Opinión

La aberración educativa

¿México es, o no es, una nación? ¿Los habitantes de este territorio somos mexicanos? ¿La identidad nacional puede ser opcional? Esta incertidumbre surge de la lectura de los documentos sobre planes de estudio de la SEP --y otros escritos de académicos desorientados—que niegan a la nación y afirman con frescura que en el nuevo “modelo educativo comunitario” la SEP no va a fomentar la unidad nacional.

Las naciones, dice Benedict Anderson, no son entidades naturales sino “comunidades imaginadas”, por eso es delirante que se pretenda definir a México --como lo hace la SEP-- en términos raciales. México no es una nación de criollos, de mestizos o de indios; no, México es históricamente el resultado de la mezcla confusa de todos esos grupos étnicos que, en un momento dado, decidieron constituirse en nación independiente.

Pero la SEP insiste en fragmentarnos al inventar “mexicanidades” diferenciadas y en organizar la educación en torno a las “comunidades” excluyendo toda referencia a la nación. Como consecuencia, en los documentos oficiales están ausentes las instituciones nacionales que nos unen, como el Estado, y los intereses que nos cohesionan, como la economía nacional.

¿Que resulta de esta substracción? Que el horizonte que guiará la educación básica no serán las necesidades y problemas de México, la educación básica queda flotando en la irrealidad, fuera de cualquier contexto significativo. La “comunidad” que se propone como eje del proceso educativo es una abstracción y un reflejo imperfecto, distorsionado, de la realidad efectiva, que es la realidad nacional.

Cuando la SEP habla de “democracia”, por ejemplo, no se refiere a la forma de gobierno nacional con soporte institucional, se refiere a la práctica, común en los grupos pequeños, de tomar decisiones con la participación de todos sus miembros. Cuando habla de formar a un “ciudadano crítico” no piensa en preparar a las nuevas generaciones para el ejercicio lúcido del gobierno nacional sino en preparar a niños y jóvenes para que, una vez adultos, “luchen contra los opresores”.

La premisa de este discurso desorientado es perversa. Ellos (los técnicos que redactaron los planes de estudio de la SEP) conciben a la sociedad, repito, no como una nación unida, cohesionada y soberana, sino como un escenario polarizado donde se enfrentan grupos antagónicos: por un lado, los opresores (neoliberales, élites conservadoras) y, por otro lado, los oprimidos (pobres, excluidos, indígenas, mujeres, personas con discapacidades, afro-mexicanos, etc.).

Escuela comunitaria en México

Escuela comunitaria en México

Cuartoscuro

La educación, dicen, no puede ser neutral, es decir no puede ser ajena al conflicto político perpetuo en el que vivimos, por los mismo, debe incorporarse a uno u otro de los bandos que se enfrentan en el territorio nacional. Aquí no hay duda moral alguna: la educación debe orientarse, dice la SEP, a la causa de los oprimidos, para lo cual debe hacer de cada estudiante un “agente de transformación social”, lo que en franco lenguaje marxista se llama “un revolucionario”.

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No, usted amigo lector, no se equivoca: estas ideas reflejan diáfanamente la retórica de odio que pregona a diario el presidente de la república. La educación “comunitaria” que propone la SEP es un artificio doctrinario y oscurantista que no se propone formar para el progreso nacional a nuevas generaciones que vigoricen nuestra democracia y aporten su trabajo y creatividad al desarrollo económico moderno y justo que México necesita. Este no es, lamentablemente, el caso.