Opinión

De hackeos y cosas peores

Los diques tienen grietas. En días recientes, filtraciones y hackeos han puesto en duda la capacidad del gobierno para mantener controlada información confidencial. Y eso es algo que no se debe ver con una sola lente, y menos si está teñida de color partidista.

Todos los medios reciben filtraciones de vez en cuando. O si no les dan la información directamente, reciben el pitazo de dónde encontrarla. Cualquiera con dos dedos de frente sabe que todas estas entregas de información son interesadas. Lo que no se siempre se llega a saber es de parte de quién.

Entonces, la tarea del periodista es poner en la balanza dos elementos: por un lado, la importancia informativa de lo encontrado (o recibido) y las posibles consecuencias de publicarlo y, por el otro, entender el hecho de que estará favoreciendo a una parte interesada. Se debe hacer una labor de evaluación.

Debería quedar claro, entonces, que quien pone a disposición de un medio una información delicada, tratará de buscar al periodista que, con más seguridad, y menos pruritos, lo publique y le dé revuelo para que el tema se expanda.

No sabemos quiénes son los que integran el colectivo de hackers Guacamaya, ni cuáles sean sus intenciones finales, detrás de un antimilitarismo elemental. Lo que sí queda claro es que ha habido quienes utilizaron el asunto para crear en las redes sociales cuentas falsas de la agrupación, bastante burdas por cierto, e intentar sacar raja política del asunto. Un juego de máscaras en el que unos pocos periodistas cayeron.

Pero sí hay qué entender que uno de los motivos del hackeo a la Sedena y a diferentes ejércitos en América Latina, es el de minar las instituciones militares del continente, mostrando sus debilidades. Queda la impresión de que fue un hackeo masivo y a ciegas: es decir, consiguieron cantidades impresionantes de información sin saber qué había en ella o qué tan relevante era, en la esperanza de que los periodistas de la región separen el oro (si es que lo hay) de la paja.

Por lo pronto, ha habido más paja. La mayor parte de lo revelado hasta ahora a partir de los archivos digitales del Ejército mexicano era conocido; y lo que no -el estado real de salud del Presidente, el atraso de la institución en las relaciones entre sexos, la creación de archivos sobre periodistas y activistas sociales- era sospechado por casi todo mundo. No ha explotado bomba informativa alguna. Tal vez por eso, López Obrador de inmediato aceptó la veracidad de los documentos.

Sin embargo, ello no le quita lo grave al asunto. Una de las instituciones clave del Estado mexicano ha sido vulnerada. En los archivos hay información relevante para la seguridad nacional: pensemos simplemente en la relacionada con los operativos de las Fuerzas Armadas contra el crimen organizado. Y fue vulnerada por un grupo oscuro, cuyas intenciones de fondo -repito- desconocemos. El que esas cuestiones de seguridad se hagan públicas queda sólo al criterio de los periodistas que tengan acceso a los archivos.

Por lo mismo, es preocupante la desidia con la que se ha tratado el asunto desde Los Pinos. Como si el problema fuera a desaparecer con exorcismos.

Pareciera que, al percatarse de que el primer golpe fue débil, el Presidente cree que eso es todo lo que puede recibir, y que lo que importa es si se afecta su imagen o no. El asunto de fondo pasa, incorrectamente, a segundo plano y ni siquiera se plantea la voluntad de investigarlo.

Uno, que es suspicaz, tiende a pensar que, por lo menos tendrían que verificar si no hay un “topo”, un agente interno que haya coadyuvado al hackeo. Un equivalente a lo que fue Chelsea Manning para Wikileaks. No necesariamente sería un militar. Más, cuando hay empresas contratistas de ciberseguridad cuyas debilidades habían sido señaladas este mismo año por la Auditoría Superior de la Federación. En otras palabras, estaban avisados del riesgo.

Cerrar los ojos no va a aliviar el problema. No será con una apresurada ley sobre ciberseguridad, ya ahogado el niño. Es urgente evitar que algo así vuelva a suceder, y para ello el gobierno tiene que hacer inversiones en algo que, por los prejuicios del Presidente, se ha dejado de lado: la informática.

Para terminar, dos paradojas: una, que ahora una parte de la seguridad nacional depende de los periodistas profesionales y su ética; de los mismos que han sido denostados por quienes prefieren propaganda. La otra, que a López Obrador ya le tocaron sus Assange: a esos no les van a ofrecer las llaves de la ciudad. Lo que es peligroso, es peligroso.

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