Opinión

Las dos maneras

Existen dos maneras de legislar. O, mejor dicho, dos presupuestos de los que se parte cuando se diseñan leyes; el primero consiste en asumir que las personas, tanto quienes deberán cumplirlas como quienes se encargarán de que esto suceda, son virtuosas.

La segunda forma se traduce en suponer que quienes se verán sometidos a la norma, buscarán escapar de su rigor; y quienes deban aplicarla, lo harán sólo en beneficio propio.

Como es evidente, nos topamos con dos visiones distintas de la naturaleza humana, que dejando la Filosofía a un lado, se materializan en la forma en que entendemos la manera adecuada de regir la vida social.

Para algunas mentes, las personas obramos en beneficio colectivo. Nos damos cuenta que la única vida posible para nosotras es en sociedad, en esa comunidad que requiere un constante intercambio de ideas y el acuerdo acerca de los intereses así como las necesidades. Este comercio constante nos exige buena voluntad, también la aceptación de que no siempre nuestros deseos se verán colmados, en razón de un interés colectivo que se asume superior.

La otra visión nos muestra como seres interesados, que buscamos la máxima satisfacción de nuestros apetitos, a costa de los deseos o necesidades de los demás. No como una especie de maldad intrínseca, sino más bien en tanto egoísmo que excluye los intereses de otras personas.

Así, vivir en comunidad es aceptable siempre que mi visión sea la que se imponga.

En el primer supuesto, las leyes son necesarias no porque deseamos el mal, sino porque a veces no sabemos cómo hacer el bien, ya que nos equivocamos en los fines o en los procedimientos para conseguirlo. También en tanto puede resultar complejo determinar, en algunos casos, que es lo propio de cada quien.

Se puede esperar entonces que las leyes se cumplan por sí mismas, por la necesidad que se tiene de ellas o por la justicia evidente que las acompaña, que es acorde con el sentimiento general.

Ahora bien, respecto del segundo caso, las leyes no son vistas como justas, tampoco como necesarias. Se vuelven estorbos que impiden los objetivos personales; o son instrumentos que pueden pervertirse en beneficio de quienes deben aplicarlas.

Así, en este segundo caso, el diseño legislativo debe ser tal que facilite el cumplimiento forzoso, pero que también castigue la aplicación facciosa de las reglas.

En nuestro país a veces se ha legislado con una filosofía, en ocasiones con la otra. Es complejo establecer aquella que sea la adecuada, pero tal vez, como quería Maquiavelo, mediante el conocimiento de nuestro pueblo, pueda determinarse aquella que nos resulta adecuada. 

Leyes

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