Opinión

Monarquía vs. República. Las exequias de la reina Isabel II

La inesperada muerte de la reina británica Isabel II de más de 96 años, un día después de la recepción de la nueva primera ministra inglesa, fue la noticia mundial. El embajador del Reino Unido en México destacó que falleció la jefa de Estado de 15 naciones, la cabeza de la Mancomunidad de Naciones que integra a 56 países y la representante de una monarquía milenaria. Las condolencias de los líderes políticos se han multiplicado y han sido unánimes en reconocer la importancia de su figura en la diplomacia de la segunda mitad del siglo XX.

La Reina Isabel II

La Reina Isabel II

EFE

Este sensible fallecimiento para muchos pueblos del mundo, que tienen estrechos lazos políticos y comerciales con los británicos, es un motivo de análisis de nuestra propia historia y organización constitucional que ha construido en México un régimen caracterizado por ser una “República, democrática representativa, laica y federal” con base en una soberanía popular dividida para su ejercicio en tres poderes.

Desde 1824, tras un breve interludio monárquico, los mexicanos adoptamos la forma de gobierno republicana que es aquella que se renueva periódicamente en contraste con la que se ejerce en forma vitalicia por un rey. La unidad nacional gira en torno al concepto político de pueblo integrado por individuos iguales y libres y sólo hubo un extravío histórico de un grupo de conservadores que ante el caos provocado por el caudillismo en que nos habíamos hundido pretendieron lograr esa unidad en torno a un príncipe extranjero y proclamaron el Segundo Imperio Mexicano (1863-1867).

El republicanismo es una decisión constitucional fundamental del pueblo de México. Esta afirmación posee una gran carga ideológica que contrasta con la que subyace en una monarquía en la que hay dos elementos que nos son ajenos: a) hay personas que son superiores al resto, y b) la representación política es concentrable en un individuo, quien se ostenta como vocero de la Nación y gobernante/servidor por derecho propio del pueblo.

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Las monarquías milenarias europeas empezaron su decadencia con las revoluciones burguesas de 1848 y luego con los desastres políticos de los segundos imperios francés (1870), ruso (1917) y alemán (1918), así como la decadencia del inglés en la que la monarquía perdió primacía en la política interna en el primer cuarto del siglo XX y su autocontención en labores de representación diplomática. La intermitencia de la monarquía española y sus escándalos financieros con la abdicación de Juan Carlos I han puesto a esta forma de gobierno en el centro de la crítica respecto a su obsolescencia para contribuir a conservar la unidad nacional.

La monarquía inglesa logró un pacto político después de su derrota ante el parlamento en el siglo XVII con la deposición y muerte de Carlos I. El balance histórico de este pacto ha sido desventajoso para los reyes y reinas, quienes han sufrido la casi total pérdida de su influencia en el gobierno con una fuerte reducción de su papel a las cuestiones protocolarias y diplomática. Esta condición explica que la vida y obra de los integrantes de la casa real se publique en las revistas del corazón más que en las columnas políticas.

Las monarquías europeas han aprendido a ser un símbolo de unidad en regímenes políticos democráticos y plurales. Algunas repúblicas, a pesar de que hay una renovación periódica del poder por procesos democráticos formales, la distorsión en el ejercicio del gobierno se confunde con las monarquías más rancias en las que lo público se maneja como si fuera patrimonio del líder político y a su capricho.

En México, Daniel Cosío Villegas calificó al régimen político autoritario heredado por la Revolución de “monarquía absoluta sexenal y hereditaria en linea transversal” que contiene una critica ácida a nuestro republicanismo tejido en torno a un caudillismo presidencialista autoritario con partido hegemónico.

La muerte de la reina Isabel II debe ser un motivo de reflexión sobre las ventajas políticas de las repúblicas sobre las monarquías. Las primeras suponen la igualdad de los hombres y mujeres en el que la representación política del Congreso de la Unión, como le dijo Muñoz Ledo a Zedillo en la respuesta a su tercer informe, vale más que la investidura del presidente. Las segundas una superioridad que exige la genuflexión del súbdito y una secrecía del poder donde las decisiones políticas se toman en el consejo privado en el palacio.

El riesgo de convertir a una república en monarquía ya lo señaló Cosío Villegas y, en este caso, la memoria histórica debiera ser un freno para que no vuelva a ocurrir una situación similar en México. Las exequias de la reina británica mostrarán prácticas políticas y sociales en las que desempolvarán sus atuendos la rancia aristocracia europea, que no son imitables dentro de una república. El presidente es el primer ciudadano entre sus pares durante seis años y luego sólo conserva el honor de haber servido bien, sin testamentos ni maximatos. Vale.

Investigador del Instituto Mexicano de Estudios

Estratégicos de Seguridad y Defensa Nacionales

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