Opinión

MERCAN o la cultura de la cancelación

1. A ver si logro explicarme. No se me ocurre empezar de otra manera esta entrega en la que comentaré una deslumbrante y bizarra pieza teatral mexicana actualmente en cartelera en la Ciudad de México y que es también, lo enlisto:

-Un acto performático multimedial con participación del público. Primera obra que yo conozca en la que durante su representación los asistentes se inscriben y participan en tiempo real en un grupo de WhatsApp, y cuya interacción desde sus celulares terminará siendo parte de las imágenes que se proyecten en el escenario.

-Una propuesta escénica meta teatral con tantas capas en su representación como una cebolla. Teatro que trata sobre la preparación de una obra teatral, en la que los actores representarán una pieza basada a su vez en la vida “real” y la experiencia traumática de sus dos protagonistas (siendo él mismo director uno de ellos, representado por un actor) hasta lograr un juego de espejos en el que la realidad y la ficción diluyen sus fronteras, se entremezclan, y crean un tercer espacio paralelo donde verdad y mentira son una y la misma cosa. “Me caga el teatro”, tales son las primeras palabras con las que arranca la obra, pronunciadas por un artista visual que habrá de recurrir al teatro para defenderse de sus detractores.

-Una obra teatral de temperamento multidisciplinar, que puede ser entendida también como una muy elaborada pieza de arte conceptual. No encuentro forma más radical del arte contemporáneo que aquel que transgrede la división tradicional de las disciplinas artísticas, y pone en crisis nuestros viejos referentes para transitar por los territorios pantanosos que dividen lo real de lo imaginario. Esta obra así nos lo propone y el resultado causa vértigo o extravío, anula nuestra mera condición de espectadores pasivos y nos reta. (En dos momentos de la función se le pide al público manifestar en voz alta una mentira, primero, y luego una verdad. La primera que se les ocurra, no importa. El ejercicio logra subrayar que el del teatro es un territorio de lo absurdo a la manera de Ionesco. En el espacio declarativo de las mentiras, alguien de entre el público le confiesa muy sincero al director-actor trepado en el escenario: “me está gustado esta obra”).

“MERCAN de Rigoberto Duplás ¿Cuánto dura la cancelación?’”

“MERCAN de Rigoberto Duplás ¿Cuánto dura la cancelación?’”

-Es también algo todavía más novedoso e inclasificable que podría catalogarse como un ensayo escénico -no en el sentido de “ensayo” como los ejercicios preparativos de una obra- sino el del ensayo como género literario que estudia, interpreta e interpela a la realidad, para en este caso tender un puente entre la palabra escrita y el lenguaje verbal/corporal del teatro. Siendo pues un ensayo agudo e inteligente, la obra despliega y pone por escrito diversos argumentos -a favor y en contra- en relación a tres temas contemporáneos: las virtudes y los excesos del arte conceptual; la amenaza censora, pudibunda, radical y autoritaria que se esconce detrás de la llamada “cultura de la cancelación”; y el largo historial de abusos, acoso y violencia en contra de las mujeres, que se repite hasta casi normalizarse en la industria audiovisual de México.

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De un humor irreverente e incómodo, la obra ha sido tejida lo mismo con los hilos de lo paródico que con las telas de un tipo muy singular de denuncia social que devine en farsa, drama y esperpento.

2.

Advierto que no he logrado explicarme. Va de nuevo. Cuento hasta donde se pueda y sin spoilers la trama fluida y no binaria de esta pieza cuyo autor “real” prefirió desdibujarse para ser aún más confuso, o más sincero, todo lo expuesto.

Pongamos entonces, como lo propone la obra misma y el libro que acompaña a su puesta en escena, que su autor es Rigoberto Duplás (interpretado por Fernando Bonilla), un artista conceptual mexicano nacido en 1976, casado con una actriz de cierta fama llamada Carmen Aldama (Sophia Alexander-Katz), quien le ha contado a detalle las múltiples ocasiones en las que ha sido víctima de la violencia de género para poder obtener un papel en una película o en una serie.

Con esta información Rigoberto, sin el consentimiento de su pareja, traduce las historias al lenguaje deconstruido del arte conceptual, un poco para denunciar los hechos, y otro poco para aprovecharse del dolor ajeno y de esta manera ganar notoriedad como el artista provocador y controvertido que siempre ha sido. Valiente dirían unos, oportunista dirían otros.

La exposición levanta ámpulas, provoca que un grupo de feministas se pronuncien en contra -entre ellas las “reales” Sabina Berman y Regina Blandón- que participan en un video colectivo circulado en redes sociales -y proyectado en el escenario- donde denuncian que “en México se vende el abuso sexual tratando de hacerlo pasar por arte contemporáneo. Rigoberto Duplás (…) pretende explorar los límites del arte y denunciar el abuso y el acoso sexual que se vive en la industria del cine y la televisión, pero estuvo muy lejos de lograr su objetivo. (Es) un hijo ejemplar del patriarcado. Su obra es revictimizante y es más violenta hacia las víctimas que hacia los abusadores”.

La consecuencia es que la mano poderosa e iracunda de la cancelación cae como una espada de Damocles sobre los hombros del artista. Pierde seguidores y amistades, se le demoniza y se le cierran todos los espacios hasta quedar aislado y cancelado. Su esposa también acaba siendo víctima de la cancelación. Sin razón aparente pierde la oportunidad de participar como actriz en varias producciones. La situación de los dos es ahora desperada ante la falta de ingresos y el desprestigio de él. En respuesta, Duplás decide defenderse escribiendo la obra de teatro en la que contará su historia con la actriz, y -como parte de la obra- asistimos a los ensayos donde otro actor (Cristian Magaloni) interpreta su papel.

Los dos actores que interpretan a Rigoberto Duplás, cuya semblanza en el libro que acompaña a la obra apunta en la vida real a la carrera del artista mexicano Artemio Narro, pero que a su vez se deriva de un personaje de la más reciente película de Amat Escalante donde Bonilla actuó interpretando al ficticio artista Duplás (vaya enredo)- leen sobre el escenario la carta que Duplás le dirige a sus canceladores, en lo que representa el momento crucial de toda esta historia:

“Carta a mis canceladores y elogio a la buena crítica: los artistas vivimos sometidos al caprichoso vaivén entre la censura y la crítica, dos conceptos con efectos opuestos sobre la libertad de expresión, pero que hoy se confunden de manera cotidiana. No se equivoquen: la censura coarta y la critica tonifica. La crítica no sólo no me espanta, la celebro, la imploro, me alimenta. La crítica es un ejercicio personal del gusto, sujeto a criterios variables, cuya jerarquía cambia de espectador a espectador. La censura la vomito. Me cago en sus tribunales inquisitorios”.

“(…) Shakespeare es injusto con los judíos en El mercader de Venecia y profundamente misógino en Otelo. ¿Qué hacemos con esas obras? ¿las dinamitamos”. (…) Hemos encumbrado un consumo ideológico del arte en el peor de los sentidos. Las audiencias ya saben qué temas deben ser tratados y cómo tienen que ser abordados. ¿Quién se va querer exponer a un abucheo si estamos dejando el aplauso tan barato? Pretender que sólo consumamos el arte con el que comulgamos ideológicamente es estúpido, y si me apuran, también es fascista (…)”.

3.

Dudo que haya logrado explicarme. Por ello lo mejor es recomendar “MERCAN de Rigoberto Duplás ¿Cuánto dura la cancelación?’”, que se presenta en el Centro Cultural Helénico hasta el 25 de febrero.