Opinión

Evaluar el experimento

La Nueva Escuela Mexicana tiene numerosos problemas, pero las dudas principales del público giran en torno a su impacto en la educación de los pequeños. Se le crítica por omitir la formación de las habilidades fundamentales --lectura, escritura y aritmética—, por privilegiar la práctica sobre el conocimiento académico, por excluir contenidos nacionales y elementos de la sociedad moderna, por enfocarse al estrecho universo de la comunidad local, etc.

Habría que preguntarse si los nuevos planes de estudio y libros de texto satisfacen las expectativas sociales, es decir: a) si desarrollan plenamente la personalidad del alumno; b) si preparan para seguir aprendiendo en el bachillerato; c) si capacitan para integrarse a una vida activa y productiva; d) si garantizan una educación intercultural; e) si atienden necesidades de aprendizaje esenciales; f) si permiten la adquisición de conocimientos científicos y tecnológico aplicables a la vida cotidiana; g) si desarrollan la comprensión y el pensamiento crítico y h) si inculcan la observancia de las leyes, los valores éticos compartidos y el respeto a los derechos humanos.

Estudiantes en el Estado de México

Estudiantes en el Estado de México

Cuartoscuro

Sería saludable que el Estado y los organismos de la sociedad civil hicieran una evaluación objetiva de este “experimento educativo”. Para llevarla a cabo, hay que prescindir del marco ideológico disruptivo que lo acompaña y enfocarse solo en los efectos netos que tiene la práctica educativa sobre el desarrollo de los alumnos, particularmente en las esferas cognitiva, emocional y ética.

Cualquier evaluación debe partir de considerar la situación previa en aprendizajes y en las condiciones de las escuelas; esto representa un problema porque no se ha dado desde 2018 un seguimiento puntual de la evolución de la educación básica. En 2019 se suprimió el Instituto Nacional de Evaluación de la Educación (INEE) y de manera explícita las autoridades federales manifestaron su rechazo a toda medición de resultados la evaluación, la misma actitud que asumieron en otras áreas del sector público.

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Se requiere asimismo auscultar cuidadosamente la opinión de los maestros: saber en qué cambió su papel, qué entrenamiento recibieron para utilizar la nueva modalidad de enseñanza, que dificultades tienen para adaptarse al nuevo modelo de enseñanza, como afectó su jornada de trabajo, si aumentó su autonomía profesional, si aumentó o disminuyó la carga administrativa, si juzgan que el aprendizaje de los estudiantes ha mejorado, etc.

Esta evaluación tiene un interés enorme, no sólo porque permitiría un juicio objetivo, imparcial, de la Nueva Escuela Mexicana sino porque arrojaría una masa de información que serviría de plataforma para planear el desarrollo subsecuente de la educación básica.

Se debe asumir que la educación básica de hoy heredó una gran cantidad de lastres y problemas del pasado. La declinación de los aprendizajes es un fenómeno que se remonta al siglo anterior, el estancamiento del gasto educativo es también un hecho histórico, la gestión burocrática y centralista del sistema ha sido inamovible, lo mismo el gremialismo corporativo, el descuido de las escuelas normales ha durado décadas, la debilidad de los programas de capacitación y actualización de los docentes en activo es crónica, las carencias de equipo moderno, como computadoras, es inocultable y las desigualdades internas (en aprendizajes, en calidad de la docencia, e condición de planteles) son un antiguo padecimiento. Las pérdidas netas de conocimiento y las lagunas formativas que dejó la pandemia en niñas, niños y adolescentes jamás se han subsanado. ¿En qué medida esta reforma educativa ha logrado componer esos desaguisados? Todo esto exige un esfuerzo de evaluación meticuloso y de gran alcance.