
Provoca vértigo acercarse al desfiladero de corrupción que se adivina detrás del huachicol fiscal. Una acción concertada en la que participaron no solo docenas, sino cientos de personas en México y Estados Unidos. Lo que más duele es conocer la participación de personal de la Marina-Armada de México que era el último reducto de honestidad y confianza y que también cayó.
Lo que sigue ahora es observar qué tan lejos está dispuesto a llegar al gobierno del Segundo Piso de la 4T, porque cada nuevo descubrimiento expande la avalancha de implicados. Ya hay incluso media docena de asesinatos relacionados con tareas de encubrimiento de los malhechores. La presidenta Sheinbaum y los integrantes de su Gabinete de Seguridad están corriendo riesgos personales graves. Lo digo sin exagerar porque han afectado intereses económicos y políticos con poder de reacción.
Mucha de la información relativa al huachicol fiscal también la tiene Estados Unidos, y no sería nada raro detectar la mano del Tío Sam empujando para sigan las investigaciones hasta donde tope. Mediáticamente todo comenzó con un episodio que recuerda las series de mafiosos de Chicago, esas en blanco y negro que todavía algunos de nosotros vimos en nuestra niñez. Sergio Carmona, un gánster tamaulipeco que se decía empresario, fue ejecutado mientras se arreglaba la barba en una elegante barbería de San Pedro Garza García, Nuevo León. Carmona dominaba aduanas y puertos tamaulipecos con la venia, dicen, de Ricardo Peralta que era Administrador General de Aduanas. Julio Carmona, hermano de Sergio, se enteró de la ejecución, y asustado agarró lo que le que cabía en una maleta, cruzó la frontera, se entregó a las autoridades norteamericanas para no correr la suerte de su hermano. Comenzó a soltar la sopa del huachicol fiscal, que por años operó en las sombras pero comenzó a tener apariciones en las primeras planas.
Recuerdo haber visto piezas periodísticas de alto nivel en Código Magenta poniendo al descubierto las redes del huachicol fiscal. Ahí están para quien quiera consultarlas. El huachicol es un caso de corrupción atmosférica de la que nadie se salva. Cuando por fin está emanado toda la “pudrición” la primera pregunta que surge es: Mientras el negocio del huachicol fiscal crecía y se expandía qué hacían las agencias de inteligencia del Estado mexicano, comenzando por el general Audomaro Martínez, director del Centro Nacional de Inteligencia a lo largo del sexenio de López Obrador. Cómo fue que no repararon en algo de ese tamaño. No tiene sentido. Ignoro dónde ande Audomaro, acaso en Palenque en una hamaca, pero le debe muchas explicaciones a la ciudadanía. Si fue ineficaz por lo menos debe una disculpa, si fue cómplice tiene que estar a disposición de la autoridad. El gobierno del Segundo Piso abrió la Caja de Pandora, nadie sabe qué demonios saldrán.
Glifos
El expresidente López Obrador abusó de las fuerzas armadas. Las exprimió para satisfacer apetitos personales de poder y cumplir una bizarra agenda política personal. Almirantes y generales, primero sorprendidos, se dejaron querer no solo por su disciplina a toda prueba y porque son servidores públicos de élite, sino porque detrás de los vistosos uniformes son señores comunes y corrientes que no le hacen el feo ni al poder ni al dinero. El expresidente, que es un costal de mañas, apuntó al ego de los mandos, que es uno de sus flancos más vulnerables. Le siguieron la corriente en todo, incluso hasta ponerse a manejar hoteles en las estaciones del Tren Maya. De no creerse.
Colocar mandos militares al frente de las aduanas fue exponerlos a toda clase de tentaciones y, ya lo estamos viendo, muchos no han resistido y ya andan por ahí pavoneándose de sus millones. Son nuevos ricos de ocasión. Las fuerzas armadas nos protegen, pero los políticos también tienen la obligación de salvaguardarlas. Los ciudadanos de a pie debemos exigir que las fuerzas armadas se limiten a cumplir sus mandatos constitucionales que hacen posible la continuidad del país.