
En los confines de la invención debo reconocer la enorme influencia de Ítalo Calvino, el padre de Marcovaldo, de quien algunas cosas diré otro día. Pero muchas cosas provienen de su geografía onírica o literaria, lo cual viene a ser lo mismo, porque a veces podemos escribir nuestros sueños (o al menos nuestros ensueños), y de ahí, de las Ciudades Invisibles, recupero el impulso.
También hay Países Invisibles. Y yo he descubierto uno. Brutopía.
Veamos primero a Calvino:
“Las ciudades invisibles” se presentan como una serie de relatos de viaje que Marco Polo hace a Kublai Kan, emperador de los tártaros. (En la realidad histórica, Kublai, descendiente de Gengis Kan, era emperador de los mongoles, pero en su libro Marco Polo lo llama
Gran Kan de los Tártaros y así quedó en la tradición literaria.
“No es que me haya propuesto seguir los itinerarios del afortunado mercader veneciano que en el siglo XIII había llegado a China, desde donde partió para visitar, como embajador del Gran Kan, buena parte del Lejano Oriente.
“Hoy el Oriente es un tema reservado a los especialistas, y yo no lo soy. Pero en todos los tiempos ha habido poetas y escritores que se inspiraron en El Millón como en una escenografía fantástica y exótica:
“Coleridge en un famoso poema, Kafka en “El mensaje del emperador”, Buzzati en “El desierto de los tártaros”. Sólo “Las mil y una noches” puede jactarse de una suerte parecida: libros que se convierten en continentes imaginarios en los que encontrarán su espacio, otras obras literarias; continentes del “allende”, hoy cuando podría decirse que el “allende” ya no existe y que todo el mundo tiende a uniformarse”.
Quizá por esa uniformidad, y en vista del imposible entendimiento de esta ciudad real con el agua, tanto para tenerla como para deshacerse de ella en la más enorme de las contradicciones de la historia como esa de vivir sobre un lago sin agua que se inunda de cuando en cuando, la CDMX se parece a la soñada Armilla:
“…Si Armilla es así por incompleta o por haber sido demolida, si hay detrás un hechizo o sólo un capricho, lo ignoro.
“El hecho es que no tiene paredes, ni techos, ni pavimentos: no tiene nada que la haga parecer una ciudad, excepto las cañerías del agua, que suben verticales donde deberían estar las casas y se ramifican donde deberían estar los pisos: una selva de caños que terminan en grifos, duchas, sifones, rebosaderos.
“Contra el cielo blanquea algún lavabo o bañera u otro artefacto, como frutos tardíos que han quedado colgados de las ramas. Se diría que los fontaneros han terminado su trabajo y se han ido antes de que llegaran los albañiles; o bien que sus instalaciones indestructibles han resistido a una catástrofe, terremoto o corrosión de termitas”.
Pero la ciudad de mi literatura no es del todo así.
Se parece a “Utopía”, la de Tomás Moro, no a ninguna otra; cuya construcción también se asemeja a nuestra historia.
Es una isla. Y si aquí todo comenzó en un islote de grandes aves y reptiles comestibles bajo la severa mirada de los brujos, todo puede suceder después:
“…Se cree (y el aspecto del lugar lo confirma) que aquel país antes no estaba totalmente rodeado por el mar.
“Pero Utopo --dice Moro--, de quien tomó nombre la isla, por haberla conquistado, ya que antes se llamaba “Abraxa”, fue quien hizo que sus moradores, que eran rústicos y muy atrasados (como aquí), vivieran (relativamente) de manera humana y civil.
“Fue él quien mandó formar un istmo de unos diez kilómetros, con lo que UTOPÍA quedó separada de la tierra firme y convertida en una isla. Hizo que trabajaran en dicha tarea, no solamente los moradores antiguos, sino también los soldados, y con tan gran número de brazos el trabajo quedó realizado en muy poco tiempo, dejando admirados a los pueblos vecinos, que al principio se burlaban de ellos…”
La ciudad-Estado, ahora descubierta se llama “Brutopía”. Su nombre proviene de Marco J. Bruto, quien como todos sabemos fue un romano avecindado en Palenque, compadre de Pakal, con quien conspiró para asesinar a Julio César con un cuchillo de pedernal.
Brutopía está gobernada por dos personas de condición no importante. Una de ellas, se llama Dato Protegido aunque por razones genéricas debería ser Data Protegida. Pero al parecer es hermafrodita sin hermana, y tiene una importante función en el gobierno de Loco Hermoso a quien de ninguna manera se debe confundir con otro de los fundadores de esta extrañísima república llamado Gober Precioso (primo de “Toro sin cerca”) cuya principal contribución a la vida pública fue su insólito parecido, en facciones y estatura con Benito Juárez de quien algunos dijeron, es una reencarnación.
Dato (a) protegido (a) guarda una intensa amistad con otro personajes mágico: un íncubo llamado Bastón de Mando quien tiene la habilidad de convertirse a voluntad en coyote, abogado mixteco o trozo de palo de escoba con listones. A pesar de los esfuerzos no ha podido transformarse en pararrayos porque sus huaraches con suela de llanta lo aíslan del suelo, la estática y la electricidad.
Brutopía, cuya existencia imaginaria (y por tanto falsa) permite todo tipo de invenciones exageradas. Es una república dinástica cuyos ciudadanos más pobres (casi todos) reciben dinero como estímulo a su condición miserable, con el tácito e indeclinable compromiso de no abandonarla nunca, mientras el futuro monarca como pez globo en el Monte Fuji.
A los pobres de solemnidad se les regala dinero y luego se les mide en estadísticas convenientes para presumir cómo han dejado de ser solemnes aunque sigan siendo pobres. Se financia a las madres solteras, los ancianos y “ancianas” de 60 años (pronto se les dará cuando bailen su vals de los 15 años); a los jóvenes sin futuro con intención de construir un porvenir “chemo” y chido, como la novela; también a estudiantes de escuelas gratuitas (Rita y Garrita), paralíticos, tullidos o como se les quiera llamar en el amplio diccionario de la corrección política y lo mismo a sembradores de árboles de plástico, por cuya condición polimérica no se van a secar como sucedió cuando plantaban matitas de brotes moribundos.
Por sus calles caminan los asesinos y narcotraficantes, amigos de los gobernadores más ejemplares, hasta llegar por su propio pie a las cárceles de donde salen para viajar al norte donde los juzgarán sin oportunidad para delinquir desde la prisión, entre otras extrañas peculiaridades.
En Brutopía los trenes no se descarrilan; sufren incidentes de pérdida de vía; los ladrones les entregan diezmos a los policías y los policías les devuelven dos diezmos.
En fin, son apenas esbozos de una novela de futura aparición. “Los viajes por Brutopía”, firmada por Hal Ahme Lamí, con lo cual podremos decir como Cervantes y el autor del Quijote:
“Si a esta historia se le puede poner alguna objeción acerca de su verdad, no podrá ser otra, sino haber sido su autor arábigo (Cide Hamete Benegeli), siendo muy propio de los de aquella nación ser mentirosos (no fue como dijo Borges, Pierre Menard)”.
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