
La soledad no es estar solo, es estar vacío
Séneca
La soledad, dice el Diccionario de la Real Academia Española, es la carencia voluntaria o involuntaria de compañía. Una definición sencilla, que razonada correctamente no significa otra cosa que el hecho de que por momentos en nuestra vida no estaremos con alguien.
¿Por qué entonces es uno de los mayores dramas humanos? Por lo mismo que podría serlo cualquier otra cosa: la equivocada forma de relacionarnos con nosotros mismos y con los demás.
Tal equivocación radica principalmente en el exceso de ego y la insuficiencia de alma, desequilibrio existencial sostenido firmemente por un sistema de creencias repleto de falsedades.
Una de las creencias erróneas más extendidas e internalizadas es que podemos encontrar en los demás lo que nos hace falta: amor, refugio, felicidad, seguridad, tranquilidad, valía. Ellos esperan lo mismo de nosotros, aun cuando ninguno podamos dar lo que no tenemos.
Y no lo tenemos porque nos relacionamos con el ísmo del ego por delante, con nosotros mismos y con los demás. Queremos ser más que los otros y basamos el sentido de nuestra propia importancia en el reconocimiento ajeno y los bienes materiales. Somos ganadores o perdedores. No aceptamos términos medios. Lo maniqueo es del ego.
Así pues, damos siempre y cuando podamos recibir; de hecho, exigimos; no dialogamos, monologamos frente a otro; no debatimos para encontrar la verdad o el punto de acuerdo, sino para ganar, para imponer nuestra visión, nuestra emoción; no aceptamos al otro tal cual es, lo juzgamos, tratamos de cambiarlo para que encuadre en nuestro esquema de lo bueno y lo correcto, lo utilizamos.
Ego magnificado es el negocio de las redes sociales, porque no tenemos que ver a los ojos del otro para sentirnos frenados por su reacción. En estos espacios nos enganchamos en lugar de relacionarnos.
El dominio del ego se traduce en una desconexión con nosotros mismos y con los otros. No hay lazos verdaderos, porque esos se dan en la esfera del alma. Esto es a lo que hemos venido llamando soledad. He aquí la gran confusión.
Desde esta desconexión nos metemos en el gran lío de la pareja, esperando que el otro nos dé lo que no tiene. La persona que no puede estar consigo encontrará otra en las mismas condiciones, igual que quien no sabe darse a sí mismo refugio, felicidad, amor, seguridad, tranquilidad y valía.
Ciertamente necesitamos a los demás, pero no para que nos den lo que nos hace falta, sino para crearlo nosotros mismos, en nuestro interior, a través de ellos, de manera que estemos entonces en condiciones de darlo y recibirlo sin negociaciones.
Esto puede lograrse sólo mediante la conexión, en una relación entre almas, que no necesita la presencia física del otro para sentirse acompañado. Para que sea posible, hay que renunciar a los prejuicios y los juicios, las expectativas y las exigencias. Hay que sostener un diálogo meditativo y profundo con nosotros mismos, cuestionarnos, realmente debatir, para cambiar lo que nos decimos y, por tanto, lo que creemos y lo que sentimos.
En esos momentos de meditación necesitaremos aislarnos de los demás para conectarnos con nosotros mismos, mirarnos, escucharnos, conocernos más. Ni siquiera en estos casos estaremos solos, sino en nuestra propia compañía. Ésta es la “soledad” a la que se refieren quienes la aprecian.
La conexión es la voz del alma. En cualquier caso, se da en un acto profundamente receptivo y, a la vez, de neutra observancia, en el que se minimiza o cesa el “ruido” mental, es decir, el grito del ego. Puede durar segundos y marcarnos toda la vida. Podemos hacerlo solos o en compañía. Eso es la espiritualidad.
Lo espiritual no es otra cosa que callarle la bocota al ego para ir al encuentro del alma; ese ser fuera del tiempo y el espacio en el que realmente existimos y sabemos quiénes somos.
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