Opinión

“Vamos bien, no somos iguales”

Se instauraron bajo el concepto, en una nación ideal, de rendición de cuentas del poder Ejecutivo ante el Legislativo, pero a lo largo de los años, los informes presidenciales -salvo notables y contadas excepciones- han servido esencialmente como mecanismo de propaganda del gobierno federal en turno.

Los informes que más se recuerdan son aquellos en los que se anuncia una decisión trascendente -como la nacionalización bancaria, en 1982- o se lanzan amenazas no tan veladas, que serán cumplidas poco más tarde -como “hemos sido tolerantes hasta extremos criticables”, de 1968-. Por lo general, se trata de recuentos de obras y de programas, de promesas y de logros autopercibidos, acompañados al final de un “mensaje político” que la mayor parte de las veces ha sido vago y sólo ha servido para que se devanen los sesos los analistas y opinólogos.

Una de las virtudes de Andrés Manuel López Obrador es su transparencia, en el sentido de que siempre está haciendo campaña política de manera abierta, y entiende que así es como se gobierna. Por lo mismo, no esconde su informe de gobierno como un supuesto acto de rendición de cuentas ante un Congreso en el que cuenta con mayoría, sino que lo maneja claramente como un momento más, uno importante, de propaganda política.

Es por ello que no tiene recato alguno en presentarlo en términos de contraste y confrontación política con su oposición, a quienes acomuna con el término “neoliberales”. Aquí importa más recordar al electorado (más que a la ciudadanía) las razones originales de un voto del que podrían estar arrepintiéndose -los hartazgos hacia excesos de gobiernos anteriores- que ponderar logros. La idea es mantener el enojo con ese pasado pintado de negro y, en vez de esperar que sea suficiente como para no ver la realidad cotidiana, darle una pintadita de rosa a esa realidad.

La consigna machacona de “no somos iguales” sirve como un recordatorio constante que, a fuerza de ser repetido, intenta borrar las evidencias en contrario. Intenta que se mantenga en el imaginario popular la línea divisoria que permitió el triunfo de Morena. No se trata, entonces, de analizar si en realidad hay diferencias -y menos, si hay casos en los que el gobierno actual sale perdiendo en la comparación-. Se trata de apelar a las emociones, al sentimiento, porque los programas políticos desaparecieron para dar lugar a las “ideas-fuerza”.

De igual forma funciona la frase “vamos bien”, que el Presidente repite cada vez que puede. Porque no la dice a partir de resultados medibles, sino como una suerte de mantra. Vamos bien porque queremos ir bien, vamos bien porque yo lo digo y ustedes me creen porque así lo han hecho otras veces.

El informe presidencial, como otros tantos, pasará por exagerar logros, hacer pasar como inéditos programas ya repetidos con otros nombres, agradecer apoyos, dar palmadas y prebendas y apuntar hacia un horizonte luminoso para el país. Pero tendrá dos características particulares.

La primera, porque “no somos iguales”, realizar comparativos -a veces justos, a menudo tramposos- con los gobiernos del pasado para subrayar diferencias. Con ello, en vez de hacer un llamado, aunque sea genérico, a la unidad entre los mexicanos, utilizará la ocasión para continuar la interminable campaña electoral de confrontación: Nosotros contra Ellos, donde Ellos, el equipo contrario, son todos los que expresen desacuerdo. Porque, ya nos lo dijo, “sólo hay de dos sopas”.

La segunda, porque “vamos bien”, consistirá en negar o maquillar evidencias en las materias donde hay más faltantes y, por lo tanto, más malestar social: inseguridad, salud, crecimiento económico, combate efectivo a la pobreza, educación.

En ese juego de la comparación, la negación y la exageración hay un cálculo: que se vea la transformación como proyecto exclusivo de AMLO, sin que haya institucionalidad alguna de por medio. De hecho, las instituciones -que incluyen, no olvidemos, a los otros dos poderes de la Unión- son vistas como obstáculos del gran proyecto.

Y no importa que ese proyecto no tenga coherencia, y a veces ni siquiera asideros, lo que importa es generar la sensación de que una persona, el Presidente de la República, es el hacedor. Y que lo que hace es bueno.

De eso, entre otras cosas, se trata el Informe de Gobierno. De que la medición de lo realizado no sea de las acciones por éste realizadas, sino de las percepciones respecto al pasado -el temor de que regrese- y la imagen de que en el futuro lo que no está funcionando termine por funcionar.

Son sólo percepciones e imágenes mentales, sí, pero son lo que puede permitir, a través de la delegación del voto, la consolidación del grupo en el poder y, de ser posible, saltarse la política democrática de acuerdos y consensos, para imponer una visión única, al cabo que los nuevos no son iguales y van bien.  

Andrés Manuel López Obrador en una fotografía de archivo

Andrés Manuel López Obrador en una fotografía de archivo

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