
La llegada de la hambruna ha colocado el asunto se la franja de Gaza en el centro de la atención mundial. “No están ni vivos, ni muertos, son cadáveres andantes” declaró un funcionario de la ONU respecto a los gazatíes. En solo el mes de julio han muerto 48 personas de hambre. Es una hambruna inducida intencionalmente por el gobierno de Israel.
El conflicto Israel-Gaza no es una guerra entre entidades con igual poder: Israel es un estado de desarrollo avanzado con un poder militar (tienen bombas atómicas) sin paralelo en Medio Oriente; en cambio, la población de Gaza sufre un grave atraso, carece de un estado nacional, tiene una raquítica estructura institucional, y no cuenta con ejército propio; es una entidad territorial inerme ante los embates israelíes.
De hecho, la guerra no es tal, es más bien una acción unilateral: la simple acción del verdugo sobre su víctima. No lo parece: es una guerra de exterminio. Día con día las bombas y la artillería israelí matan a centeneres de palestinos gazatíes sin que haya una respuesta proporcional o equivalente. Cierto, sobrevive la organización terrorista Hamás –suponemos, muy debilitada-- que mantiene secuestrados –yo estimo—a un centenar de israelíes capturados el 7 de octubre de 2023 en el marco del asalto terrestre a sobre territorio israelí que detonó el conflicto (en él fueron asesinadas aproximadamente mil israelitas). Desde entonces comenzó la represalia, pero esta se prolongó hasta hoy. A la fecha, el número de decesos en Gaza se eleva a más de 50 mil seres humanos.
En la hambruna masiva de Gaza, las víctimas más propicias son los niños. Dos de cada cinco pequeños padecen desnutrición. Por falta de alimentos perecen diariamente entre 5 y 10 personas. La única fuente de alimentos es una agencia caritativa creada por Israel y Estados Unidos que ofrece alimento diariamente, pero los mandos de Israel han dado instrucciones a sus militares para que ataquen directamente a la multitud en el momento que recogen los alimentos. Israel controla y regula la ayuda humanitaria que llega a Gaza. Hay 6000 camiones con ayuda humanitaria que no han podido acceder a la zona de desastre.
Hoy muchas naciones del mundo que se levantan para protestar contra este desigual y abusivo combate. Pero las cosas no cambian. Los pronunciamientos de asamblea general de la ONU las condenas de organizaciones civiles o estados nacionales no han tenido ningún efecto, lo cual pone en entredicho la eficacia de esas entidades para actuar en favor de la paz. El mundo entero está presenciando, impotente, un hecho de barbarie mayúsculo.
Un factor decisivo en este sangriento conflicto es la conducta cómplice de Estados Unidos. Desde la creación de Israel --por decisión de la ONU en 1948--, la Unión Americana ha actuado como defensor incondicional de esta nación que originalmente fue concebida como una respuesta del mundo al Holocausto consumado por los nazis contra la población judía. Crear una nación con judíos en tierra palestinas fue una solución in extremis concebida originalmente por Theodor Herzl padre del sionismo.
Pero la conducta de Estados Unidos ante Israel está lejos de ser justa y de seguir criterios racionales e imparciales. Nunca esta nación ha censurado realmente a Israel, lo cual ha favorecido el crecimiento exponencial del poder de esta nación ante un entorno palestino agobiado por la pobreza y la miseria. Bajo la actual presidencia de Donald Trump, el apoyo de EUA a Israel ha sido total e incondicional.
Sorprende, sin embargo, que Trump haya interpretado las protestas en las universidades estadounidenses en defensa de Gaza como actos “racistas” y “anti-semitas, lo cual, evidentemente, es una manera torcida y perversa de interpretar la realidad. El republicano ha lanzado una brutal ofensiva económica contra las universidades que fueron escenario de esas protestas, una de ellas, la universidad de Harvard. Lo real es que las protestas estudiantiles fueron expresión más de la desesperación e impotencia del público ante las masacres diarias cometidas por el estado de Israel y, si acaso, protestas contra el estado de Israel y no contra la raza judía.
Hay un clamor internacional en favor de la paz que crece. El malestar mundial contra Israel aumenta en medida sin precedente. Francia ha decidido reconocer a Palestina como nación independiente y otros países europeos pretenden seguir su ejemplo; España ha remarcado su protesta con la situación en Gaza y otras naciones que fueron simpatizantes tradicionales de Israel, están cambiando de postura. Pero falta mucho para que se vislumbre una solución para esta guerra infame.
El factor determinante en lo inmediato es la voluntad del gobierno de Israel y, desde luego, la conducta de su principal socio y sostén militar y político. La solución no es fácil. Donald Trump ha lanzado una ofensiva de descalificaciones contra Hamás, a quien acusa de dificultar las negociaciones. Mientras tanto, subsiste la guerra de Ucrania vs Rusia, aparecen nuevos conflictos bélicos y problemas de otra naturaleza (por ejemplo, la política de aranceles de Estados Unidos) que ensombrecen más el panorama mundial. Hoy más que nunca preocupa la indiferencia de gran parte el mundo ante la tragedia de Gaza y la ineficacia de acciones tomadas para detener esta guerra de exterminio.