Opinión

Edomex, redefiniendo las coaliciones

Las elecciones en el Estado de México y Coahuila son la última cita electoral antes del proceso rumbo a la sucesión de 2024. Por lo mismo, suelen ser analizadas como si predijeran de alguna manera lo que va a suceder. Esto sucede en particular con la elección mexiquense, que importa al estado más poblado de la federación.

El próximo domingo miles de ciudadanos participarán en las elecciones en Edomex y Coahuila

El próximo domingo miles de ciudadanos participarán en las elecciones en Edomex y Coahuila

Cuartoscuro

Lo curioso es que su capacidad de predicción ha sido históricamente baja. Ambas entidades funcionaron como bastiones del tricolor antes de victorias panistas, priistas o morenistas a nivel nacional. Las más cerradas fueron las elecciones mexiquenses de hace seis años, en las que Alfredo Del Mazo ganó con un margen cercano a 3 por ciento de los votos… pero al año siguiente AMLO se llevó la victoria con 54.3 por ciento de la votación 22.5 puntos porcentuales más que los obtenidos por Delfina Gómez en 2017.

En otras palabras, el discurso de políticos y medios va por un lado y el de los electores va por otro. En particular, es notable que los primeros piensan en un elector que tiende al voto duro partidista (aunque éste sea cambiante) y los segundos son, a final de cuentas, más sofisticados, y han votado de manera diferenciada en cada una de las carreras: municipios, legislatura local, gobernador, legislatura federal, presidente.

La relevancia nacional de las elecciones del domingo está en otro lado. En primer lugar, porque ayudará a redefinir las relaciones en la coalición de gobierno y en la coalición que reúne a la mayoría de la oposición: Coahuila, en la primera; Estado de México, en la segunda. En segundo, porque la eventual llegada de Delfina Gómez al gobierno mexiquense se puede convertir -dados los antecedentes, y a falta de una vigilancia severa- en una magnífica noticia para las finanzas morenistas rumbo al 2024, que haría más inequitativa la competencia federal.

El caso de Coahuila es relativamente sencillo. La cuestión es si el candidato del PRI-PAN-PRD logra la mayoría absoluta de los votos, o no. Si no la logra (pero ganará de todos modos), mostraría a Morena los costos de la definición del candidato por encima de la voluntad de su coalición y les daría a los partidos menores mayor peso de negociación. Al mismo tiempo, mostraría a la dirigencia del Verde (capaz de apoyar a un empresario del carbón), y de paso a la del propio Morena, que no siempre podrá controlar a sus dirigencias locales.

Coahuila es diferente a San Luis Potosí, donde hubo cierta desidia y falta de apoyo desde el centro al candidato morenista. Guadiana, y nadie más, era el candidato de López Obrador. De ahí los esfuerzos -y hasta las amenazas a futuro- por forzar una unidad inexistente en el estado.

En el Edomex lo que está en juego es la relevancia a futuro de la unión opositora. Lanzaron a una candidata joven, una cara relativamente nueva, que hizo una campaña mucho mejor que la de la candidata morenista, más propositiva que agresiva… pero con el baldón de provenir del PRI, con el apoyo sólo de una parte del tricolor (porque la dirigencia nacional prefirió ocuparse de su supervivencia como tal), al grado que el PAN se vio más activo. Alejandra del Moral tiene enfrente una candidata mala, con una larga cola que le pisen y que sólo se cuidó de no cometer errores garrafales, pero la candidata de Va por México partió con una desventaja muy grande en las encuestas, que posiblemente no podrá remontar.

Una improbable (pero no imposible) victoria de Del Moral tendría tres efectos para la coalición opositora: mantendría vivo al PRI como importante parte de la misma, subrayaría la importancia de no atizar la polarización y generaría (a pesar de las evidencias de que no son elecciones proféticas) un cierto triunfalismo entre sus miembros, y en especial sus dirigencias.

En cambio, una victoria amplia de Delfina Gómez reduciría al PRI a un partido con sólo algunas fortalezas locales y dejaría definitivamente claro que el partido hegemónico en la alianza opositora es Acción Nacional. Contemporáneamente, permitiría a la dirigencia nacional priista buscar caminos propios de sobrevivencia, no necesariamente los que ha seguido hasta ahora. Y generaría (a pesar de las evidencias de que no son elecciones proféticas) un cierto pesimismo entre los opositores, y el consiguiente triunfalismo de parte de López Obrador y sus huestes.

El escenario más probable, una victoria relativamente cerrada de Morena, deja más cosas en el aire. Lo seguro es, en uno de los frentes, una pérdida relativa de importancia del PRI y, del lado de la coalición liderada por Morena, resaltaría la relevancia de mantener la unidad entre los partidos integrantes (ganan apretadamente cuando están unidos; pierden cuando va cada quien por su lado). Lo inseguro es la reacción de las otras dirigencias, y en particular la del PAN: habrá, por un lado, presiones para ampliar la alianza opositora (donde el PRI cuente menos) y, por el otro, presiones para moverse hacia posiciones de mayor confrontación con el gobierno. A ver qué sale del conflicto entre las dos almas de Acción Nacional: la democrática y la derechista.

En resumen, más que pronosticar el futuro nacional, las elecciones del domingo ayudarán a definir cómo se acomodarán los contendientes en los bloques de salida rumbo al 2024.

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