Opinión

Un libro de texto en el sexenio de Carlos Salinas de Gortari

1Desconozco los nuevos libros de texto que han generado ruido y polémica en estos días. Advierto que las críticas más iracundas y estridentes -como ha sido el caso de la televisora de Ricardo Salinas Pliego- reproducen hasta caricaturizar los más rancios, paranoides y delirantes argumentos anticomunistas de los grupos más conservadores e intolerantes del país, como es el caso de la Unión Nacional de Padres de Familia. Son ellos, me parece, quienes de manera involuntaria contribuyen con su torpeza y fanatismo ultramontano a legitimar su inminente y al parecer inevitable circulación.

Libros de texto

Libros de texto

Advierto también que se han presentado argumentos no ideológicos sino pedagógicos, técnicos, científicos e incluso jurídicos entre el grupo multidisciplinario de expertos que ha expresado sus reparos por diversos aspectos que han advertido tanto en el contenido como en el proceso de elaboración de los nuevos libros.

Mientras que los primeros serán aprovechados por el gobierno para justificarse y celebrar sus decisiones, los segundos simplemente no serán escuchados en Palacio Nacional.

Sé en cambio que en el caso específico de la enseñanza de la historia los libros de texto gratuitos han cumplido en todo momento con un doble propósito. Uno estrictamente magisterial: de divulgación del conocimiento y formación educativa a partir de la explicación de nuestro pasado; y otro de índole ideológico y político: que de manera implícita y obligada reproduce y sanciona la narrativa del Estado Mexicano en relación a su construcción, evolución e identidad.

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De un lado la pedagogía de la historia a secas, del otro la construcción siempre ideológica de una idea de lo nacional y de la sociedad que se ajuste, justifique y reproduzca la narrativa ética, política histórica y cultural con la que el régimen en turno pretende explicarse a sí mismo. La enseñanza de la historia con adjetivos cívicos, pedestales de mármol y estadísticas a modo.

Ha sido y seguirá siendo así. En ese sentido no hay mucho nuevo bajo el sol.

2.

Acudo para ello a un ejemplo no tan lejano en el tiempo: el libro de Historia de México para sexto grado de educación primaria, publicado por la SEP y la Comisión Nacional de Los Libros de Texto Gratuitos (CONALITEG) durante el sexenio del presidente Carlos Salinas de Gortari.

Sin mencionar a sus autores -como ha sido una repetida e injustificable costumbre de la CONALITEG- los 2 millones 180 mil ejemplares que se imprimieron en las rotativas del periódico El Nacional en agosto de 1992, contienen afirmaciones como esta:

“En 1988, los tres principales candidatos (a la presidencia de la República) se dividieron los votos en unas elecciones reñidas. Carlos Salinas de Gortari ganó con un poco más de la mitad de los votos”. (Las negritas en el nombre del presidente pertenecen a la edición original).

Y continua: “El propio Salinas de Gortari señaló que había llegado a su fin el sistema de partido casi único en México. (…) En 1990, una nueva ley creó nuevas reglas y nuevas instituciones electorales. Las elecciones competidas comenzaron a volverse lo normal en México, cuando antes eran la excepción”. (p.150).

No se menciona que al proceso electoral de aquel año le siguió una muy significativa movilización social de protesta por los resultados y la inequidad de la competencia, ni menciona el nombre de los otros candidatos a la presidencia y los partidos que los postularon, como si ello resultara irrelevante.

Más adelante se afirma: “El nuevo gobierno de México (1988-1994) mostró energía y un rumbo claro a seguir”. Es decir, la lección de historia contemporánea para sexto de primaria convertida en un instrumento de la propaganda oficial.

Ofrece, además, datos y argumentos del todo incomprensibles para un niño de 12 años: “la inflación bajó de 140 por ciento en 1987 a 20 por ciento en 1989. Terminó de abrirse la economía nacional al mundo exterior. (…) Se abandonó el modelo de crecimiento hacia adentro, protegido por altas barreras aduanales que fomentan el contrabando y la ineficiencia. (…) Se logró renegociar la deuda externa para disminuirla y se amplo el gasto del gobierno destinado a cuestiones sociales mediante el Programa Nacional de Solidaridad. (de nuevo aquí, las negritas son de la edición original).

“(…) Se actualizó el artículo 27 constitucional para aumentar la producción en el campo (es decir, aunque no se menciona así, se privatizó al ejido). (…) Luego de seis años de nulo crecimiento, desde 1989 la economía ha crecido más que la población tres años seguidos”. Y remata: “el nuevo modelo de desarrollo abandonó el proteccionismo comercial para abrirse a la competencia con el exterior”. (p.151).

Secuestrados por el propagandista que escribió estas líneas antipedagógicas, dos millones de niños en México repasaron la lección final de su libro de historia sin tener la menor idea de que era un “modelo de desarrollo” o qué diablos significaba el “proteccionismo comercial”. ¿Cuántos de esos niños que hoy tendrán más 40 años votarán por el PRI en la próxima elección de 2024?

“Para lograr su modernización -seguimos en las páginas finales del libro- México deberá participar más activamente en el mundo, en sus mercados, en sus avances tecnológicos, en atraer capitales para impulsar la economía”. Afirma, además, algo enteramente discutible: “Mucha gente cree que nuestro país es riquísimo. Ignoran que no es cierto. Nuestro país tiene pocas tierras de labor excelentes, a diferencia de Francia o de las grandes llanuras de Estados Unidos. Tiene poca agua. Las tierras cultivables de los estados del sur y del sureste son escasas y pobres. Gran parte de Durango, Zacatecas, Coahuila, Tamaulipas, San Luis Potosí, Chihuahua y Sonora, son verdaderos desiertos”. Hay una terrible contradicción entre la modernización y la diversificación de nuestra economía que postulan, y la sentencia al subdesarrollo que se infiere de estas últimas líneas, por el hecho supuesto de no contar en el país con suficientes tierras de cultivo.

La gran novedad del libro eran las menciones en sus páginas 144-146 al movimiento estudiantil de 1968, a la represión del 10 de junio de 1971 y al surgimiento de guerrillas en los años setenta, pero no se destina una palabra a señalar a los culpables, o a mencionar los casos de tortura, desaparición y encarcelamientos ilegales de aquellos años.

Una limitación notable en el libro son los tres párrafos dedicados al sexenio de Lázaro Cárdenas, en los que apenas de pasada se menciona a la expropiación petrolera de 1938. El cardenismo y sus continuadores claramente no eran del agrado de los redactores del libro o, mejor dicho, de quienes ordenaron su redacción. (Por cierto, Manuel Bartlett era el secretario de Educación Pública en ese momento).

Si en la actualidad revaloramos y ponderamos la diversidad lingüística y pluriétnica de la nación, en las 160 páginas del libro se les dedica un párrafo a las comunidades indígenas del país, a dos años del estallido zapatistas en Chipas: “La población de habla indígena actual es de cinco millones de habitantes y vive en todo el territorio nacional. En la actualidad hay una gran variedad de grupos indios que conservan un fuerte sentido comunitario. Los indios de México hablan unas 56 lenguas antiguas. (…) De la colonia proviene el español, idioma oficial que hablamos la mayoría de los mexicanos”. (pp. 31 y 65)

Y al hablar de la religión afirma: “Los españoles destruyeron las religiones indias e impusieron el cristianismo. Hoy la mayoría de los mexicanos practica la religión católica”. Ni una sola mención a las iglesias evangélicas o a otros credos como el judío.