Opinión

La marcha de la venganza

No se aguantó la muina, no resistió el coraje que le produjo la megamarcha del 13 de noviembre #ElINENoSeToca. Según estimaciones de Google, solo en la Ciudad de México, esa protesta contra la iniciativa de reforma electoral de AMLO, reunió a cerca de 840 mil personas; pero hay que tomar en cuenta que hubo marchas en más de cincuenta ciudades de México, Estados Unidos y Europa. Las personas que decidieron participar en esas expresiones de desacuerdo con López Obrador y su partido Morena, hicieron uso legítimo de la libertad de expresión y de reunión consagradas en la Constitución. Fue un sopapo bien dado al ego del hombre de Macuspana.

En vez de comportarse como Jefe de Estado, y tomar en cuenta la justa demanda de los ciudadanos que fueron por su propia iniciativa a expresar su desacuerdo o, por lo menos, respetar el disenso—cosa elemental en cualquier democracia que se precie de serlo—el presidente Andrés Manuel López Obrador, ha reaccionado como un niño berrinchudo (oligofrenia): antes y después de la megamarcha profirió y ha seguido profiriendo una serie de insultos contra los organizadores y los participantes. Les ha dicho: aspiracionistas, clasistas, racistas, corruptos, cretinos, achichincles, despistados. Con ello, ha sacado a relucir sus frustraciones, resentimientos y odios.

Si no puede gobernarse a sí mismo ¿cómo quiere gobernar al país? Lo primero que debe hacer un mandatario es unir a aquellos sobre quienes ejerce el mando y, se supone, debe beneficiar por encima de filias y fobias. Pero no: lo que ha hecho AMLO es trasladar sus resquemores y rencores a la vida pública. Se ha dedicado a atizar los enconos; a los mexicanos nos ha puestos unos contra otros; ha polarizado al país.

AMLO en una fotografía de archivo

AMLO en una fotografía de archivo

Cuartoscuro

Luego de cinco días de rumiar su furia contra los organizadores y participantes en la megamarcha, se le ocurrió organizar una contramarcha o una marcha de la venganza: “esto no se va a quedar así”, “me la van a pagar”, “van a ver de lo que soy capaz”. López Obrador convocó a una marcha que encabezará él mismo. Esta se llevará a cabo el domingo 27 de noviembre, dizque para conmemorar su cuarto año de gobierno y rendir su informe anual de labores. Informe que, en realidad debería darse el 1 de diciembre fecha en que tomó posesión; pero, ya saben, los caprichos son flexibles.

En la mañanera del viernes 18 de noviembre el titular del poder Ejecutivo convocó nuevamente “a todas y a todos” a la marcha que encabezará el domingo 27 de noviembre. Dijo: “Tenemos mucho que informar, mucho y muy bueno todo. Ya hasta parece que estamos al final de nuestro mandato y todavía nos faltan como 21 meses. Se van a realizar muchísimas cosas todavía, porque ya están sentadas las bases de la transformación…En este movimiento el principal protagonista es el pueblo. Lo que hemos logrado ha sido por la participación y el apoyo del pueblo”, afirmó, y agregó que “tenemos mucho que celebrar y por eso no es tan difícil concretar la Cuarta Transformación.”

La marcha de la venganza es una expresión de intolerancia, de no reconocer que la sociedad mexicana es multifacética y heterogénea; no cabe en un solo molde por más que la quieran apretujar en él. La transición a la democracia impulsada por el movimiento de 1968 y puesta en acto en 1977 germinó y dio frutos: hoy tenemos un país diversificado en términos regionales, culturales, ideológicos y demográficos.

Un buen político debe leer e interpretar las señales que viene desde la sociedad. Las marchas del domingo 13 de noviembre lo que mostraron fue la madurez de una ciudadanía que salió a las calles a defender no solamente al INE, sino, sobre todo, a la democracia. Eso es lo que sacó de quicio a López Obrador: su proyecto de transformación consiste en implantar en México una autocracia donde él mande, sea como presidente de la república sea por interpósita persona, un Maximato.

Obviamente, el aparato logístico para llenar el Zócalo de acarreados ya se puso en marcha como bien lo documento Elena Chávez, en cash y sección por sección. Presidentes municipales, alcaldes y gobernadores tienen una cuota de borregos (como al viejo estilo priista) que cubrir.

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Quiero llamar la atención sobre la terminología que en esta controversia se está utilizando: El sujeto de la democracia es el ciudadano. Y quienes salieron a manifestarse el 13 de noviembre fueron, por primera vez y masivamente, ciudadanos. En contraste, el sujeto del populismo es el pueblo. Y así lo expresa López Obrador en sus intervenciones: “En este movimiento el principal protagonista es el pueblo”. Quienes están contra él son encajonados en el “no-pueblo.” Lo único que merecen esos disidentes son insultos. Ese es el lenguaje político excluyente que utiliza el autócrata populista.

La transición a la democracia en México se llevó a cabo con base en la inclusión, el diálogo y la construcción de acuerdos. Como se dice en el argot político “eran planchadas” para así alcanzar los mayores consensos posibles.

Convengamos en que Andrés Manuel López Obrador no es un hombre propenso al diálogo; a él le gusta imponer. Quien no se pliegue a sus designios, que se atenga a las consecuencias. Pero los ciudadanos le plantaron cara y le dijeron “ya basta”.

Con todo y la pantomima que se armará el próximo domingo y que López Obrador quiere utilizar para opacar el levantamiento ciudadano del 13 de noviembre, no podrá tapar el sol con un dedo.

Mail: jsantillan@coljal.edu.mx