
Incluso en países con niveles de saneamiento muy elevado, la contaminación del agua no cesa de aumentar. Por ello a nivel internacional se discuten las causas (a tratarse en esta primera entrega de esta colaboración especial para Crónica) y soluciones (en la parte final de este análisis).
Hoy en día, el control de la contaminación del agua se realiza por medio de diversas actividades, empleando visiones desarticuladas y que difieren en cada país, sector, contexto y disciplinas de la ciencia.
Ya es tiempo de contar con una estrategia integral que controle, pero también que evite la contaminación con compuestos peligrosos que no somos siquiera capaces de controlar.
Y es que sanear el agua es un tema complejo. Sanear no significa limpiar el agua hasta que sólo quede H2O, sino que es quitarle lo que la contamina. Pero, el problema es que varios compuestos no son siempre contaminantes, pues ello depende del uso que se dé al agua, el contexto local y los conocimientos científicos y técnicos disponibles.
En efecto, un compuesto que es contaminante para un uso, puede no serlo para otro. Por ejemplo, el nitrógeno y el fósforo son compuestos comunes en las aguas residuales municipales que afectan la calidad de ríos y lagos, es decir, son sus contaminantes.
Ambos compuestos fertilizan el agua causando el crecimiento desacerbado del lirio acuático, xixicastle y tule. Estas plantas impiden la oxigenación y el paso de luz a través del agua interrumpiendo los procesos biológicos normales que ocurren en ella y propiciando la generación de toxinas en el agua potable.
Además, las plantas constituyen un nido de parásitos e insectos, como los mosquitos. Pero, cuando el nitrógeno y el fósforo se descargan al suelo durante el riego, resultan benéficos al incrementar la productividad de la agricultura.
Cada día se producen y usan más compuestos sintéticos y los científicos debemos desarrollar métodos analíticos (diferentes a los industriales) para detectarlos en el ambiente, estudiarlos y encontrar sus efectos para que, en caso de que éstos resulten negativos, sean legalmente reconocidos como contaminantes y se puedan combatir.
Las fuentes de suministro agua se han ido contaminando por la costumbre de arrojar en ellas, de manera directa o indirecta, el agua que ha sido usada. Aunque esto, obviamente es una contradicción, el hecho es que se ha soslayado por cientos de años.
La práctica se originó en países de civilización occidentalizada con clima templado, en donde ríos y lagos abundan. Las razones fueron pragmáticas: verter el agua a los ríos hacía que éstos la transportaran lejos y, el hacerlo en los lagos era usar su agua para diluir la contaminación.
En ambos casos, el conocimiento indicaba que la naturaleza terminaría de limpiar el agua por medio del ciclo hidrológico y diversas reacciones que ocurren en la naturaleza y que son útiles para descontaminar. Se hablaba entonces del empleo de la capacidad de autodepuración de los cuerpos de agua.
En contraste, la mayoría de las civilizaciones antiguas de Asia, países árabes y América Latina, descargaban al suelo las escasas aguas usadas que generaban, con la idea de aprovecharlas. El suelo no sólo tiene la capacidad de emplear “contaminantes” sino que además puede biodegradar compuestos 10 mil veces más que los ríos y lagos, pues el oxígeno que se requiere para ello no se limita por su solubilidad en el agua. El suelo posee otros mecanismos de depuración como son la adsorción, la filtración y la absorción.
Casi todas estas civilizaciones consideraban que todo tenía un uso y que nada era desecho, lo que constituye una visión mucho más avanzada que la de la actual economía circular. Los mexicas, por ejemplo, empleaban la orina como fertilizante (hecho recientemente “descubierto” por la ciencia moderna) y las heces fecales se usaban para fertilizar suelos o en el tañido de cuero.
Un último reto, que no es menor para controlar la contaminación del agua, es que actualmente el saneamiento se aboca a tratar las descargas de agua residual eliminando de ella un número específico de compuestos, y sin regresar el agua a su estado original.
Ello obedece a la visión que considera que la naturaleza es capaz de terminar el trabajo, misma que se refleja en los marcos legales de todo el mundo. Sin embargo, incluso en países con niveles elevados de saneamiento cada día se detectan más compuestos sintéticos en cuerpos de agua en apariencia prístinos.
Estos compuestos son conocidos como “contaminantes emergentes”, y son miles de sustancias, muy costosas de detectar, difíciles de remover, y aunque se encuentran en concentraciones muy pequeñas (de una parte por 1 billón de partes de agua), varias de las que se han podido estudiar tienen efectos negativos en la salud humana y/o en el ambiente.
Un ejemplo, son los PFAs (per y polifluoro alquilos) conocidos como los “contaminantes eternos” y que son un grupo de al menos 5 mil compuestos sintéticos que se han empleado desde los años cuarenta por su resistencia al agua, a la grasa y a las manchas.
Los PFAs se encuentran en el teflón, empaques de alimentos, ropa repelente al agua, alfombras, champús, productos de higiene femenina, pantallas de teléfonos celulares, pintura de paredes, muebles, adhesivos, espuma antiincendios, cosméticos, productos de aseo personal y asilamiento para cables.
Los PFAs son muy móviles en la naturaleza por lo que se encuentran en el agua residual, la lluvia y el agua potable, pero también en el aire, el suelo y alimentos. Entran al cuerpo humano no sólo por el consumo de comida y agua sino también por absorción por medio de la piel.
Y, aunque en un inicio se pensó que eran compuestos químicamente inertes, se sabe ahora que son carcinógenos, disruptores endocrinos, depresores de inmunidad, reductores de la fertilidad, crecimiento fetal y de niños, causantes de hipertensión y obesidad, promotores de colesterol e interferencias con las funciones hormonales.
A pesar de que se llegó a afirmar que los PFAs terminarían en los océanos en donde se diluirían, se ha encontrado que de las olas del mar pasan al aire y de ahí retornan a la tierra arrastrados por la lluvia.
Hoy es obvio que, para el debido control de la contaminación del agua, el enfoque debe ir mucho más allá del simple saneamiento del agua residual, para evitar también la producción y uso de compuestos tóxicos sintéticos, entre otras actividades.
...De ello trata la parte 2 de este artículo.
La autora es ingeniera ambiental con doctorado en Tratamiento y Reuso de Agua. Investigadora del Instituto de Ingeniería de la UNAM. Ha colaborado con diversos organismos internacionales como UNESCO, OMS, Banco Mundial. Es la embajadora de México en Francia y Mónaco