Opinión

Fuerzas modernizadoras

Desde el colapso de Unión Soviética y del llamado socialismo real a finales del siglo XX, las izquierdas, su pensamiento y organizaciones afines, cayeron en agudo desprestigio solamente correspondido por la profundización del denominado modelo del mercado libre, que en una de sus vertientes doctrinarias más ortodoxas (neoliberalismo) dominó el escenario político, económico, social y cultural en el mundo hasta la fecha, sin que México fuera la excepción. Solamente el agotamiento relativo de ese modelo recientemente, a partir de las desigualdades tan acuciantes que ha creado y los privilegios que ha concentrado a lo largo de su preeminencia, ha dado nuevo vigor a las ideas consustanciales al pensamiento de izquierdas. En diversas columnas, hemos insistido en que la diferencia más sustantiva entre las ideas de derechas e izquierdas es justamente la búsqueda de la igualdad.

Es evidente que el pensamiento de izquierdas es complejo y plural a pesar del dogmatismo implementado por sus principales instrumentadores en el pasado. En él confluyen diversas corrientes, a menudo enfrentadas entre sí (socialismo, comunismo y anarquismo) y más antagónicas que sus rivales conservadores. El debate subyacente, y no acabado, sobre si lo experimentado por el mundo, particularmente en los países del bloque soviético, fue en realidad lo que el ideario y la teoría del socialismo, con el marxismo como su veta filosófica más influyente, marcaban como aspiración de un mundo mejor, en el que el capitalismo cediera su lugar a otro modo de producción estructurado alrededor de la clase trabajadora y no en los dueños del dinero. Para algunos, ese modelo, el soviético, si bien enarboló las ideas de izquierda, en realidad lo que construyó fueron sistemas totalitarios vertebrados por sólidas burocracias y un férreo aparato militar que suprimió todas las libertades bajo el argumento de que todas las expresiones de oposición eran burguesas y antirrevolucionarias. “En Rusia, los socialistas lanzaron el más osado, prolongado y desastroso experimento de ingeniería social del siglo XX.” (Sassoon Donald, Cien años de Socialismo, Edhasa, Barcelona,1996, pp. 23-24)

Para otros, a pesar de su desprestigio, parece innegable que sobre todo a lo largo del siglo XX, el “socialismo -especialmente, pero no únicamente, en su versión comunista- se convirtió en una fuerza de modernización, de reformas agrarias, descolonización y, también, nacionalismo. Fue abrazado por los africanos que luchaban contra el apartheid, por los latinoamericanos que se enfrentaban a las multinacionales extranjeras o a los intereses creados locales. En China, el socialismo inspiró la organización de la revolución campesina más imponente registrada por la historia. En India, intervino como ingrediente del más extenso movimiento reivindicativo pacifista que jamás existió.” Para Donald Sassoon, “desde su cuna en Europa occidental, el socialismo le pisó los talones al capitalismo por todo el mundo, como fuente de inspiración para todos aquellos que luchaban contra la explotación y la discriminación, la tiranía y la injusticia.” (p.23)

La médula del pensamiento de izquierda, sus postulados en favor de la igualdad siguen vigentes en el marco de una realidad compleja, cierto, pero por demás competitiva en la que permanecen los privilegios, la concentración de la riqueza y la primacía del dinero por encima de otros valores sociales intangibles que escapan a esa lógica. El devenir de las izquierdas nunca fue sencillo ya que en sus orígenes se planteó ni más ni menos la desaparición del capitalismo.

A manera de antecedente, el historiador Sassoon recuerda que el 14 de julio de 1889 en Francia se celebraban dos cosas, una abierta, otra en la clandestinidad: por un lado, el centenario de la Revolución; por el otro, socialistas de toda Europa se reunían para relanzar una organización que reemplazara a la Primera Internacional, disuelta en 1876, para los que la libertad, la igualdad y la fraternidad sólo podían convertirse en realidad si la riqueza social y el poder económico escapaban del control de unos pocos para pasar a la soberanía del pueblo entero. En ese congreso fundacional de 1889, los partidos socialistas europeos -todos comprometidos con el marxismo- se establecieron una serie de principios, que se han mantenido, aunque no siempre consistentemente hasta la fecha: la extensión de la democracia, la evolución pacífica hacia la toma del poder político, la regulación del mercado laboral y el fin de la discriminación sexual, así como otras formas de desigualdad.

Dicho especialista sostiene que el socialismo parece sobrevivir solo en Europa occidental, si bien disminuido en sus alcances e inseguro de su devenir y receloso ante su propio pasado. Puede ser que le asista la razón, pero si las premisas enarboladas en 1889 son permanentes, pareciera evidente que al menos en la región latinoamericana Chile dio continuidad a dicho ideario hacia los años setenta del siglo pasado y hasta el golpe de Estado en contra del gobierno de Salvador Allende en 1973, que fue un ejemplo a seguir para los movimientos políticos de izquierda. 

El presidente de Chile, el socialista Salvador Allende, celebra su triunfo en las elecciones de 1970

El presidente de Chile, el socialista Salvador Allende, celebra su triunfo en las elecciones de 1970

Archivo de la Nación

El próximo 11 de septiembre se cumplirán 50 años de ese golpe que terminó violentamente con el primer experimento democrático y socialista de la región. De manera progresiva y sistemática, desde 2018, México parece perfilarse como renovado ejemplo de avance de la izquierda como fuerza modernizadora y democrática. No sería por lo demás, la primera ocasión en que México se constituye como referente para las izquierdas.

Volveremos al tema.