Opinión

La polarización se impone a la virtud cívica

Huixquilucan invita a una conferencia sobre democracia y derechos humanos rumbo al proceso electoral 2025

“¿Por qué los votantes que profesan habitualmente un compromiso con la democracia, han apoyado a líderes que la destruyen o la deforman?” Milan W. Svolik se planteaba ese dilema en un artículo publicado antes de la pandemia (Journal of Democracy, julio de 2019) y se respondía: “…por la vulnerabilidad inherente a la política democrática. La competición electoral a menudo enfrenta a los votantes a la elección entre dos preocupaciones válidas pero potencialmente conflictivas: los principios democráticos y los intereses partidistas”. Los Chávez, los Orbán, Erdoğan, Trump o López Obrador han sabido explotarlo. Cada uno de ellos y muchos otros populistas en todo el orbe, han conseguido transformar las tensiones sociales latentes de su país en ejes de agudo conflicto político, sometiendo a la vida nacional a una disyuntiva permanente: votar a una Venezuela sin castas, a una Hungría o a unos Estados Unidos sin inmigrantes, a una Turquía religiosa, a un México que no sea elitista o… votar por la oposición, símbolo del status quo que otorgó a la ciudadanía muy poco (ingresos, bienes públicos, seguridad ciudadana) durante mucho tiempo.

Dicho en palabras más crudas: la gente corriente, el ciudadano común, está dispuesto a cambiar los principios democráticos por preocupaciones o intereses inmediatos, fuertemente partidistas (o partidizados).

En otro trabajo muy recomendable, Yascha Mounk ilustra esta cuestión con muchos ejemplos. Entre ellos, narra como en 2009, en la archicivilizada Suiza, una asociación de residentes turcos quiso construir una torre alta (un minarete) de seis metros de altura sobre el tejado de su centro comunitario. El permiso le fue negado por las autoridades urbanas debido a la fuerte oposición de los vecinos. El asunto, se volvió una agria polémica municipal y nacional y llegó hasta el Tribunal Supremo del país. En su sentencia, los jueces autorizaron la construcción del minarete asumiendo que, prohibirlo, contravenía la libertad de culto consagrada por la Constitución federal. El modesto mirador desde donde se llama a la oración musulmana se pudo, por fin, construir. Sin embargo, los partidos opositores se tomaron la revancha y en ella, incrementaron su presencia electoral de una manera notable. Meses después, el pueblo suizo decidió en referéndum, con un 58 por ciento de los votos, cortar por lo sano: no más minaretes llamando al rezo. Desde entonces el artículo correspondiente de la Constitución suiza dice: “Se garantiza la libertad de religión y conciencia... Se prohíbe la construcción de minaretes” (El pueblo contra la democracia. Por qué nuestra libertad está en peligro y cómo salvarla, Paidós, 2018). Como bien observa el diplomático español, Juan C. de Ramón, “Este es un caso paradigmático en el que una victoria de la voluntad popular se salda con una derrota del principio liberal de tolerancia”.

Pero lo que me interesa subrayar aquí, es que este tipo de eventos ni son aislados ni poco frecuentes, sino que escalan en su dimensión y en sus consecuencias.

Adam Przeworski detecta el mismo fenómeno para Estados Unidos en los años del trumpismo temprano (2019). En una encuesta nacional se estudian las costumbres y fenomenología de los hogares norteamericanos en el momento crucial de “estar juntos”: el día de acción de gracias. Los datos muestran que hasta esos años, esa reunión familiar por excelencia duraba típicamente entre 3 o 4 horas… pero en la era Trump, esa estancia empezó a reducirse a solo 2 y media horas. ¿La razón detectada? La división política y el encono en el seno de las propias familias.

El resquebrajamiento de la sociedad nacional continuó. En 2022, dos sociedades completas, estados de la unión, mostraban dos estados mentales diametralmente diferentes. El 25 de agosto, California votó y prohibió la venta de automóviles a gasolina a partir de 2035, una medida que reformará la industria automotriz, reducirá las emisiones de carbono y pondrá a prueba la red eléctrica del estado. El mismo día, pero en Texas, una ley “trigger” prohibía el aborto desde el momento de la concepción, sin excepciones por violación o incesto. Quienes practican un aborto enfrentaría hasta 99 años de prisión.

Estas disfunciones -presentes en EU, Suiza y muchos otros países- representa uno de los riesgos más perniciosos para el mundo democrático, concebido precisamente como un orden basado en reglas, en diálogo, acuerdos y contención de las mayorías frente a los derechos de las minorías.

Esto nos lleva a un corolario histórico: desde la posguerra, la política democrática se trataba centralmente de construir acuerdos, de llegar a consensos sociales, de buscar el centro político. Pero a parrtir del año 2010, buena parte de los políticos activos magnificaron las divisiones sociales y las agudas tensiones políticas -polarizaron- y esto a mermado la capacidad de los ciudadanos para frenar las inclinaciones autoritarias de los políticos electos.

Entre los electorados fuertemente polarizados, incluso los votantes que valoran la democracia, se predisponen a sacrificar una competencia democrática justa en aras de elegir a políticos que defiendan sus intereses inmediatos. Las seguridades o el miedo se convierten en pulsiones más potentes que las virtudes cívicas (tolerancia, diálogo, acuerdo, respeto mínimo por el adversario).

La polarización se vuelve, así, una oportunidad de instalación y permanencia en el poder, el hábitat por excelencia de autoritarios y autoritarismos. En ésas estamos.

En palabras: efecto, estos gobernantes piden a sus partidarios que cambien los principios democráticos por intereses partidistas.

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