
En estos días, la cantidad de conflictos internacionales, y uno interno muy importante, dan cuenta de que el mundo vive una etapa de transición, en la que se está dejando atrás un viejo orden mundial que, bien que mal, había dotado de una mínima estabilidad a las relaciones internacionales y servido como brújula para navegar en aguas a menudo turbulentas.
Tenemos, por un lado, varios conflictos regionales. Uno, el que enfrenta a Ucrania y a las democracias con la Rusia autoritaria de Putin, no cede y los distintos esfuerzos de negociación han topado con pared, entre otras cosas porque es muy complicado negociar con un autócrata que busca la reconstrucción de un imperio perdido.
Otro, creciente, el que enfrenta a Israel con casi todos sus vecinos y ahora, con Irán. El gobierno israelí, que en el último año ha bombardeado cinco países y cometido crímenes de lesa humanidad en Gaza, ha respondido de manera excesiva a los ataques terroristas de Hamas, se ha involucrado en distintas disputas en Medio Oriente y ha atacado recientemente al principal financiador del terrorismo de la región, el régimen de los ayatolas iraníes, que dista de ser manco y ha respondido en consecuencia.
El enfrentamiento de dos naciones abiertamente confesionales, en el que una de ellas es un Estado teocrático, es algo particularmente peligroso. Israel, que ahora no sueña con la supervivencia, sino con la hegemonía en Medio Oriente, ha entrado en una espiral de agresión y de desprecio por las resoluciones internacionales y por las vidas civiles, sin importarle la pérdida de prestigio -y de alianzas potenciales- que ello conlleva. Irán lleva tiempo buscando la hegemonía regional, en pleitos -realizados por interpósita organización terrorista- con Arabia Saudita, su rival musulmán, y -de manera más directa- con Israel, cuya destrucción auspicia. Se trata de una competencia en la que ninguna de las dos partes saldrá ganando.
Hay dos problemas adicionales con Irán. Uno es que no ha respetado los acuerdos internacionales sobre enriquecimiento de uranio: el gobierno iraní ya lo ha hecho por encima del máximo permitido para fines civiles. Otro, que tratándose de una dictadura teocrática es difícil detenerla con razones o tratativas. En resumen, no es un gobierno confiable.
Israel afirma que los ataques contra Irán fueron “preventivos”. El problema es que no previnieron nada, porque Irán va a continuar con su programa atómico y su respuesta ciega -pero que demuestra que el escudo israelí no es infranqueable- derivará en muertes civiles en ambos lados.
El asunto se zanjaría realmente -pero es una probabilidad cada vez más lejana- con la caída del régimen iraní, por un lado, y del gobierno de Netanyahu, por el otro. Curiosamente, ahora que a Israel ya no le importan las muertes civiles, su ministro de defensa ha declarado que quien más pagará por las acciones contra Tel Aviv y Haifa serán los habitantes de Teherán… el único bastión social de la oposición al régimen de los ayatolas. Si algo no ayuda a la instauración de la democracia en Irán son los misiles israelíes.
Mientras eso sucede, en otros lados hay barruntos bélicos preocupantes (pensemos, por ejemplo, en el conflicto entre India y Pakistán), el crecimiento económico mundial se desacelera a ojos vistas y la polarización política crece, dando espacio a regímenes autoritarios, populistas o las dos cosas, Estados Unidos avanza hacia una deriva de enfrentamientos internos cada vez más evidentes, síntoma de su debilitamiento como potencia hegemónica.
El presidente Trump habla de “la ley y el orden”, cuando se trata de perseguir a quienes protestan por su política migratoria, pero su gobierno ha cancelado casi 150 investigaciones sobre delitos corporativos y el propio Trump ha otorgado el perdón a sus simpatizantes, como los golpistas del ataque al Capitolio y otros convictos de crímenes como lavado de dinero y corrupción. Es propio de quien busca dividir a su nación para obtener dividendos, tanto políticos como financieros.
En esas circunstancias, el desorden mundial que se ha desatado en el intento de hacer un nuevo orden (que, por todos los signos presentes sería peor que el actual), es importante que las voces racionales se hagan escuchar y vuelvan a adquirir influencia. Ojalá eso haya sucedido en la reunión del G-7. En cualquier caso, será una brega larga y complicada, porque la irracionalidad y la antidemocracia andan desbocadas.
Crónica, 29 años
Esta columna se publica el día que Crónica cumple 29 años de su primera edición. Inicia su año XXX.
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