Opinión

Desigualdad anquilosada

En 2021, el Programa de Desarrollo de la ONU reportó que en 109 países con una población de 5,900 millones de personas, 1,300 millones sufrían de pobreza en múltiples dimensiones (salud, educación, alimentación, vivienda, etc.). Aproximadamente la mitad, cerca de 644 millones eran menores de 18 años; ciertas regiones como la del África subsahariana concentran la mayor parte de los millones de personas en esta condición de marginalidad. Más aún, de conformidad con estimaciones de Oxfam, el 99 por ciento de la población mundial posee menos riqueza que el 1 por ciento más rico del mundo; 3,600 millones de personas poseían en 2015, igual riqueza que 62 personas ricas. (Una economía al servicio del 1%, 18enero2016, www.oxfam.org)

La desigualdad es un problema acuciante de nuestros tiempos pero con antecedentes ancestrales en muchos casos, como el de nuestro país. Desde una perspectiva teórica y radical como la marxista, la desigualdad surge con el propio capitalismo como sistema económico y modo de producción que privilegió la acumulación de capital y la propiedad privada. Puede parecer una interpretación exagerada, pero aún sin entrar en una crítica profunda sobre la viabilidad y vigencia o no del sistema económico imperante, parece innegable que la producción de riqueza en el mundo moderno no escapa a esa lógica, particularmente cuando comparativamente con el pasado los niveles de crecimiento económico, desarrollo científico y tecnológico parecen sugerir que contamos con las herramientas suficientes como para erradicar todas las desigualdades y sus manifestaciones más cruentas como la pobreza.

Desde luego los matices son importantes para intentar entender de mejor manera estos fenómenos de vieja data, ya que no es lo mismo la desigualdad y la pobreza en los países desarrollados que en los llamados de renta media o en aquellos en que la realidad es todavía más desoladora, como en Afganistán por poner un solo caso. Por ejemplo, en los países nórdicos en los que el modelo del Estado benefactor y la construcción de sociedades igualitarias han adquirido buena fama y alcanzado resultados tangibles, el uno por ciento más rico de la sociedad se apropia de aproximadamente del 8 al 9 por ciento de la renta nacional. En contraste, en países como México, sin ir más lejos, especialistas calculan que ese uno por ciento más rico de la sociedad se queda alrededor del 21 por ciento, y en ocasiones hasta el 25 por ciento del ingreso nacional, dependiendo del año que se analice entre finales de los años ochenta del siglo pasado y 2018. No sobra decir que se trata de uno de los porcentajes más altos de concentración de la riqueza comparativamente en el mundo, en el periodo indicado. (Gerardo Esquivel en Sabina Berman, Largo Aliento, Canal Once, 2junio2023, www.canalonce.mx)

El 1% de los ricos mexicanos acaparan el 21% de la riqueza

El 1% de los ricos mexicanos acaparan el 21% de la riqueza

Cuartoscuro

El agotamiento del modelo imperante de globalización económica de las últimas cuatro décadas, el del llamado neoliberalismo, promovió una concentración de la riqueza en los segmentos más ricos de la población mundial, con lo cual los esfuerzos para la erradicación de la pobreza simplemente palidecen ante la brutal concentración de privilegios. La producción de la riqueza en la cima de la pirámide social y la expectativa de su derrama hacia abajo para traer beneficios generales es una quimera.

A pesar del constreñimiento de los estados nacionales en esta lógica del mercado mundial, parece innegable que se requiere de impulsar decidida y sostenidamente políticas de distribución que puedan ir más allá de las premisas sobre la sabiduría de las fuerzas del mercado para producir y repartir beneficios. La pandemia y la agresión militar de Rusia a Ucrania han puesto el énfasis en la necesidad de concertar esfuerzos colectivos en la atención de fenómenos compartidos, pero también individuales como la salud pública y la educación, y han vuelto a evidenciar la estrecha interrelación que prevalece entre países, sociedades e individuos. También han dejado entrever que se requiere de un modo de producción y de un desarrollo diferente a lo ensayado en el pasado y fracasado en buena medida, que permita la distribución equitativa de la riqueza, la creación de sociedades justas, con oportunidades iguales para todos sus miembros.