Opinión

Nubarrones de tormenta

palacio-nacional-2025
Chantaje arancelario La presidenta de México, Claudia Sheinbaum, este lunes en el Palacio Nacional (Mario Guzmán/EFE)

Como a muchos mexicanos por estas lluviosas fechas, me ha dado por la meteorología, y he podido distinguir cuando se está formando o se acerca una cumulonimbus: es decir, una nube de tormenta. Entonces uno saca una previsión: “parece que va a llover”, aunque el aguacero no sea seguro.

Percibiendo la circunstancia económica y política del país, el observador atento puede percatarse de la formación de una cumulonimbus en el entorno de la presidenta Claudia Sheinbaum, quien ha pasado estos diez meses en un clima de relativa calma, que le ha permitido mantener inalterados tanto el rumbo como el nivel de aceptación a su gobierno.

No han sido diez meses de coser y cantar, sobre todo a partir de la llegada de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos, y de las presiones que ha ejercido en tres aspectos clave: el comercio, la migración y el combate a la delincuencia organizada. Ha sido una ofensiva tras otra, sin dejar casi respiro, todas más o menos detenidas o contenidas. Pero de alguna manera esas presiones crearon mucha humedad en el ambiente, que es uno de los factores que generan una nube de tormenta.

La economía da signos claros de encaminarse a un estancamiento prolongado. La creación de empleos formales se ha contraído, la competitividad de las empresas va a la baja, las expectativas de demanda interna no son halagüeñas y, sobre todo, no se ha podido generar la suficiente confianza para aumentar la inversión privada, mientras que la inversión pública está en sus mínimos, apretada por la necesidad de mantener los programas sociales de transferencias, poner dinero a los malos proyectos insignia del sexenio pasado y darle oxígeno a Pemex. Al mismo tiempo, la inflación no da signos de irse deteniendo, sino todo lo contrario, al menos en los precios al consumo.

En otras palabras, es previsible una escasa generación de empleo, con la consiguiente explosión de la economía informal, mayores requerimientos de apoyos sociales y más presión sobre las finanzas. La otra opción es que se generen de nueva cuenta bolsas sociales de desigualdad y resentimiento, similares a las que provocaron la caída del viejo régimen.

Estamos a punto de revisar el T-MEC y Estados Unidos cuenta con que, en otras negociaciones, ya le ha doblado la mano a varias naciones importantes, y también a la Unión Europea. El gobierno de Sheinbaum hasta ahora ha capoteado con mano suave las amenazas arancelarias (y los aranceles efectivos) de Trump. Pero viene la prueba de fuego, y en ella debe ser claro que México no puede sino mantener la exención de aranceles para todas las exportaciones que cumplen las reglas de origen del T-MEC, y tampoco cupos que limiten las cantidades. México es el principal importador de productos agropecuarios estadunidenses, y también el más grande proveedor para la industria manufacturera de ese país. Es el socio necesario para que EU compita con China. Lo que no puede hacer, pero será una tentación, es ceder en esa materia clave con tal de mitigar los ataques que está sufriendo en otros frentes.

Es que en la atmósfera también se conjugan otros dos factores, que ahora han quedado extrañamente anudados: las presiones externas sobre el combate al crimen organizado y la crisis interna que se está gestando en Morena.

Tanto su contraproducente altercado verbal con el abogado del Chapo Guzmán, como las revelaciones que ligan al exsecretario de seguridad de Tabasco con el crimen organizado y que tocan al senador Adán Augusto López, ponen a la presidenta en un brete. Si lo primero no tiene mayor efecto que levantar más sospechas en Estados Unidos y otros lados, lo segundo equivale al aire frío que eleva la masa inestable de aire caliente (la de la violencia e impunidad delincuencial) a donde puede formar la cumulonimbus y generar la tormenta.

Los indicios que apuntan a la presunta complicidad de Adán Augusto con el crimen organizado, o cuando menos a su indolencia, no son algo que se pueda sacudir con un “no hay pruebas” o “no estás solo”. No lo son, entre otras cosas, porque un tema recurrente, un leit motiv del morenismo, es que nadie está por encima de la ley, y porque Adán Augusto no es cualquier militante: fue el brazo derecho de Andrés Manuel López Obrador durante buena parte de su mandato. Es su “hermano” y ha sido, a ojos vistas, la principal correa de transmisión de las opiniones del expresidente sobre lo que hay que hacer y lo que no hay que hacer.

Tampoco lo son porque el asunto ha generado en el movimiento que se creó alrededor de AMLO la suficiente división, pero también la suficiente inmovilidad, como para demostrar que Morena, como el ajolote, no termina por convertirse en un partido. Es previsible que aumenten las presiones para defenestrar a Adán Augusto, pero es muy probable que no tengan éxito, porque tiene otro tabasqueño detrás.

El problema es que, si bien la presidenta Sheinbaum heredó -y, en principio, copeteada- la popularidad de su antecesor, también tuvo como herencia a sus peones y otras tareas obligatorias, mientras que no heredó el liderazgo real del partido. Eso implica otro problema aún más peliagudo -más grande si Estados Unidos mete mano-: ella quedará en medio de un pulso entre la opinión pública, una parte de su partido y el liderazgo real del movimiento. Todo, en un contexto de crecientes dificultades económicas, una relación tensa con el vecino del norte y mayor visibilidad del crimen organizado.

Nubes muy negras, ciertamente, y pronóstico reservado. Para salir bien librada, Sheinbaum tendrá que hacer magia y equilibrios, porque no es sensato imaginar que se delineará una ruta para poner fin al nuevo Maximato (recordemos que Calles no fue al exilio en una operación política quirúrgica: aquello no fue un baile de carquís y tuvo su buena dosis de violencia). Lo que viene será un viaje accidentado, con más baches que los del Estado de México.

fbaez@cronica.com.mx

Twitter: @franciscobaez

Tendencias