Opinión

Información, realidades alternas y un punto de quiebre

Apareció en la revista Science* un artículo según el cual los cambios sociales y socio-culturales suelen tener dos fases. En la primera van muy despacio, porque las normas vigentes parecen estar firmemente adoptadas, pero llega un momento, un punto de quiebre, a partir del cual el cambio es rápido y se genera un nuevo consenso respecto a la norma.

Según el estudio, ese punto de quiebre se ubica alrededor de 25% de la población. Esto significa que una posición minoritaria tarda un tiempo en penetrar en la sociedad, pero cuando llega a representar la cuarta parte, el tiempo para que se vuelva mayoritaria disminuye considerablemente.

En México, por ejemplo, la primera encuesta sobre sexo, realizada por Ricardo de la Peña en 1991, y sólo en las tres principales áreas metropolitanas del país, resultaba que aún en la Ciudad de México menos del 20 por ciento de los entrevistados consideraba aceptables las prácticas homosexuales (era 9% en Monterrey, y Guadalajara estaba a mitad del camino). Pasarían todavía 15 años para que se legalizaran las uniones de convivencia entre parejas del mismo sexo en la capital de la República, y menos de un lustro más para que se aceptara el matrimonio igualitario.

Es evidente que, para que fuera una norma legal aceptada, hacía tiempo que la opinión pública respecto al tema había cruzado el umbral, el punto crítico. Otro tanto puede decirse de temas como la interrupción del embarazo o la despenalización por la posesión de mariguana.

El de la llegada paulatina al punto de quiebre no es el único método con el que cambian costumbres y puntos de vista sociales. Un experimento en Arabia Saudita** demostró que puede haber cambios rápidos si la gente se da cuenta de que una norma que sigue la mayoría en realidad no es apreciada socialmente: el 87% de los varones de ese grupo de estudio estaba de acuerdo con que las mujeres trabajaran, pero suponía que su opinión era minoritaria; cuando se enteraron de las proporciones verdaderas, el empleo entre sus esposas se triplicó. Les habían impedido trabajar, pero no porque fuera su convicción, sino porque suponían que era el consenso social.

El problema, en ese caso en particular, es que los participantes se enteraron porque les dieron los resultados del experimento, y un flujo así de rápido y concreto de información es muy difícil en todas las sociedades, pero más en aquellas que no tienen canales democráticos de expresión. En todo caso, señala la importancia de que haya información activa que permita a las sociedades tener un espejo confiable en el cual mirarse.

Aquí entramos en una cuestión que, en los tiempos que corren, puede resultar peliaguda. En sociedades polarizadas, es común que las personas rechacen toda información que contraste con su punto de vista personal previo y que tomen como buena, sin discusión, cualquiera que lo fortalezca. Esto se convierte en una barrera al cambio. O peor, en una vía para el retroceso.

Sucede que, en aras del comportamiento tribal, hay personas que no creen en la información que reciben, pero, si se trata de información que refuerza sus puntos de vista previos, están dispuestos a afirmar que sí la creen. A hacer la maroma mental.

Esto le da poder a quienes se benefician de la expansión de las mentiras: pueden reproducirlas, a sabiendas de que serán seguidas incluso por algunos que no creen en ellas, y pueden lanzar campañas en las redes sociales para reproducirlas, y generar la idea de que “todo mundo dice”, para convertirlas en verdades aceptadas, en consensos artificialmente construidos.

Se puede armar, así, una guerra de narrativas, en la que cada grupo vive en una realidad alterna, y supone -sobre todo si no revisa sus propias dudas- que son los otros los que se están tragando las mentiras.

Y el problema se hace mayor si una de las narrativas es impulsada desde el poder. Y peor, si en ella hay una erosión de los valores: cuando se consideran aceptables comportamientos que antes no lo eran. Estos comportamientos pueden variar según el país del que se trate: en algunos pueden terminar siendo bien vistos el racismo y la xenofobia; en otro la pertenencia a una banda criminal puede ya no ser estigmatizada o puede verse como correcto evadir las leyes o clamar fraude a sabiendas de que no lo hay.

Así que tenemos, en estos tiempos, dos tipos de vectores respecto al cambio: el que puede impulsarlos, a través de la información y el convencimiento y el que puede hacerlo -o más comúnmente, evitar el cambio- mediante la difusión interesada y repetida de mentiras o a través de la erosión de los valores que mantienen unida y funcional a la sociedad. En ambos casos, hay puntos de quiebre. Uno, que cuando se llega a él, porta a un nuevo tipo de consensos; y otro, que al cristalizarse, fabrica una zanja infranqueable entre grupos sociales y apuesta por la decadencia en la convivencia, para beneficio de unos cuantos.

Sociedad unida

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*https://www.science.org/doi/10.1126/science.aas8827

**https://home.uchicago.edu/bursztyn/Misperceived_Norms_2018_06_20.pdf

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