Opinión

La invasión rusa a ucrania

A Vladimir Putin las cosas no le están saliendo como las planeó: pensaba que la invasión a Ucrania iba a ser una Blitzkrieg (guerra relámpago); pero el ejército y el pueblo de Ucrania han presentado una resistencia heroica frente a la agresión rusa. En esto ha jugado un papel fundamental el presidente ucraniano, Volodimir Zelenski, a quien Estados Unidos le ofreció sacarlo del país; el ex comediante agradeció el gesto de buena voluntad, pero dijo que en vez de darle un “aventó”, mejor le dieran armas y municiones; que él no iba a abandonar su país. Por el contrario, lucharía contra el invasor. En un santiamén, Zelenski se ha convertido en el símbolo de unidad de su patria agredida injustificadamente.

Las imágenes son elocuentes: columnas enteras de tanques y carros armados destruidas. Las cadenas de suministros fueron cortadas de tal manera que los transportes de tropas invasoras se quedaron sin gasolina, y sin alimentos. Miles de soldados rusos han sido eliminados o aprehendidos. Algunos de ellos son casi niños; les han permitido comunicarse con sus familiares. Es tal el revés que han sufrido las tropas rusas que incluso, los medios de comunicación controlados por el Kremlin, han tenido que reconocer que su ejército ha sufrido bajas; el gobierno ucraniano calcula que han sido alrededor de 4.5 mil bajas rusas en el lapso de cinco días.

Antes de la invasión, Putin alardeaba que había podido concentrar en la frontera con Ucrania cerca de 100 mil tropas; lo que nunca dijo es que las fuerzas armadas de Ucrania cuentan con 1,246,445 soldados; vale decir, es el tercer ejército más grande de Europa; su territorio abarca 603,700 km2, tiene una población de 41,510,726 habitantes.

En la medida en que Putin se fue decidiendo por la invasión, el círculo de consejeros del que se rodeó se fue achicando. Este círculo está encabezado por tres hombres de línea dura: el ministro de defensa, Sergei Shoigu; el jefe de los Servicios Federales de Seguridad (FSB), Alexander Bortnikov, y el jefe del consejo de seguridad Nikolai Patrushev. Más abajo, en la burocracia militar y del Kremlin, algunos funcionarios tenían sus reservas respecto de los planes de guerra contra Ucrania. (David Ignatius, “Putin’s assault on Ukraine will shape a new world order”, The Washington Post, 24/02/2022). Con todo y esas advertencias, Putin se lanzó a la aventura.

Y es que, desde que llegó al poder en el año 2000, Vladimir Putin, se ha puesto como objetivo resucitar las viejas glorias del imperio ruso (tanto el zarista como el soviético). Había que resarcir la antigua afrenta histórica de haber perdido la Guerra de Crimea (1853-1856) frente a la liga formada por el Imperio Otomano, la Gran Bretaña y Francia que se firmó en el Tratado de París de 1856.

Para el autócrata ruso la peor tragedia del siglo XX fue el desmembramiento de la Unión Soviética (URSS) formada por 15 república (entre las cuales se incluía a Ucrania). Lo que quiere (por descabellado que parezca) es reunificar a la URSS. Para ello, ha inventado un enemigo: Europa Occidental en sus dos versiones: de una parte, la Unión Europea (económico-política); de otra, la Organización del Tratado del Atlántico del Norte (OTAN) (militar).

Putin ha impuesto una autocracia populista en Rusia enarbolando la bandera nacionalista, estrechando los lazos con la Iglesia Ortodoxa, rodeado de oligarcas insaciables, y dando la imagen de un hombre invencible (un macho alfa) como el sumergirse en aguas heladas, cabalgar con el torso desnudo o practicar judo. Además, de ser un matón: Sergei Skipal y su hija Yulia fueron envenenados, el 8 de marzo de 2018, en Wiltshire, Inglaterra. Ambos pudieron recuperarse. Su principal opositor Aleksei Navalni fue envenenado el 20 de agosto de 2020, con una sustancia radiactiva, Novitxok. Fue trasladado al Hospital Charité, de Berlín, donde le salvaron la vida. Hay muchos más casos en que Putin, por desgracia, sí ha logrado su objetivo.

La estrategia de Putin para anexar a las exrepúblicas soviéticas es muy conocida: primero, atiza el ánimo de los separatistas, enseguida viene la invasión y concluye por imponer un gobierno títere. Esos pasos fue los que dio en Chechenia: el 1 de octubre de 1999, las tropas rusas entraron a esa nación y se apoderaron de la capital, Grozni.

El 7 de agosto de 2008, comenzó la Guerra de Osetia del Sur; esto es, entre Georgia (también antigua república rusa) y las provincias prorrusas de Osetia del Sur y Abjasia. En 1995 se firmó un Memorando de Entendimiento.

Ucrania se convirtió en Estado Independiente el 24 de agosto de 1991. Desde entonces la política ucraniana ha sido presa de dos fuerzas contradictorias: adherirse a Europa Occidental o formar parte de la zona de influencia de Moscú. Valga un ejemplo: en 2004 contendieron por la presidencia de la república Viktor Yushchenko (pro-occidental) y Viktor Yanukovich (pro-ruso). Hubo un fraude descomunal que favoreció a Yanukovich al tiempo que Yushchenko sufrió un envenenamiento con dioxina. Afortunadamente, no murió. La protesta contra el fraude se conoce como la “Revolución naranja”. Una nueva elección dio como ganador a Yushchenko.

El actual presidente de Ucrania, Volodimir Zelenski asumió el mando del país el 20 de mayo de 2019. No había incursionado en la política; sin embargo, su partido “Servidor del Pueblo” se presentó como una alternativa creíble para los ciudadanos. Hoy sabemos que eligieron bien. En medio del conflicto, Zelenski ha sacudido las conciencias de los gobiernos y de los ciudadanos occidentales: les ha hecho ver que lo que está en juego en Ucrania no es solamente la independencia de ese país, sino los valores de occidente. En primer lugar, la democracia como principio universal. Eso ha calado hondo.

Foto: Especial

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