Opinión

Némesis y el antagonismo político

Según Hesíodo, Némesis es hija de la Noche y Érebo. Se le considera la diosa de la venganza o del castigo justificado. Se dice que humilla a los mortales que se jactan de su riqueza o poder y sanciona la desmesura con la derrota. Es anterior a los dioses olímpicos por lo que no está sujeta a sus designios. Némesis también fue identificada con la ninfa Adrastea, la que protegió a Zeus de la persecución de su padre Crono. Era una diosa popular entre los griegos antiguos y fue adorada en el templo de la ciudad de Ramnunte en la región del Ática.

Némesis y el antagonismo político

Némesis y el antagonismo político

La diosa se representaba como una bella joven, llevando unas alas en sus espaldas, una rama de manzano en una mano y una rueda en la otra. En su cabeza portaba una corona de plata adornada con ciervos y de su cintura colgaba un látigo.

En una versión del mito se cuenta que Zeus persiguió a Némesis por el mundo y no logró atraparla porque, para escapar, innumerables veces cambió su forma a la de distintos animales terrestres y marinos. Al final de la persecución se transformó en una Oca -una especie de ganso blanco- entonces Zeus se convirtió en cisne y la sometió. El huevo que puso Némesis producto de esta unión fue dejado en el campo, donde unos pastores lo recogieron y llevaron a Leda, reina de Esparta, para que lo cuidara. Se afirma que de ese huevo nacieron los gemelos Cástor y Polux y también Helena quien a la postre sería la causa de la Guerra de Troya.

Los héroes arrogantes, aquellos que son afectados por sus triunfos, son frecuentemente los que atraen la atención de Némesis. Los que hacen ostentación del poder alcanzado y creen que son invulnerables a la derrota. Existen muchos ejemplos en la mitología y en la historia de este tipo de personajes.

El historiador Carl Grimberg afirma que: “Ningún otro pueblo se preocupó tanto como el griego para impedir que sus hombres ilustres y sus jefes cayesen en la embriaguez de la gloria y en un orgullo desmesurado”. Grimberg narra cómo los atenienses pasaron de la admiración al rencor en contra del general Milcíades, el héroe de la batalla de Maratón, en dónde los griegos derrotaron al poderoso ejército persa.

“Parece que el pedestal tan vertiginosamente levantado por el entusiasmo del pueblo despertó tal orgullo en Milcíades que le hizo olvidar la prudencia y los deberes con la Patria”. Dice el historiador que los griegos no tardaron en considerar al gran estratega militar y vencedor de Maratón como un despótico tirano que despreciaba las leyes establecidas. Y se preguntaban: “¿puede consentirse que un hombre, por haber prestado grandes servicios al país, pueda después obrar con injusticia e impunidad?”

Milcíades fue procesado por el delito de haber engañado al pueblo y fue juzgado culpable. La pena de muerte que correspondía a esa falta le fue conmutada por una condena de tipo monetaria, que no pudo pagar en vida.

“Deslumbrado por una transición demasiado brusca, de la angustia al triunfo, [Milcíades] cayó en ese estado de ánimo que, según la ética griega, era un desafío a Némesis, la diosa de la venganza”. Después del juicio de Milcíades, Atenas instauró el ostracismo -el exilio forzoso- para evitar los excesos de poder y prevenir que personajes ambiciosos pudieran llegar a convertirse en tiranos.

En ocasiones, Némesis hace su trabajo justiciero estimulando en el personaje su megalomanía. Las victorias y la buena fortuna – a veces “la perdición nace del mismo huevo que nuestra virtud” (J. Campbell) - llevan al héroe a creerse superior a los demás y eso les impide medir adecuadamente sus fuerzas frente a sus contrincantes. Sobreestiman su propia valía y subestiman la de los demás. Las derrotas infligidas como consecuencia de los delirios de grandeza se encargan de regresarlo a la cruda realidad.

El ejemplo que se acostumbra mencionar en este caso es el de Creso, rey de Lidia. Creso llegó a ser considerado el hombre más rico de Grecia y sus victorias militares lo llevaron a someter a prácticamente todas las ciudades griegas. Némesis lo perturbó haciéndolo caer en exceso de confianza y falta de objetividad en su juicio, lo que lo condujo a la derrota al enfrentarse al poderoso ejército persa, más numeroso y mejor preparado, comandado por Ciro.

A menudo se usa el término némesis para referirse a un adversario o enemigo, pero no a cualquiera. A un contrario que es capaz de desplegar una ofensiva equivalente a la de su contrincante. La némesis de un protagonista es su antagonista. Ambos poseen igual capacidad para enfrentarse y hacerse daño.

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En la cultura popular actual -particularmente en el cine de superhéroes- abundan los pares de enemigos que libran épicas batallas. Aquí se usa la palabra némesis para referirse al principal adversario del héroe. Se dice, por ejemplo, que el Guasón es la némesis de Batman.

En el ambiente político actual podemos observar a personajes que se han perdido por los triunfos, y la soberbia los ha llevado a despreciar las leyes establecidas y a actuar con impunidad. También tenemos a figuras desmesuradas, megalómanos que sobreestiman sus fuerzas y piensan que pueden ganar batallas futuras contra adversarios más fuertes. De acuerdo con el mito estos actores estarían en la antesala del tribunal de Némesis.

De igual manera, en las contiendas electorales los partidos en el poder encuentran con mucha frecuencia a sus némesis. Agrupaciones antagónicas que desarrollan un talento igual o mayor para desafiarles el control del gobierno. Los excesos en el gobierno, la falta de resultados, la incapacidad para reconocer y corregir los errores, es decir, la arrogancia, los llevan a perder elecciones.

En la democracia no existe el ostracismo para limitar los abusos de poder de los ambiciosos como en la antigua Grecia, tampoco contamos con deidades mitológicas que aplican la “justa venganza” contra los tiranos o megalómanos. Lo que sí se tiene es el derecho al voto libre, secreto y universal, que es el instrumento con el que el ciudadano cuenta para castigar o premiar la permanencia de un partido en el poder.