Opinión

Cristalazos en Viveros

Regresé a mis caminatas matutinas en los Viveros de Coyoacán después de una larga ausencia por la pandemia y encontré dos cosas: una buena y una mala. La buena es que hay un vigilante amable que se coloca a la orilla de la pista para alentar a los corredores. ¡Vamos campeón, tú puedes! ¡sigue adelante, no te rindas! Con frases como estas y otras que improvisa al vuelo esta persona con aspecto de abuelo se dirige a cada uno de los corredores. Improvisó una botella vacía de refresco de dos litros y con unas piedras en su interior acompaña sus arengas con el sonido maraquero. Lo primero que pensé: esta persona no está bien, algo tendrá. Indagué con uno de sus compañeros. La respuesta que me dio fue que el vigilante Tena -así su apellido- era una persona muy positiva, siempre está de buen humor y es muy estimado por sus colegas. Pensé entonces que Tena no tenía nada, que era un personaje del tipo que describe Daniel Goleman y que sirvió de inspiración para escribir su libro sobre la inteligencia emocional. Los días que Tena descansa uno siente que hicieron falta esas palabras de aliento, especialmente en los últimos metros del recorrido.

Imagen de archivo

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La mala es que volvieron los cristalazos a los autos que se estacionan en las calles aledañas al parque. No vaya a dejar su carro por allá al fondo, señalando el fin de la calle Melchor Ocampo, ha habido muchos robos, me dijo un lavador de coches. Recordé entonces lo que me pasó hace apenas unos años.

Cuando salí de caminar observé que un grupo de policías estaba muy cerca de mi vehículo. Los policías se dirigieron a mí preguntando: ¿Es de usted? Sí, es mío, ¿qué se les ofrece? Le dieron cristalazo y queremos que verifique si le falta algo.

Una ventana estaba hecha añicos. Hacían falta mi cartera, el teléfono celular, una chamarra y una boina de lana. Me preocupaban las tarjetas de crédito que estaban en la cartera.

Cuando los cacos quebraron el vidrio un vecino se percató de ello y dio parte a la policía inmediatamente. Los ladrones huyeron en un carro. La policía se movilizó y se inició su persecución. En la lateral de Rio Churubusco fueron alcanzados Los tenemos en la delegación -dijo un oficial-. Pero necesitamos que nos acompañe para que levante una denuncia, de lo contrario, quedarán libres.

Uno de los policías me dijo que le permitiera arrancar los dos espejos retrovisores y que los reportara también en el robo para que el valor de lo hurtado se incrementara y, de esta forma, la condena para los ladrones sería mayor. Total, el seguro se encargaría de reponerlos, me dijo. Los espejos quedarían en poder de los policías. Me está diciendo que les dé a ustedes los retrovisores y que los denuncie en el robo. Sí -me respondió sin inmutarse- necesito llamar al seguro, le respondí. El asunto de los retrovisores se olvidó. En la Delegación un grupo de agentes se movían inquietos, tenían ahí a la vista a los tres ladrones. Se recuperaron la boina y la chamarra. La cartera y el celular no aparecieron por ningún lado. Me urgía reportar la pérdida de las tarjetas bancarias y no tenía cómo hacerlo. Decidí hacerlo desde mi casa y cuando los policías vieron que ya me retiraba, me lo impidieron, porque -dijeron- el agente del ministerio público ya me esperaba para hacer la denuncia. Entonces milagrosamente el celular apareció. Me explicaron que habían mandado a uno de ellos a buscarlo nuevamente y por suerte lo encontró.

Reporté las tarjetas, hice mi declaración y la firmé. Al leer el acta supe que los ladrones eran dos chavos de veintiséis años y una persona de cuarenta.

En la oficina del ministerio público estaban la boina, la chamarra y unas herramientas que supuestamente eran de mi vehículo. Para llevarse esos objetos -me aclaró el agente-, tiene que traer un testigo que diga que son suyas. También nos tiene que traer la factura de la camioneta. Ante mi protesta por algo que yo pensaba que no tenía sentido, el agente insistió: escúcheme bien, tiene que traer un testigo y la factura de la camioneta. Vaya usted a su casa, relájese y en dos o tres horas regrese con su factura y un testigo. Así son las reglas.

Hice lo que me indicó y regresé con la factura y con mi hijo como testigo. Cuando llegué el abogado de los ladrones me esperaba, me dijo que quería hacer un trato. Si yo retiraba la demanda, ellos se harían cargo de los gastos y ofreció una compensación adicional. Le hice ver al agente del ministerio público que no tenía nada que negociar. Le pedí que culmináramos el procedimiento. Me respondió que no era posible porque aún no había llegado el perito fotógrafo y era necesario tener las fotografías del siniestro para incorporarlas al expediente. El abogado se mostraba cada vez más amenazante. El retraso había sido deliberado para que los criminales tuvieran la oportunidad de negociar su perdón.

Como ya no sentí confianza nos retiramos y nunca regresé para ratificar la denuncia. Me llevé el auto a pesar de las advertencias de que si lo hacía me iba a meter en problemas con la autoridad. Unas semanas más tarde recibí un citatorio de un Juez del Reclusorio Oriente. Me presenté y ahí sí, asesorado por un defensor de oficio, ratifiqué la denuncia. Pasados unos meses me llegó un informe de la sentencia. Un ladrón había sido condenado a dos años de prisión por reincidente y a los otros dos se les otorgó una pena menor por ser la primera vez que delinquían, o la primera que los atrapaban.

A quienes frecuentan ese hermoso bosque del sur de la ciudad les recomiendo seguir el consejo del lavacoches, así evitarán un mal día y no tendrán que tratar con policías y ladrones, ni perderán su tiempo en ministerios públicos. Una cosa más: si se topan con el vigilante Tena por favor no vayan a pensar que tiene algo, es un animador de lujo, un activo del parque.