada escritura intentaba hacernos comprender que debíamos leer e interpretar lo que se estaba describiendo como una alegoría o un símbolo”.
“Más allá de otras importantísimas razones estéticas, pienso que nosotros leemos novelas porque nos da la sensación confortable de vivir en un mundo donde la noción de verdad no puede ponerse en discusión, mientras el mundo real parecer ser un lugar mucho más insidioso”.
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